Domingo IV de Adviento, Ciclo B

Hágase en mí según tu palabra.

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

El adviento es como la contemplación de un cuadro. Después de una primera visión de conjunto, podemos demorarnos en los distintos motivos que lo componen. Un camino para esta contemplación consiste en ir desde los personajes o motivos secundarios hasta lo fundamental. Así, etapa a etapa, nos vamos acercando a su centro, a la figura a que remiten las otras, la que más poderosamente convoca nuestra mirada y sin la cual todas las demás quedan como huérfanas, suspendidas en el aire y sin razón de ser.

El domingo pasado era Juan Bautista, el que ha recibido también el nombre de precursor, quien se negaba a que nuestra atención se centrara en él. Era como una pared en que rebotan todas las preguntas para enderezar la mirada y el pensamiento hacia otro: hacia alguien que estaba ya en medio del pueblo, pero que aún no se había manifestado. Y hoy la mirada se posa en otra persona, la de la madre, la que lo va a dar a luz. Ella es para nosotros el modelo de la espera. Porque ¿quién puede esperar una criatura como la espera su madre? Pero María no es para nosotros modelo de la espera por la mera razón de que ésa (que nadie espera como una madre) sea la ley común. Es que, además, María concentra en sí la esperanza de su pueblo y con esta esperanza ofrece espacio a Jesús. Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero sí lo recibió María, que era la representante del verdadero pueblo de Dios y de los pobres de Yahwé que anhelaban la venida del Salvador.

Y es la gran figura de la espera porque antes ha sido la mujer del sí. El relato de la anunciación nos la presenta como modelo de consentimiento. Y prestemos atención: el encargo que recibe no es una diligencia que se puede despachar en un breve instante. Si alguien que está a mi lado me dice que le acerque una silla, o un folio de papel, o cualquier otra cosa, yo puedo muy bien tener ese detalle y complacerle en un instante. Y he cumplido. Sólo se me pedía un favor momentáneo. Pero a María no se le dio un recado para que lo hiciera en un soplo y pasara a otra cosa. No es lo mismo un recado que una misión, no es lo mismo un pequeño encargo que una vocación vitalicia. Porque eso es lo que se confía a María: una misión de por vida. Ser madre no se acaba nunca.

El sí primero de María, de tanto bulto, de tanta trascendencia para su vida y para la del hijo, deberá granarse y desgranarse en tantos síes menudos, o en síes de notable peso dificultad. Con gozo y con responsabilidad habrá de ir jalonando día a día su maternidad. Ahora, llevándola adelante, en la fase última de la gestación; y, más tarde, en lo que la vida reclame. Porque María no conocía el guión de la vida de Jesús y de la propia como la palma de la mano y como quien está al cabo de la calle. No sabe lo que le reserva el futuro. Puede, sí, prever las preocupaciones normales de la vida cotidiana de una familia, de un pueblo, de un vecindario que compartía tantas cosas en aquellas aldeas de Palestina. Pero la incertidumbre es su lote como el de tantas otras mujeres y madres, como el de toda persona. Deja ese futuro en las manos de Dios, y afronta cada presente con su llamada concreta y con una respuesta que detalla el sí inicial, germinal, decisivo dado en el momento en que acepta la vocación recibida.

Ella es para nosotros un modelo de escucha, de docilidad, de entrega sin reservas, de coherencia en las distintas circunstancias, en el gozo y en la preocupación, en el descanso y en los afanes, en la reflexión y en la acción, en lo bueno y en lo malo. Que ella sea también en las próximas navidades la que nos estimule a apostar por la vida, a sumar y multiplicar vida en lugar de restarla o dividirla, a contemplar el misterio del nacimiento de Jesús. El Papa Juan Pablo II ha dicho: "Cuando María concibió a Jesús, lo contempló con los ojos del corazón; cuando lo dio a luz, sus ojos de carne se posaron con ternura sobre él". También nosotros, contemplando quizá el belén o el "misterio", podremos abrir los ojos del corazón para meditar sobre la Natividad del Señor.