Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Está cerca, a la puerta

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Las palabras de este evangelio pertenecen a lo que los estudiosos de la Escritura llaman “discurso escatológico”. En un lenguaje que nos resulta extraño, Jesús dirige a los discípulos una llamada a la fidelidad y a la vigilancia. Y esto también es evangelio. En efecto, el evangelio comprende al menos tres tiempos distintos, tres clases distintas de palabras y de experien­cias.

Una primera clase está formada por palabras que invitan a la alegría, o por experiencias de fascinación y de temor sagrado. Pensad en el saludo del ángel a María: “Alégrate, llena de gracia”; pensad también en la experiencia que tienen los discípulos en el Tabor, viendo a Jesús transfigurado y escu­chando la voz del Padre. Nosotros mismos hemos podido experimentar en ocasio­nes una alegría y una paz profunda, esa alegría y esa paz que no pueden dar el mundo y que son un don del Espíritu.

A la segunda clase pertenecen los mensajes que hablan de la misericordia y del perdón de Dios. Cuando no hemos torcido nuestro camino, cuando hemos querido construir nuestra vida al margen de Dios, cuando no hemos sido humanos, cuando hemos hecho daño y nuestro corazón nos acusa, (qué fortuna más grande la de escuchar una palabra que nos dice: “Tus pecados te son perdonados. Aunque tu corazón te acusa, Dios es más grande que tu corazón. Dios es misericordia entrañable. Vete en paz, y en adelante no vuelvas a pecar”! El evangelio es ese mensaje que nos dice que podemos acogernos a un poder capaz de rehacer desde el fondo nuestras vidas, capaz de recrear, de darnos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. A poco que conozcamos lo que Jesús hizo y dijo, descubrimos esa verdad que consuela y que impide que nos abandonemos a la desesperación y a la amargura, que se adueñe de nosotros una sorda voluntad de des­truirnos a nosotros mismos. Sí, al pecado se le llama con su nombre, no se le buscan excusas de ningún tipo, no se recurre a falsos tranquilizantes. Pero se nos invita a cruzar las puertas de la esperanza y a acogernos a aquel cuyo poder más grande es el de perdonar  y el de recrear en lo más profundo nuestro corazón.

Y a la tercera clase pertenecen los mensajes que hablan de las dificul­tades, de los dolores y pruebas que se presentan en momentos de la vida o en situaciones de la historia de un pueblo, o en el destino de los hombres. Para afrontar estos momentos de crisis se nos dirigen unas llamadas a la fidelidad y a la vigilancia que aparecen en este capítulo 13 del evangelio de san Marcos, del que está extractado el pasaje que hemos leído. El mensaje del evangelio nunca es catastrofista, ni siquiera cuando habla de catástrofes. Y, así, las lecturas de hoy no son catastrofistas, porque nos presentan a los que han vivido con una sabiduría tal que los hace dignos de brillar como el fulgor del firmamento, a Cristo como el vencedor que espera que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies, al Hijo del hombre que viene sobre las nubes y reúne a sus elegidos de los cuatro vientos. Pero nos invita a estar despier­tos, a no dejar que corra en vano el tiempo de nuestra vida, a estar alerta y no dejar pasar las ocasiones en que el Señor llama a nuestra puerta. Pudo haber en otro tiempo una machacona insistencia de los predicadores en aquello que llamábamos las verdades eternas (la muerte, el juicio, el infier­no). Como ahora puede haber olvidos y silen­cios que no nos ayudan a darnos cuenta de la seriedad del vivir. (Ojalá nos conceda el Señor la gracia de saber integrar en nuestra experiencia creyente los distintos elementos que la integran!

Hay, pues, un tiempo del anhelo, de la experiencia de lo fascinante y de lo estremecedor, de la experiencia de la alegría. Hay también un tiempo de la experiencia del perdón, en que se escuchan palabras de misericordia. Y hay un tiempo de decisión.