Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Uno solo es vuestro Maestro

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Las palabras de Jesús van dirigidas de modo especial a los dirigentes de la comunidad, a los responsables de la Iglesia. Tres pequeñas historias pueden servirnos de comentario a las llamadas y avisos de Jesús que hemos escuchado en el evangelio de hoy.

1. El dirigente no debe ser un capataz que da órdenes para que las ejecuten otros para y controlar luego su exacto cumplimiento. Se cuenta del rey italiano Víctor Manuel II que en cierta ocasión dirigió una arenga a los soldados. Parece que terminó con estas palabras: "¡Armémonos... y partid!", mientras él se quedaba confortablemente en su palacio. Hemos de ir por delante con el ejemplo, en lugar de dar órdenes a diestro y siniestro. Y hemos de presentar el evangelio como buena noticia de vida, no como una exigencia que agobia y angustia. El apóstol Pablo, que se desvivía por las Iglesias de la manera que nos ha referido él mismo, decía en otro lugar: "sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Y en una carta del apóstol Pedro se les dice a los presbíteros que se conviertan en modelo de las comunidades que han sido confiadas a su cuidado. De lo contrario, se dirá: "si el cura va a peces, ¿a qué no irán los feligreses".

Y es que sólo sabrá mandar de verdad quien ha sabido obedecer de verdad. Y justamente por eso podemos reconocer a Jesús como nuestro Señor: porque él obedeció a su Padre desde el comienzo hasta el final de su vida, de punta a cabo. Su alimento era hacer la voluntad de su Padre. Esta condición es la que le da autoridad. Porque él ha aprendido, a través del sufrimiento, a obedecer. Él es ese Gran Mediador que puede compadecerse de nosotros, sus hermanos, porque ha pasado por los trances por que pasamos nosotros.

2. San Agustín, siendo obispo de Hipona, les decía a los cristianos de la ciudad: "para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano; para vosotros soy instructor, con vosotros soy discípulo". Él se consideraba un aprendiz, no se quería interponer como una pantalla entre los cristianos y su verdadero Maestro, que es Jesús. Un dirigente se tendrá que sentar en la cátedra de Pedro, o en la cátedra episcopal; pero también se tiene que sentar en el pupitre, con el sentimiento de que tiene mucho que aprender y con verdadero deseo de aprender. Nadie ha llegado a la verdad completa, todos estamos en camino, todos hemos de acudir día tras día a la escuela de la Palabra, todos hemos de escuchar al Espíritu que inspira en el interior de la persona y que puede hablarnos por medio de los otros. Hasta un niño pequeño puede darnos lecciones. De ahí que san Benito exhortara a los monjes a que escucharan con mucho respeto a los novicios y principiantes, pues por ellos puede hablar el Espíritu Santo. — Sólo podrá enseñar de verdad quien ha sabido aprender de verdad; sólo quien ha sido verdadero oyente y discípulo de la verdad podrá ser un comunicador menos indigno de la verdad. Y como el aprendizaje no es una etapa que se puede dejar atrás, sino que nos ha de acompañar como la propia sombra, podemos formular en presente lo que decíamos en futuro y en pasado: "sólo puede enseñar de verdad quien sabe aprender de verdad, quien sigue siendo oyente y discípulo".

3. La tercera historia remacha la anterior. Nos la cuenta Santa Teresa de Jesús. Un inquisidor, que respondía al nombre de Valdés, prohibió en 1559 los libros espirituales en lengua romance. Sólo se podían publicar en latín. Como Santa Teresa, gran apasionada de la lectura, desconocía el latín, se iba a quedar sin libros de lectura que apreciaba mucho. Pero Jesús le susurró al oído: "No tengas pena, que yo te daré libro vivo". Y es que Jesús y su Espíritu Santo son nuestro maestro interior, que no puede ser suplantado ni sustituido por nadie. No seamos, pues, perezosos: tenemos al maestro en casa. Pidámosle que nos enseñe, que nos haga participar más de su sabiduría. Y seamos discípulos aplicados.

Con estas palabras del evangelio de hoy no se les niega una misión a los dirigentes de la comunidad cristiana; sencillamente, se les indican los peligros que se ciernen sobre ellos. Se los llama a adoptar una actitud de escucha y una actitud de servicio.