Madre de los conversos. IV

Autor: Padre Pablo Largo Dominguez 

                             

Falsas disyuntivas. Juan Bautista Tomassi

El año 2003 se celebró el centenario del primer despegue de un aeroplano. Fueron los hermanos Wright los protagonistas de aquella aventura. Así de sencillos son los comienzos. Hoy, en cualquier aeropuerto importante, despega un avión cada dos o tres minutos.
También se conmemoró el año pasado otro centenario: el de la asociación Unital, que ahora se llama Unitalsi. Esta palabra es un acrónimo: está formada con las letras iniciales de “Unione Nazionale Italiana Trasporto Ammalati a Lourdes e Santuari Internazionali”, es decir, Unión Nacional Italiana de Transporte de Enfermos a Lourdes y Santuarios Internacionales. Cada año, decenas de miles de enfermos italianos se trasladan a Lourdes o a otros lugares sagrados. En los comienzos de esta segunda historia hay también otra singular aventura.

1. La fuerza de una sonrisa

Juan Bautista Tomassi es un joven de 23 años. Había nacido en Roma el 29 de noviembre de 1880 y era el primero de los doce hijos del matrimonio Carlo y Cesira. A los doce años deja los estudios, afectado por una variedad grave de artritis deformante. Su enfermedad avanza con rapidez y finalmente lo postra en una silla de ruedas. Como tantas veces sucede, el cuerpo contagia al psiquismo: el estado de invalidez genera en este joven una creciente rebeldía y pone en crisis su fe. Su padre lo invita a peregrinar a Lourdes para implorar la gracia de la curación. En el pequeño equipaje lleva Tomassi un objeto pesado: un revólver. O curación, o suicidio: ésa era para él la cuestión cuando se desplazó a la gruta de Massabielle. Algunos cuentan, cargando de cierto tremendismo una alternativa ya claramente dramática, la intención de Juan Bautista: apuntar el cañón del revólver contra su sien al tiempo que miraba a los ojos de la estatua apoyada sobre la roca.
¿Qué sucedió? Ni curación, ni suicidio. Ni levantarse y cargar con la silla, ni tiro en las templas. Esas disyuntivas que nosotros planteamos se le deben de antojar a María demasiado simplistas. Hay una vía distinta que desplaza nuestras comprensibles expectativas y nuestras resoluciones insensatas. El joven Tomassi entrega la pistola al obispo que acompañaba a los peregrinos, Monseñor Giacomo Radini Tedeschi, con un lacónico comentario: “La Señora ha vencido”. Sólo que las victorias de la Señora son también victorias nuestras; se saldan con la derrota de las decisiones autodestructivas, la renuncia a aspiraciones más o menos ilusas y la franca aceptación de nuestra condición concreta, desde la que germina una realidad nueva. Sucedía todo esto el día 3 de septiembre de 1903.
Más tarde registra el converso en su diario este testimonio: “una sonrisa de la Virgen ha bastado para transformarme. Me siento feliz en mi infelicidad y quiero dedicar todas mis débiles fuerzas a la creación de un organismo que dé a otros enfermos la posibilidad de obtener el mismo gran consuelo que a mí se me ha dado”. Ha surgido algo inesperado: la dicha en medio de la adversidad y la concentración de todas las energías en un proyecto fecundo. Tomassi quiere honrar a la blanca Reina y funda una asociación para el transporte de enfermos pobres a Lourdes. Desde aquel lejano 1903, de las estaciones de muchos lugares de Italia siguen partiendo trenes blancos con destino a grandes santuarios marianos.

