Foro sobre la Inmaculada Concepción de María

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

Preliminar teológico  

En cierto modo, el motivo o tema de este Foro venía impuesto por la sencilla razón de que este año se celebra el 150 aniversario de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. El gusto por las efemérides obliga a repasar ciertos asuntos que quizá no figuren entre los que el momento presente sugiere o impone a la agenda teológica, pero no por necesidad es tediosa semejante obligación. En cualquier caso, puede servirnos para averiguar cuál es el estado de la cuestión en el presente y qué vías nuevas se pueden recorrer.

Antes de que tomen la palabra a los ponentes, que nos prometen nuevas claves, puede ayudarnos a centrar la reflexión un rápido vistazo a los consensos actuales sobre la IC en la teología de sello católico. En el reciente Simposio Internazionale Mariologico celebrado en el Marianum tuvimos la oportunidad de presentar con cierto detalle las aportaciones teológicas de los últimos 45 años sobre la Inmaculada. Aquí ofrecemos un condensado de los acuerdos actuales.

 

1. Consensos actuales  

Pensamos que los acuerdos básicos más comunes son los siguientes:

1. La comprensión de la IC sólo se alcanza mediante la inserción de esta doctrina en el conjunto del misterio salvífico, sea en perspectiva diacrónica, vinculando a María con Israel (culminación de la purificación de Israel), con la Iglesia (María, primera Iglesia), e incluso con la humanidad entera, sea en perspectiva sincrónica. Este misterio de la IC pertenece íntimamente al único designio de Dios, no en virtud de una lógica puramente humana, sino en virtud de una lógica de la fe. La IC pertenece al exceso divino. Lejos de contradecir la absoluta gratuidad de Dios, la confirma.

2. La IC es un sí pleno e inaugural de Dios a María, en Cristo y en orden a Cristo, y por obra y gracia del Espíritu Santo. María es la perfectamente amada, la perfectamente redimida y más radicalmente perdonada, la que vive una relación inefable con el Espíritu Santo, el Panagion, desde el primer momento de su vida. Podemos decir, evocando ideas del Prof. Masciarelli en el SIM, que el de la IC es un dogma teológico y soteriológico antes que mariológico: se destaca en él la infinita incompatibilidad de Dios con el pecado y el contraste entre la soteriología cristiana y una antropología eufórica que preconiza la autorreferencialidad de la salvación. Esta antítesis recorre toda la época inaugurada por la Ilustración, como ha expuesto de modo penetrante el prof. J. Werbick en su Teología Fundamental.

3. El dato cronológico de la justificación de María en el instante originario tiene un sentido axiológico: en María no se da contradicción entre la voluntad del Creador y el ser empírico del hombre, sino una identificación de nacimiento y renacimiento, de vida y gracia.

4. Se destaca más la santidad perfecta de María que la mera preservación del PO, se insiste en lo positivo (el agraciamiento) más que en lo que algunos llaman negativo (la preservación). Incluso quienes consideraban la doctrina del PO originado como una teoría teológica discutible, o decididamente falsa, y propugnaban su superación, no por eso negaban a María una verdadera singularidad, unicidad o suprema excelencia respecto a todos nosotros.

5. La IC está referida a la maternidad divina como a su fundamento. Algunos la refieren también de modo explícito a la participación de María en la obra redentora de Cristo, con cuyo misterio pascual se la vincula receptivamente, primero, y, luego, activamente. Se ve, en fin, la IC íntimamente unida a la Asunción, misterio de gracia en que se remata el arco de una sola y misma historia personal. El nexo intrínseco entre maternidad e IC se refleja bien en la tesis de la unidad de gracia y misión, de existencia y función. Hay solapamiento y correlación intrínseca entre gratia sanctificans y gratia gratis data.

No faltan incluso quienes incluyen en el concepto de IC, no sólo el momento inaugural de la existencia de María, sino todo el despliegue teologal vivido por ella en su historia terrestre. Tradicionalmente se colocaban estas afirmaciones en el capítulo de la perfecta santidad de María, si bien es cierto que entre los dones recibidos por María en su IC se incluía ya la impecancia.

María no se ve instalada, en fuerza de este don, en una condición gloriosa, escatológicamente consumada. No hay base para atribuirle en ese primer instante una conciencia adulta y una experiencia de visión beata o análoga. María vive los procesos comunes de desarrollo humano y de maduración espiritual y afrontará los trabajos y pruebas de la vida en una continua peregrinación de la fe.

