Danos parte en tu victoria santa

Domingo I de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez 

 

 

Estamos en Pascua. Esta palabra significa "paso de Dios". Muy especialmente es el paso de Dios, el primer día de la semana, por un sepulcro de las afueras de Jerusalén, junto al monte Calvario. No pasó de largo, ni se fue de vacío. Se llevó consigo a Jesús. Lo rescató de la muerte. La huella que dejó su paso es una tumba vacía. Así se merece un título nuevo: "ladrón de tumbas", "saqueador de tumbas". Arrebata del sepulcro, no oro, ni plata, ni joyas, sino el tesoro más precioso que encierra: su Hijo muy amado, en el que tenía sus complacencias. Esto sólo Dios lo puede hacer. Sólo puede resucitar el que puede crear. Matar es un juego de niños, sobre todo ahora. Basta tener un fusil, o hacer estallar unos explosivos. Dar vida, sólo las madres pueden hacerlo. Devolver la vida, resucitar, es obra de Dios y sólo de Dios, del que es el Padre y Madre de todos, del Creador. Así manifiesta su divinidad. La última obra corporal de misericordia de los hombres es enterrar a los muertos. La última obra de misericordia o amor de Dios es resucitar a los muertos.

Al final de la secuencia hemos dicho: "da a tus fieles parte en tu victoria santa". Pero para tomar parte en la victoria del Señor se requiere intervenir en su combate. Todo lo que nos va haciendo personas es un don que recibimos, pero también es una conquista en que nos empeñamos. En efecto, ¿qué es la alegría? Una tristeza vencida. ¿Qué es el valor? Un miedo al que nos hemos sobrepuesto, una cobardía aplastada. ¿Qué es la fidelidad? Una victoria sobre el cansancio, sobre el peso y desgaste del tiempo. ¿Qué es la fe? Una victoria sobre la duda. ¿Qué es la esperanza? Un desánimo superado. ¿Qué es el amor? Un no rotundo al desamor, a la indiferencia, a la insensibilidad. ¿Qué es el perdón? Un no igual de rotundo a la venganza. No se malograrán esos combates. Las pequeñas victorias que obtenemos no se las llevará la trampilla.

Sin duda, el último enemigo, la muerte, sigue imperando. Y hemos de pasar por ella, como pasó el Señor. Es ley de vida y es también ley de la vida nueva. Pero esas pequeñas victorias son pregustación y como anticipo de la vida nueva. ¡Ojalá la luz pascual del Resucitado penetre en nuestro mundo emocional, en nuestros miedos, en nuestros desánimos, en las cobardías, en las tentaciones de muerte! ¡Que Él vaya sembrando vida en esos rincones! Abrámosle la puerta de par en par, para que entre el Rey de la Gloria.