Madre de los conversos. VII

Un rudo campesino. Alberto Capellán

Autor: Padre Pablo Largo Dominguez

           

Alberto Capellán Zuazo (nacido el 7-VIII-1888 y muerto el 24-II-1965) es un riojano cuya vida transcurre en Santo Domingo de la Calzada (España). Fue labrador de profesión. Se haría miembro de la Adoración Nocturna, terciario de san Francisco y socio de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Era un cristiano de toda la vida, al estilo de la gente de su tierra y de los habitantes del mundo rural. Pero hubo un momento en que se produjo en él un profundo cambio. No duda en llamarlo conversión. Refiriéndose a su etapa anterior, dirá: “Dios estaba conmigo, pero yo no estaba con él”.

 

1. Los humos que se gasta Alberto

 

Era un hombre impulsivo y de temperamento irascible. Tenía bien asentados ciertos códigos de honor. Lo refleja a la perfección un episodio narrado por él mismo. Se había enamorado locamente de una joven llamada Isabel. No tenía todavía relaciones formales con ella, pero en sus celos la consideraba ya exclusivamente para él. Cierto día acepta ella la invitación de otro muchacho para bailar. Tan pronto lo sabe Alberto, acude a una armería y compra un cuchillo de hoja enorme. Al acercarse la hora de la salida del baile, se queda apostado en un lugar por donde deberá pasar la pareja. Llegado el momento, oculta con el tapabocas el cuchillo y se abalanza sobre ellos. De repente, a sólo dos pasos, descubre que se trata de otros novios. El chico emprende a correr y él va detrás diciéndole: “Vuelve con la novia, que contigo no va la cosa”.

El grave error que ha tenido le hace reflexionar y serenarse un poco. La resolución que toma es ya ligeramente distinta: “Primero tengo que oír al chico. Si me dice que viene a acompañarla porque le da la gana y es su gusto y el de ella, lo mato. Pero debo oírle”. Los ve venir, les sale al paso y pregunta: “¿Por qué vienes tú con ésta?”. Responde el otro: “Perdóname si te he faltado. Quédate con ella”. Contesta él: “No. Ninguno de los dos, pues también ella me ha faltado”. El otro le alarga la mano en plan de amistad y lo invita. Ambos van a tomar unos vasos. Alberto, en el camino, tira el cuchillo.

Acabará casándose con Isabel, que de vez en cuando sufrirá los arranques de genio de Alberto. Conocemos, por testimonio del mismo, otros rasgos propios de la edad y del ambiente. De mozo, tiraban poderosamente de él las juergas y el baile. Las fiestas con los amigos ocasionaban gastos que “la paga” de su madre no podía cubrir. Había que sacar el dinero de otro sitio. ¿Solución? Declara el antiguo juerguista: “Para un labrador, el único sitio era el granero”. Ni corto ni perezoso, llenaba medio saco de trigo y lo llevaba a vender a escondidas.

Trabajar con yuntas de animales y torcerse las cosas, desató en él, al menos una vez, una reacción demasiado frecuente en el mundo rural de su tiempo y comarca: los juramentos y blasfemias. Era hombre ambicioso: cultiva sus propias tierras, lleva otras a renta, los días libres trasporta patatas a la estación de ferrocarril de Haro, le grita al suegro cuando piensa que le resta algo que le corresponde, es también -según algún testimonio- un tipo roñoso que jamas da nada.

 

2. Transformaciones  


Sin duda tenía rasgos de honradez, y hemos adivinado otras cualidades en varios de los excesos a que se refiere: es jovial, laborioso, tiene sentido de la amistad, reacciona con nobleza cuando el otro joven se excusa y ambos lo celebran tomando unos chatos. Creemos, sencillamente, que le faltaba, y en buenas dosis, capacidad de autocontrol. Necesitaba ejercitarse en el dominio de sí. Es tarea ardua: “Un hombre puede conquistar en la batalla miles y miles de hombres, pero aquel que se conquista a sí mismo, sólo él, es el más grande entre los conquistadores” (dicho budista).

Las relaciones con su esposa están presididas cada vez más por la deferencia y la delicadeza en el trato, la veneración y la alabanza por lo valioso que percibe en ella, pequeñas atenciones continuas, ayuda en menesteres de la casa propios entonces de mujeres, el encendido de la cocina las madrugadas del invierno para que ella la encuentre caliente al levantarse.

