Domingo II de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

Paremos mientes en el párrafo final de este relato evangélico, que es la conclusión de todo el evangelio de Juan: “muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”. En estas pocas frases encontramos respuesta a tres preguntas fundamentales: ¿qué creer?, ¿por qué creer?, ¿para qué creer?

Una pequeña historia puede servir de preámbulo para responder a la primera pregunta. Mientras los padres y una invitada comían, el niño de la casa estaba jugando en el salón. Estaba montando las piezas de un mecano para construir un edificio. Un error hizo que todo el edificio que había montado se viniera abajo. El niño cogió un berrinche y, cuando todavía le duraba, le dijo a su madre: “di que sí”. La madre le pregunta: “¿a qué tengo que decir que sí?”. El niño insiste: “tú, di que sí”.  Pero la madre no cede, mientras el niño porfía. Al final, éste revela a qué tenía que decir que sí su mamá. Sencillamente, a esto: a que la propia mamá le pegara al papá. Podemos preguntar: “y ¿qué culpa tenía el papá de que se le hubiera derrumbado al niño su montaje?”. Ninguna, pero parece que así el pequeño y fallido arquitecto se desquitaba del fracaso que había tenido con su juguete. Otro tenía que pagar el pato. No iba a ser él el único que sufriera. Que se fastidiara también su padre. Y para colmo, tenía que ser la madre la agresora.

Pues bien, al creyente no se le apremia una y otra vez a decir que sí sin que sepa a qué tiene que prestar su conformidad. El evangelista dice claramente a qué hemos de asentir: se nos propone creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Con esta respuesta tan escueta no queda despejada por completo la pregunta, pues necesitamos ahondar en el significado de esa confesión, pero por lo menos ya conocemos la dirección de la respuesta. Se nos invita a creer que Jesús es el Hijo mismo de Dios enviado por el Padre.

La segunda pregunta que nos formulamos es: “¿por qué he de creerlo? Yo no tengo el apoyo de la visión que tuvo Tomás. Yo no he visto a Jesús resucitado. ¿Es que he de prestar una adhesión a ciegas? No me parece razonable. Es como lanzarse desde un trampolín a una piscina sin antes tener averiguado si está vacía o está llena. ¿Cómo me voy a arriesgar a algo así? No es sensato”. La respuesta que nos daría el evangelista es la siguiente: “lee este libro. Está escrito por un testigo directo, presencial. En él se narra una breve serie de signos que realizó Jesús, en los que se acredita como el Hijo de Dios. Que este evangelio no sea para ti un libro con las páginas sin cortar. Ábrelo y contempla todas las señas de identidad que Jesús presenta en él. Este libro es como su documento de identidad. No está falsificado. Está protegido contra toda escritura falsa. Se te ha transmitido de mano en mano hasta ti con sumo cuidado para que te llegue lo más intacto e incontaminado que quepa. Tengo  más respuestas a esta segunda pregunta, pero de momento toma ésta que te ofrezco, toma este libro y escudríñalo, aunque no te resultará siempre fácil familiarizarte con mis claves”.

La tercera pregunta era ésta: “¿para qué creer que Jesús es el Hijo de Dios?”. El mismo evangelista nos da la respuesta: “para que tengáis vida en su nombre”. Porque él es el que vive, el que estaba muerto y vive por los siglos de los siglos, el que tiene las llaves de la muerte y del abismo. ¿Amas la vida? ¿Quieres vivir? ¿Quieres que tu vida no se malogre? Adhiérete a él, entrégate a él, como Tomás. Dile de pensamiento, de palabra y de obra: “¡Señor mío y Dios mío!”. Acércate a la mesa de su palabra y de su pan, porque él tiene palabras de vida eterna y quien come de este pan vivirá para siempre: él lo resucitará en el último día. Sí, él realizará en el que cree los signos que narra este evangelio y le hará entrar en comunión con él. Le comunicará su paz: “la paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27; cf 16,33); le dará parte en su alegría: “para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a su plenitud” (Jn 15,11; cf 16,22;17,13). Es la alegría que conocieron los discípulos aquel primer domingo de pascua, cuando recibieron el saludo del Señor resucitado. Le dará, en fin, su palabra, su mensaje, su verdad, que son la palabra, el mensaje, la verdad de Dios mismo (Jn 17,8.14). Le dará su gloria: “yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros” (Jn 17,22). Le dará su Espíritu (Jn 16,7).

Jesús, que se hizo presente en el cenáculo estando las puertas cerradas, no puede entrar en ti si tú no le franqueas el paso. Él llama con los nudillos a tu puerta. Sólo si tú le abres con la llave de tu fe podrá tener su morada en ti y podrá comunicarte sus dones.