Domingo XXII del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Apártate de mí

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Hay distintas formas de cruzarse en el camino de una persona. Así, cuando alguien quiere penetrar en el dominio ajeno, invadir el territorio de otro, la persona o la nación que se siente invadida trata de pararle los pies y cortarle el paso. Le puede tender una emboscada, o le puede plantar cara en terreno abierto y a plena luz del día. Se interpone así como una barrera que no deja paso franco.

Cuando un padre o un educador ve que se le tuerce un hijo o un educando, va a su encuentro, o lo llama a capítulo, y probablemente consiga que enderece su rumbo. Todos conocemos, probablemente, casos de ese tipo.

Pero no siempre actúan los padres así. Otras veces puede suceder que un hijo siente una inclinación especial a hacerse trabajador social, o cura, o, ella, monja, y los padres, sea con habilidad, sea por la fuerza, imponen su propio criterio y lo apartan del camino que quería emprender. Hay una película en que la oposición paterna a lo que el hijo sentía como su vocación personal (ser actor de teatro) tiene un desenlace trágico. Quizá la hayáis visto: El club de los poetas muertos. Probablemente el guionista de la película cargue demasiado la mano y el planteamiento sea en exceso estridente. Pero el hecho es innegable: hay padres que se interponen en el camino que los hijos sienten como una vocación, como algo para lo que están hechos. San Jerónimo daba a un compañero suyo un consejo tremendo: per calcatum perge patrem ("marcha por encima de tu padre", traducido con suavidad).

Hay también voces seductoras que se ponen a la orilla del camino y tiran de nosotros hacia el valle ameno en lugar de impulsarnos a subir la cuesta. Tiran de las tendencias menos sanas que hay en nosotros: inclinación a la comodidad, el oscuro deseo de que nos oculten una verdad demasiado dura y penosa para nosotros, el miedo a que nos digan que no hay otro remedio para nosotros que lágrimas, sudor y sangre. Hace unos años lo señalaba un analista político en relación con los argentinos: ¿se dejarán seducir de nuevo por voces que encubren la gravedad de la situación económica y social, o harán caso de quienes los urjan a emprender un sendero largo y penoso para rehacer el país?

Las personas que nos cortan el paso o que tiran de nosotros en la falsa dirección lo pueden hacer con buena voluntad, como parece que sucede en el caso de Pedro y Jesús. Llega el maestro a una encrucijada de su camino vital y el discípulo se le planta delante cerrándole el paso. Pero Jesús no cede a la tentación del discípulo. No era precisamente un novio de la muerte. Tener que subir a Jerusalén no era ni un paseo agradable ni una marcha triunfal. De ahí que sienta las palabras de Pedro como una tentación. Pero era Hijo de Dios y la fidelidad al encargo del Padre podía tener consecuencias dolorosas. No quiso ser un héroe nacional fascinante, pero a la postre desastroso (Tillich). El de Jesús es un mesianismo de los pobres, un mesianismo del servicio.

Como seguidores de Jesús, también toparemos con obstáculos. Habrá que bordearlos o, sencillamente, apartarlos de enmedio.