Domingo VI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Las Bienaventuranzas

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

Quizá las bienaventuranzas son, junto con el Padrenuestro, los dos únicos textos evangélicos que aprendíamos de memoria en la catequesis. Hay dos versiones de las primeras: la larga, en el evangelio de Mateo, y la corta, en el evangelio de Lucas. Además, en este último evangelio, van seguidas de las malaventuranzas.

Que se nos obligara a aprender de memoria las bienaventuranzas da a entender la importancia que se les atribuía. Del padrenuestro decían algunos Padres de la Iglesia que es un compendio del evangelio. Parece que de las bienaventuranzas podemos decir lo mismo. Pero el compendio puede necesitar todo el evangelio para entenderlo bien. Y, sin exagerar mucho, podemos decir que eso es lo que sucede en este caso. Porque el mensaje de las bienaventuranzas aparece de variadas formas en el tercer evangelio. Así, ya en el capítulo primero, encontramos el canto de María, el Magnificat. En él se dice expresamente: “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. En el capítulo 16 se nos narra la parábola del hombre rico que banqueteaba espléndidamente y vestía las mejores telas confeccionadas por los mejores modistos de la época; a la puerta de su casa había un pobre, Lázaro, que no tenía con qué alimentarse. Estaba a dos pasos de la casa del rico y a pocos metros de la mesa en que se servían manjares deliciosos. Pero estaba también a una distancia enorme, pues su situación no tocaba la sensibilidad del rico. La segunda parte del relato nos cuenta la distinta suerte que corren uno y otro tras la muerte. Más adelante, en el capítulo 19, se narra, no ya una parábola, sino una historia concreta protagonizada por Jesús y Zaqueo. Éste lo recibe en su casa y hace un brindis magnífico, que revela su conversión.

Basta con los ejemplos que hemos espigado: las sentencias del canto de María, la parábola del rico anónimo y de Lázaro el pobre, la historia verídica de Zaqueo y Jesús son comentarios de las bienaventuranzas. Nos hablan de Dios y nos hablan de nosotros. Hablan de la acción de Dios más allá de esta historia nuestra, cuando Dios, en su gloria, colma de bienes a los hambrientos. Hablan de la acción de Dios en nuestra historia, cuando toca la sensibilidad más honda de Zaqueo y éste responde con un compromiso público que expresa su conversión: se obliga a despojarse de la mitad de sus bienes y a dárselos a los pobres. Hablan así de la acción nueva que Dios suscita en las personas que se convierten y comparten su fortuna, para alegría de los necesitados.

El tercer evangelio refiere también la comunión de bienes y de mesa que se da en el grupo de seguidores y seguidoras de Jesús, en la comunidad de Jesús. Al comienzo del capítulo 8 se mencionan los nombres de varias mujeres que contribuyeron con sus bienes a las necesidades de este grupo del que ellas mismas formaban parte.

Todas estas son historias que aluden a la dicha de los pobres, a la dicha de los discípulos que comparten, a la dicha de conversos como Zaqueo, a la malaventuranza de quien se cierra al don y a la llamada de ese tiempo nuevo que trae Jesús con su persona, su anuncio sobre el Reino de Dios, sus acciones que curan a los enfermos, rehabilitan a los marginados y bendicen a los niños; en una palabra, que dan alegría a los que lloran. Nosotros pertenecemos a esos tiempos mesiánicos. Nuestra vocación es también a la alegría y a beber en la únicas fuentes de la verdadera alegría: la de ser alcanzados por la bondad y la misericordia, la de actuar con misericordia.

Cuando en el Padrenuestro pedimos a Dios que venga su reino y que nos dé nuestro pan de cada día, queremos acoger su amor que obra en nuestra historia y nos comprometemos a ser una comunidad y unas personas abiertas a los gestos de dar y también de recibir.