Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Un amor que corre riesgos

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

"Donde no hay amor, pon amor, y recibirás amor": Es uno de los dichos de luz y amor de San Juan de la Cruz. ¿Descubrió él la verdad de esta máxima por propia experiencia? ¿La encontró en la tradición, en el mismo evangelio? Quizá no podamos saberlo. Lo cierto es que vemos cómo se cumple en la historia que nos ha narrado el evangelio de hoy.

Podemos presumir que Zaqueo era un hombre mal visto. En Jericó, y probablemente en sus entornos, este jefe de recaudadores de impuestos se habría aprovechado de su función para enriquecerse ilícitamente. Además, era un colaboracionista al servicio del Imperio maldito; el Imperio romano. Se comprende que la gente tuviera hacia él un haz de sentimientos hostiles: desde la envidia por su riqueza, pasando el desprecio por su baja estatura, hasta la irritación por su trabajo y el odio por sus abusos; entendemos perfectamente que le hicieran el vacío. Si se sube a la higuera no es sólo porque sea pequeño de estatura; prefiere estar discretamente ahí a que la gente lo increpe y lo eche a empellones si se pone en la fila.

Jesús también lo conoce. Puede compartir algunos juicios de la gente sobre él; pero no comparte su animadversión. Tiene el gesto provocativo de invitarse a su casa. Eso no puede caer bien; es como un desplante hacia las personas honradas. Se comprende también que murmuren contra Jesús. Es como si le dijeran: "si te sientas a la mesa de ese hombre, no tienes parte con nosotros".

Pero Jesús ha puesto amor donde no había amor. Esa es su apuesta. A través de sus decisiones y sus gestos pone en juego su misma "honorabilidad", o por lo menos la buena voluntad de la gente hacia él. Lo hace al servicio de la misión que ha recibido del Padre. No quiere que los otros encadenen su libertad de acción: "si en tu trato con los publicanos te conduces conforme mandan las reglas y usos sociales, te aceptamos; si no, atente a las consecuencias".

Quizá es ese riesgo lo que hace recapacitar a Zaqueo: éste hombre, invitándose a mi casa, se arriesga a que los demás murmuren de él y le vuelvan la espalda. ¿Cómo es posible que, en vez de descargar sobre mí el peso de su autoridad moral, haya tomado públicamente una iniciativa como la de entrar en la vivienda de un hombre malquerido? Quizá ahí, en ese gesto por el que Jesús pone amor donde no hay amor, se encuentra la clave de la reacción inesperada de Zaqueo: "daré la mitad de mis bienes...". El amor de Jesús no es una simpatía hacia la gente "buena", o a los que son tenidos por honorables. Es un amor caro: Jesús paga un precio por el atrevimiento que tiene de acercarse a ese hombre. Es un amor que dignifica a la otra persona. Es un poder que rescata lo perdido. Es una libertad que despierta lo mejor, pero quizá lo más aplastado, que duerme en otras libertades. Un amor que paga su precio, que corre sus riesgos, que no sabe cómo van a responder unos y otros, que quizá se encuentre solo, abandonado por la irritación de unos y por la ceguera, la cobardía o el egoísmo de aquel por quien se ha arriesgado. Esta vez se produce el milagro. Y es que, cuando uno se sabe amado así, puede romper en un arranque de gratitud que se desborda como se desbordó la gratitud de Zaqueo.

A través de esta historia conocemos algo mejor el alma de Jesús, conocemos algo mejor el misterio de Dios.