Encuentro dominical con la Palabra

Fiesta del Bautismo del Señor, Ciclo A

Bautismo de Jesús

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Entrar en el Jordán

También Jesús tuvo su paso del Jordán. Antes lo habían tenido los israelitas que entraron en la tierra de promisión. Y Juan Bautista se colocó allí, en el Jordán, llamando al pueblo a que volviera otra vez al desierto, se situara de nuevo en una situación de frontera, renaciera atravesando el Jordán y bautizándose en él, iniciara un camino de conversión. Sólo así podría Dios tener compasión de él y ofrecerle de nuevo los dones que trae consigo su Señorío.

César cruzó el Rubicón, y dijo: "la suerte está echada". No había vuelta atrás, se lo jugaba el todo por el todo: la gloria o el desastre. Jesús cruzaría también el umbral de una vida nueva. No era la suerte la que estaba echada, él no lanzó ningún dado al aire, ni dijo que la fortuna ayuda a los audaces. Más bien se dejó llevar por el Espíritu bueno que lo conduce con suavidad y con fuerza. Pero tampoco para él había vuelta atrás. El acontecimiento bautismal es su consagración, que le da una identidad y una misión. Ahí están comprendidos e imbricados el ser y el hacer de Jesús. Ha crecido en edad, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres, y ahora ha llegado el momento crucial de dar ese paso decisivo.

Se ha cerrado una etapa. No tiene sentido volver la mirada atrás, ni es ya tiempo de recostar la cabeza en la mullida almohada del hogar seguro, ni continuar enterrando a los muertos. Hay una urgencia interior que no deja espacio a la nostalgia de la casa familiar, que impide aplazamientos y cavilaciones. No podemos ver a Jesús presa de la indecisión o la duda. Todo él, todas sus capacidades, todas sus energías se han de concentrar en la misión que El Espíritu se cierne sobre él dando alas al pensamiento y a los pies de Jesús para que pueda asumir el nuevo empeño con el ser entero y todas las veras del alma.

Ésta puede ser una invitación que se nos hace desde aquí: cierra etapas en tu vida, no te quedes varado o empantanado en la niñez, o en la adolescencia, que ya no eres un crío ni una niña. No tengas tal nostalgia de ese pasado que te reste decisión y energías para afrontar los empeños que ahora tienes ante ti. Ese pasado ha de ser tu trampolín, no la trampa que te tiene aprisionado. Deja de ser ese viudo o esa viuda que hay en ti que ya es tiempo de acabar el duelo, de dar gracias por lo vivido y de abrirse a las nuevas llamadas que te esté dirigiendo la vida, o, más a fondo, esas llamadas que te dirige el Señor. Ponte ante él y pregúntale: "Señor, ¿qué quieres que haga? Voy a levar anclas: ¿dónde me mandas a faenar?".

Quizá podemos aprender de María esta misma lección: primero tuvo que hacer el duelo de José, y más adelante hace el duelo de Jesús, un duelo que le dura poco, pues desde la misma cruz recibe un nuevo encargo: "Ahí tienes a tu hijo". No sólo fue el discípulo el que a partir de ese momento recibe a María entre sus cosas más preciadas; también lo hace María. La vemos acompañando a la primera comunidad, según nos recuerda el comienzo del libro de los Hechos. Si a cada día le corresponde y le basta su afán, lo mismo sucede con cada etapa de la vida.

Y también con cada etapa en la vida del Espíritu. No podemos decir: "me quedo en las primeras moradas. Soy persona de buen conformar y no pido más ni atiendo a más". A quien diga eso quizá haya que pronosticarle: "acabarás saliéndote del castillo interior".