Rasgos de la fe cristiana

Domingo II de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez   

 

 

Somos creyentes. Por eso nos reunimos hoy, como nos reunimos los demás domingos. En este segundo domingo de Pascua, lo mismo que los discípulos que estaban congregados –esta vez con Tomás– nos vemos invitados por la palabra de Jesús a profundizar sobre la fe. Podemos destacar, al hilo de las tres lecturas, tres rasgos de la fe cristiana.

El primero lo destaca el evangelio: la fe no pone condiciones. No la entendía así Tomás, que para creer el testimonio de los demás discípulos. Pone una lista de condiciones bien precisas y exigentes. Cuando decimos que la fe no pone condiciones no queremos dar a entender que es un gesto arbitrario, irracional, que uno realiza según le dé el aire. El creyente tiene sus razones, sus buenas razones para creer. El final del evangelio lo muestra bien a las claras: alude a los signos que hizo Jesús, y a través de los cuales manifestó Jesús quién era. Pero una cosa es que la fe tenga sus razones y otra es poner condiciones a Dios para creer. Una escritora francesa, Simone de Beauvoir, escribe en sus Memorias: “una noche requerí a Dios para que, si existía, se declarase. Se quedó callado. Ya no volví a dirigirle la palabra”. Pero Dios nos habla a través de las obras de su creación, de los signos de su salvación (especialmente a través del gran Signo que es Jesús en toda su manifestación), de la acción de su Espíritu en nosotros para percibir a Dios en sus obras y signos. La presencia de Dios es real, aunque pueda parecernos elusiva, como elusivo era también el Resucitado, que no se dejó retener por María Magdalena. A lo que se nos invita a entrar en la lógica de Dios, a escudriñar los signos que deja de su verdad. Ésa es la relación adecuada de fe, que averigua esas señales y se entrega por completo, como hace Tomás en su confesión de Jesús como Señor y como Dios.

El segundo rasgo de la fe es que ha de ser enteriza. La segunda lectura os ha podido resultar algo extraña. Sobre todo las frases finales: «éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre». Al parecer, entre los primeros cristianos había algunos que, si no ponían condiciones, sí ponían límites. Venían a decir: “Dios se ha manifes­tado en el bautismo de Jesús y en la historia sucesiva; pero donde no ha podido manifestarse es en la muerte de Jesús”. Consideraban que ese episodio era absurdo, y que el Cristo de lo alto, que se había unido al carpintero Jesús de Nazaret, habitó en él durante su ministerio, pero lo abandonó en su pasión. De ahí que el autor de la carta que se ha proclamado en segundo lugar dice que no sólo vino con agua, sino con agua y con sangre. Porque Jesús es el hijo de Dios también en el momento de su muerte y es precisamente en ese momento donde nos manifiesta hasta qué punto se ha hermanado Dios con nosotros.

Por último, la fe es un asunto personal, sí, pero es también un asunto más que individual: es algo comunita­rio, eclesial. La fe nos hermana a unos con otros y se traduce en muchas formas de convivencia, de ayuda mutua, de cooperación en la misión. Hace algunos meses había en España un anuncio de cierta marca de güisqui que decía: “Dick une”; quizá sea verdad. Lo que nosotros decimos es que la comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo nos une a él y nos une a unos con otros. Ése es el contenido de la primera lectura, que nos presenta una imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén. Había comunidad de pensamientos y sentimientos y comunidad de bienes.