2. La palabra de gracia


¿Qué combate se libró en el ánimo de Juan Bautista? ¿Qué insinuaba aquella misteriosa y literalmente desarmante sonrisa de la Señora? ¿Qué tipo de apelación resonó en el fondo personal de aquel hombre dispuesto a suicidarse? ¿Qué palabra de gracia “detonó” en su oído íntimo? ¿Qué es lo que, en aquel momento crítico, provocó un giro o vuelco total (eso es lo que significa la palabra “conversión”) en la conciencia del joven romano? No lo sabemos bien. Quizá lo podemos esclarecer recordando otra historia, algo lejana también. La cuenta el abbé Pierre.
“Era la época de la posguerra. Yo era diputado. Una mañana alguien me llama. ‘Un hombre acaba de intentar suicidarse a tres kilómetros de su casa y quiere volver a hacerlo. Venga’. Al llegar, me encontré con un hombre profundamente desgraciado, que me contó su vida. ¡Una auténtica novela! [...] Después de haberle escuchado, le dije: Georges, tu historia es terrible. Pero yo no puedo hacer nada por ti. Mi familia es rica, pero cuando decidí hacerme monje renuncié a toda mi herencia. No tengo un céntimo Soy diputado, recibo mi sueldo todos los meses, pero hay muchas familias que vienen llorando a contarme las terribles condiciones en las que viven. Por eso decidí construirles pequeñas casas. En eso invierto todo mi sueldo de diputado y tengo muchas deudas. No puedo hacer nada por ti. Y tú, además, quieres morir y, si lo quieres, nada ni nadie te lo podrá impedir. Sólo te pido que pienses en las madres que están esperando que termine sus viviendas. Antes de matarte, ¿no te gustaría echarme una mano para que les podamos entregar más pronto sus casas?’
Su rostro cambió. Georges dijo que sí. Y vino. [...] Este trabajo volvió a dar sentido a su vida”. Más tarde le confesaría al abate: “Con cualquier otra cosa que me hubiera dado usted (dinero, una casa, trabajo) me hubiera intentado suicidar de nuevo. Lo que me hacía falta no era de qué vivir, sino razones para vivir” (Abbé Pierre, Mis razones para vivir. Memoria de un creyente, Madrid, PPC, 1998, pp.17-20). De este expresidiario arranca un conjunto de comunidades que, en los cinco continentes, trabajan, recogen trapos viejos, hierros, papeles, muebles usados, etc. haciendo de traperos. Los venden y ayudan a los que no tienen nada.
El abbé Pierre había encontrado el tiro de gracia que mataba al hombre viejo y la palabra de gracia que devolvía a la vida: “¿No te gustaría echarme una mano?”. Es probable que esa misma fuera la palabra de María que resonó en el ánimo de Tomassi. Mostrando al joven desesperado la multitud de personas heridas por la enfermedad, María pudo acompañar su sonrisa con la misma apelación profunda: “Juan Bautista, ¿me quieres ayudar?”.
Esta palabra puede resonar en todos. Un teólogo protestante, desde la cárcel de Tegel en que lo habían internado los nazis, escribió varios poemas antes de morir. Dice la primera estrofa de una de las composiciones: “Los hombres se dirigen a Dios en su miseria, / imploran ayuda, piden felicidad y pan, / salvación de la enfermedad, de la culpa y de la muerte. / Todos hacen así, todos, cristianos y paganos”. Y una segunda estrofa añade: “Los hombres se dirigen a Dios cuando está en peligro, / lo encuentran pobre y despreciado, sin abrigo y sin pan, / lo ven devorado por el pecado, la debilidad y la muerte. Los cristianos están con Dios en su pasión”. Y poco más adelante, en carta escrita a un amigo el 21 de julio de 1944, comenta: cuando vivimos plenamente la vida de este mundo es cuando aprendemos a creer; cuando afrontamos el vivir en la plenitud de tareas, problemas, éxitos y fracasos, experiencias y perplejidades, es cuando nos entregamos por completo a los brazos de Dios. Entonces ya no nos tomamos en serio nuestros propios sufrimientos, sino los sufrimientos de Dios en el mundo, entonces velamos con Cristo en Getsemaní. Creo que esto es la fe, la metanoia [=la conversión], y así nos hacemos hombres, cristianos” (Resistencia y sumisión, p. 215).
“¿Me quieres ayudar?”: ésa puede ser la palabra salvadora que acaso escuchemos cuando el desespero quiere colarse en nuestro castillo interior por la brecha de nuestras enfermedades y sufrimientos.

3. Mucho más que el ciento por uno


Unitalsi cuenta actualmente con 250 secciones. Cada año participan en las peregrinaciones unas 100.000 personas. Forman parte de la Unión 300.000 socios. Y otros tantos cooperantes participan en el conjunto de actividades que despliega esta compleja institución. El testimonio sencillo y reciente de una mujer muestra la fecundidad de la iniciativa de Juan Bautista Tomassi:
“Soy la madre de Francisco. Mi hijo está gravemente enfermo desde el nacimiento. Ha vivido más en los hospitales que en casa. Cuando me propusieron ir a Lourdes tenía muchas dudas: ¿Aguantará Francisco, podrá afrontar el viaje, estará bien? Pero, viendo las cosas despacio, ¿qué podía salir perdiendo Francisco? Han sido los días más bellos de nuestra vida. Francisco no se ha curado. Tiene los problemas de siempre. Dentro de poco deberá volver al hospital. Pero es como si en su rostro, en su sonrisa, hubiera cambiado algo. Y yo sé que en los muchos momentos oscuros que me esperan todavía siempre podrá llevar dentro de mi corazón el recuerdo de la alegría que viví junto con Francisco en Lourdes”.