Encuentro dominical con la Palabra

Epifanía

Invitación a la alegría

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

"Pues hacemos alegrías / cuando nace uno de nos, / ¿qué haremos naciendo Dios?" Así se expresaba un clásico, Cristóbal de Castillejo. Y, más cerca de nosotros, Jorge Guillén comenzaba otro poema sobre la navidad con esta estrofa: "Alegría de nieve / por los caminos. / ¡Alegría! / Todo espera la gracia / Del Bien Nacido".

Hoy, ya cerca del fin del tiempo de navidad, se nos muestra el círculo más grande de la alegría. Narra la Escritura que, en tiempos de Elías, hubo una sequía de unos tres años. Tras la famosa ordalía del monte Carmelo, en que el Dios de Elías vence a Baal, el profeta le dice al rey Ajab: «Vete a tu casa tranquilo, porque ya se oye el ruido de lluvia torrencial. Elías subió a la cima del Carmelo y se postró en tierra con el rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: –Sube y mira hacia el mar. El criado subió, miró y dijo: –No veo nada. Elías insistió: –Sube hasta siete veces. A la séptima, dijo el criado: –Sube del mar una nube pequeña como la palma de la mano. Elías le dijo: –Corre y di a Ajab: Engancha y márchate antes de que la lluvia te lo impida. Y en un momento el cielo se oscureció con nubes, sopló viento y cayó agua torrencialmente».

Algo así es la alegría de la navidad. Comienza con una alegría íntima, recogida, que alcanza a sólo una persona: María. El día 20 de diciembre escuchábamos estas palabras del tercer evangelio, pronunciadas por un ángel, un mensajero de Dios: "Alégrate, llena de gracia...". Casi diríamos que todavía no es un círculo humano, ni siquiera tan pequeño y reducido como la palma de la mano, el que experimenta la alegría; es más bien un punto o centro geométrico, sobre el que cae y en cuyo interior vibra este sentimiento, pero como acallado al comienzo por la turbación. El día siguiente, el 21, el gozo íntimo de María empezaba ya a propagarse: llega a la casa de Isabel, cuyo hijo salta de alegría en el vientre de su madre. Dos días más tarde, en la misa de medianoche entre el 24 y el 25, otro mensajero de Dios comunica a los pastores: "os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo". La alegría ha crecido más (ahora es grande) y se va a expandir (está destinada a todo el pueblo de Israel). Este círculo rompe va más allá del ámbito familiar y llega a todos los descendientes de Abraham, desde Galilea hasta Judea, desde Nazaret hasta Belén. Finalmente, hoy, se nos revela en el primer evangelio: los magos, al ver la estrella, "se llenaron de inmensa alegría". Ahora diríamos que la alegría es torrencial, inundatoria, y que a la vez se desborda por todas partes, pues los magos representan para nosotros a todos los demás pueblos. Es el último círculo de la alegría, un alegría que crece al repartirse y que abarca a Oriente y a Occidente, al Norte al Sur.

El motivo es siempre el mismo. A María se le dice: "Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús". Isabel exclama: "¿de dónde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor?". A los pastores les anuncia el ángel: "os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor". Los Magos se ponen en movimiento y buscan al rey de los judíos que acaba de nacer. En el círculo de los Magos estamos nosotros. Porque esa alegría se difunde en el espacio y el tiempo. Para Dios, ni espacio ni tiempo son fronteras. Él nos mira y nos alcanza a todos desde la mirada del recién nacido del seno de María. En él nos dice, como los ángeles a María y a los pastores: «no temas, no temáis. Vuestra vida es valiosa ante mí, vuestro tiempo no es una condena, sino una prenda; vuestros sufrimientos no son una maldición, sino un camino a la alegría. [Lo dijo repetidas veces el poeta José Hierro: "Ganar a costa del dolor la alta cumbre de la alegría"; y un campesino de América Latina lo formulaba así: "lo que se opone al gozo no es el sufrimiento, es la tristeza. Aunque sufrientes, no estamos tristes": vivir con gozo es vivir con último sentido, con capacidad de agradecer y de celebrar, de ser para otros y estar con otros; y bien sabéis que la alegría de la Pascua fue dada a luz en el dolor]; vuestros azares y vuestra historia pueden estar cargados de dignidad y de sentido. Hasta tal punto son preciosos y dignos que yo he querido compartirlos y hacerlos míos en mi Hijo, en Jesús. Yo quiero ser la Vida de vuestra vida y la Luz de vuestra luz. Vivid entre vosotros como hijos de la luz».

Es verdad que acontecimientos como el maremoto del Sureste asiático parecen invitarnos a poner sordina a una invitación a la alegría, que resulta intempestiva en semejantes tragedias. Nosotros, además, quizá no sabemos pronunciar esa invitación como conviene. Pero la alegría tiene muchos armónicos: no sólo la exultación, sino también el consuelo. ¡Que la visita del dolor en medio de la tragedia sea vencida por la visita de la consolación de Dios a tantos centenares de miles de personas afectadas por una conmoción tan fuerte!