6. María Inmaculada es la personificación histórica concreta de la Ecclesia Immaculata. Ésta no es así una mera idea, o un puro ideal tendencial, sino una realidad efectivamente presente en la santidad radical, intangible, impoluta e inamisible de María en su concepción inmaculada.

7. Por esta gracia singular que se le ha otorgado, María no queda desgajada de la humanidad, sino más profundamente vinculada a ella. Porque la exclusividad tiene por objetivo la inclusividad. Como afirmaba von Balthasar, «el “estado original” de María no es algo en sí cerrado, sino que más bien la capacita para participar en los sufrimientos del resto de los hijos de Adán y así poder ser un verdadero refugio de misericordia».

8. Un punto de convergencia ecuménica con Oriente y con representantes de la Reforma se da en la aceptación de los valores simbólicos de este dogma. Se considera acertada la exploración de la vía de la belleza para la comprensión del misterio de María Inmaculada. La Panagía aparece como realización de una belleza intacta.

 

Algunas preguntas teológicas

 

Ante cualquier doctrina podemos plantear estas tres preguntas: “y eso, ¿qué quiere decir”?; “y eso, ¿cómo lo sabe Vd?”; “y eso, ¿con qué se come?”. La primera es una cuestión semántica, relativa al significado correcto de tal doctrina; la segunda, una cuestión heurística, relativa a la vía por que se ha alcanzado esa certeza; la tercera, una cuestión sintáctica, relativa a su articulación interna con el plexo de creencias de la comunidad cristiana. Cada una de estas preguntas aloja todo un enjambre de cuestiones. Apuntamos aquí sólo algunas.

1. El recurso a los símbolos puede encontrar una aceptación general y sin reservas, salvo el desgaste que hayan podido experimentar algunos. Podemos muy bien afirmar que María es la “Mujer espiritual”, “la del corazón nuevo”, la mujer de la libertad erguida y abierta, no incurvata in se, la primera carismática, la esposa “sin mancha ni arruga”, el “feliz exordio de la Iglesia” (esto último, Pablo VI). Podemos declarar que en María el mundo antiguo es llamado a cumplimiento en un mundo nuevo. Podemos seguir empleando imágenes del mundo natural usadas hace 50 años por Pío XII: lirio entre espinas, fuente limpia... Y ahora viene la cuestión: ¿cabe traducir estos símbolos a conceptos? Si, al menos, el símbolo da que pensar, ¿qué pensamientos nos parecen estar en armonía con los símbolos apuntados o con otros análogos? Probablemente los cristianos del Oriente ortodoxo nos invitaran a mantenernos en el nivel del símbolo. ¿Podemos invitarlos a caminar unos pasos teológicos más a nuestro lado?

2. ¿Qué palabra significativa podemos decir sobre el pecado original originado? ¿Cómo evitar que genere nuevos problemas sobre la imagen de Dios y nuevos, acaso innecesarios, empeños de la teodicea? Es una cuestión importante para el diálogo con la Ilustración y con toda la religiosidad y espiritualidad asiática.

3. El dogma de la IC, ¿no hace que María se siga moviendo demasiado en la órbita del cristotipismo? ¿Debe ser así? Sin duda, ya no profesamos un cristotipismo ampuloso. María, como el propio Jesús, aparece más cercana a nuestra condición: experimenta la oscuridad, la incapacidad para comprender, el sufrimiento, la fatiga del corazón, la peregrinación de la fe, la tensión suprema y agobiante de la noche del espíritu, la tentación. Pero también, como Cristo, es semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, aunque ella es una redimida, la radicalmente redimida. Los protestantes, con todo, nos pueden espetar: “María sigue estando para vosotros en la otra orilla”. ¿Qué cabe responder a este respecto? ¿Qué implicaciones tiene para ella su destino o misión singular en la historia de la salvación? ¿Debemos mostrar tanto rebozo en aceptar los privilegios en la existencia de María y, en concreto, la IC como “privilegio”? Si preferimos otra comprensión y otro lenguaje, ¿cómo los justificamos?

4. ¿Qué opinamos sobre la solución por que apuesta el Grupo de Les Dombes? Manteniendo los católicos la doctrina eclesial, ¿podríamos tolerar que los protestantes la rechacen, con tal que ellos admitan que la tradición católica es legítima y  compatibible con la Escritura? Las dos últimas son cuestiones apropiadas para el diálogo ecuménico con la Reforma.