Desarrolla el sentido de la verdad y la justicia. Con motivo del referéndum nacional de 1967, el alcalde de Santo Domingo convocó a los presidentes de mesa para trasmitirles una instrucción del gobernador: “hay que ganar el referéndum incluso falsificando los resultados”. Alberto era presidente de mesa, pero se opuso de modo terminante a la orden recibida y dijo con toda seriedad y firmeza que no estaba dispuesto a secundar su propuesta. La autoridad municipal no logró hacerle cambiar de actitud. Hacía falta valor en aquellas circunstancias para oponerse redondamente en público al alcalde. También, por no faltar a la verdad, perdió algún negocio. En una feria de ganado, un animal suyo le agradaba a cierto comprador. Cuando Alberto le dijo la edad real de la res, se le fue a pique la venta.

Los domingos, con otros miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl, visitaba a los calceatenses pobres y les llevaba alguna ayuda. Pasó muchas noches junto a la cabecera de enfermos que lo necesitaban por no tener familiares que pudieran acompañarlos. Asistía a los velatorios de los difuntos donde preveía falta de gente que diera calor humano a la familia, estaba al lado de las familias gitanas en los funerales. Siendo presidente de la Comunidad de Labradores, gestionó una reunión de sindicatos y labradores, y se alcanzó un acuerdo que beneficiaba a todos y evitó la huelga. Los responsables de los sindicatos de la UGT y de la CNT eran amigos suyos.

Como obra especial para atender a los numerosos mendigos y sin techo que pasaban por Santo Domingo, levantó un refugio, el edificio del Recogimiento. Instaló mobiliario apropiado, llevaba de mañana alimentos y conversaba al final de cada jornada con aquellos transeúntes, que le contaban la varia fortuna de su vida mendicante. A algunos, tendidos en la calle por hallarse muy debilitados, o por estar borrachos, los llevaba sobre sus hombros hasta la casa. Así durante años. Estos continuos desvelos no dejaron de causarle problemas. Cuenta un testigo que en general los ayuntamientos de izquierdas respetaban su actividad, pero los de derechas lo criticaban porque se llenaba de pobres la ciudad y, con ellos, crecía la inseguridad.

 

3. Presencia de María

 

¿Dónde están el secreto y raíz del cambio operado en Alberto? Lo refiere él mismo. Una excelente ayuda y un buen impulso le vino de la lectura del Catecismo explicado del P. Claret. Le resultó un libro de gran atractivo. Claro, mucho más al fondo, es la acción de Dios la que lo va trabajando y la que desarrolla en él una verdadera mística cristiana: “El atractivo principal era el dedo de Dios que suscitaba el primer chispazo de su gracia extraordinaria. Ya no era yo, era Cristo en mí quien se movía en todas las direcciones”.

Y sobre María escribe: “A esta bendita Madre que, aunque en la confesión que estoy haciendo la he nombrado poco, la llevo toda mi vida en mi corazón. En mi niñez, particularmente, le rezaba mucho. En mi juventud pecadora,  no me dormía una noche sin rezarle las tres Avemarías con la oración ‘Oh Virgen y Madre de Dios’... Y cuando intenté cometer el crimen, en mi pecho la llevaba. ¡Pobre Madre mía, qué mal te traté!”.

 

Y ahora viene algo inesperado: “Una noche, después de acostado, de momento quedé como fuera de mí, contemplando, como a metro y medio de altura, pues casi llegaba al techo, una imagen. En mi interior una voz me dice: ¡La Virgen! Yo no hablé nada. Parece natural que yo, lleno de emoción, habría de haber dado un grito. Pues nada. Desaparecer la visión y agarrarme un profundo sueño, era todo. A la noche siguiente, lo mismo. Al comenzar las oraciones me quedaba en contemplación. No sé cómo decirlo. Y así por tres noches. [...] Y a pesar de haber recibido, en otras ocasiones, más consuelos y dulzuras del cielo que en lo que termino de narrar, nunca la podré olvidar. Al fin y al cabo, el Espíritu Santo es dueño de sus dones para derramarlos sobre sus criaturas, con más o menos dulzuras, según le parece”. Sobre esta experiencia dice: “Todo esto fue al principio de mi cambio de vida”. Algunos dicen que es el secreto de su conversión.