Domingo I de Adviento, Ciclo B

Llamadas del Adviento

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Tres momentos, tres situaciones, tres instantáneas de la vida de una comunidad y de unas personas.

1. La primera nos pone ante un sentimiento profundo y dolorido de fracaso, de vanidad y ligereza, de vida marchita; un sentimiento profundo de lejanía de Dios, de ocultamiento del Señor; unas actitudes de indiferencia religiosa, de abandono de la palabra orante dirigida a Dios desde lo profundo, de esclavitud bajo el poder de la culpa, a la que se está adherido como a una droga dura que le va matando a uno y de la que sin embargo está colgado por completo. Son palabras de una sinceridad conmovedora: "todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento". Son una confesión sin eximentes ni atenuantes, sin paños calientes, sin autoengaño. Teresa del Niño Jesús decía también, inspirada quizá en Isaías: "Todas nuestras justicias están manchadas". Así se nos invita a no taparnos los ojos, a mirar de frente nuestros lados más oscuros, a reconocer lo que por desgracia somos y hacemos, lo que culpablemente no somos y no hacemos. Y sin embargo, en ningún instante nos hemos de dejar visitar de la desesperación. Todo ha de quedar envuelto en la frase con que comienza y la frase con que acaba esta plegaria del Tercer Isaías: "Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es ‘Nuestro redentor’"; "Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano".

2. La segunda instantánea es diametralmente distinta: "por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber... De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo". Caigamos en la cuenta de los dones que hemos recibido. Y demos gracias por ellos, lo mismo que el apóstol daba gracias a Dios al recordar la gracia que Dios había hecho desbordarse sobre la comunidad de Corinto. Pablo enumera dos de estos dones: el hablar, el saber. Cada uno de nosotros, toda la comunidad, debería hacer una lista que no tiene por qué ser exhaustiva, pero sí algo detenida y detallada de los dones recibidos de Dios. Volvernos conscientes de ello nos librará de cierta obsesión por fijarnos en los límites, en las carencias, en lo deficiente o las pobrezas. Y dará fundamento e impulso a nuestra acción de gracias: por la laboriosidad, por la sensibilidad ante el sufrimiento de las personas, por el gusto estético, por el sentido del humor, por el buen tono vital, por el cuidado y la calidad de la oración, por la eficacia en la resolución de problemas prácticos, por la alegría, por el amor abnegado de personas muy cercanas a nosotros, por el acompañamiento discreto y constante, por la creatividad.

3. La tercera situación nos remite a lo indisponible y a la vigilancia. El criado no sabe cuándo va a regresar el amo, pues es el amo quien fija su propia agenda y no tiene que atenerse a horarios impuestos por el criado; el dueño de casa no sabe cuándo va a venir el ladrón: éste deja la tarjeta de visita después de haber hecho su faena, pero no se anuncia; al contrario, lo que le interesa es que la gente esté lo más desprevenida posible; el centinela tiene que mantenerse alerta, pues el enemigo aprovechará el momento de más oscuridad y los puntos menos vigilados para penetrar en el territorio contrario. Jesús intimaba así a la gente a que no dejara pasar la hora en que irrumpiría el Reino de Dios. Ese es su aviso. No vayamos a decir luego: "¡qué oportunidad más preciosa he perdido!".