Domingo I de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

¿Os habéis fijado bien? Cada respuesta de Jesús iba precedida de unas breves palabras: “Está escrito”, “está escrito”, “está mandado”. ¿Dónde está escrito y mandado? En unos libros que los judíos llamaban “la Ley”. Más precisamente, en uno de los libros de esa colección: el Deuteronomio.

El evangelista nos viene a decir: “¿Veis? Jesús no era hombre que tuviera el libro de la Ley para decorar una estantería. Tampoco era la Toráh para él un texto que se estudia al modo de los eruditos, que quieren averiguar cuándo se escribió, de qué fuentes se sirvió el autor para componerlo, qué situación social y religiosa se daba en aquel tiempo, qué vocabulario emplea y tantas cosas más. Todo eso está muy bien, y nos ayuda a comprender mejor los contenidos del libro, pero todo eso es insuficiente. El libro de la Ley, como los libros de los profetas y los restantes escritos, se nos ofrece como un libro para vivir. Y aquí lo vemos, en las réplicas de Jesús al tentador: con tres palabras del Deuteronomio contrarresta las insinuaciones del espíritu malo”. Algo así nos podría estar sugiriendo el evangelista al citar esos pasajes.

No es la única ocasión en que Jesús remite a las Escrituras sagradas de su pueblo. En otra oportunidad, por ejemplo, dice a sus críticos: «A ver si aprendéis qué quiere decir eso de “misericordia quiero, y no sacrificios”» (Mt 9,13, citando Os 6,6). Él encarna en sí todo ese conjunto de actitudes y valores. O los prolonga y radicaliza, como hace en el Sermón del monte.

Más adelante descubrirán las comunidades cristianas hasta qué punto la historia de Jesús se relaciona con las Escrituras. Cuando leen estos libros con ojos cristianos, empiezan a ver cómo se cumplen a la perfección en Jesús palabras esenciales de los profetas: “la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará” (Mt 12,20=Is 42,3); “tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras flaquezas” (Mt 8,1= Is 53,4); “sus heridas nos han curado” (1 Pe 2,24=Is 53,5); “mi siervo justificará a muchos”. Serán sobre todo los cantos del siervo de Yahvé, que figuran en el segundo libro de Isaías, y las  intuiciones de algunos salmos los lugares en que encuentren los cristianos vislumbres de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Un rabino de Roma, Eugenio Zolli, se hizo católico al comparar los cantos de Isaías y la pasión de Jesús.

Nos podemos preguntar: ¿qué es para mí la Escritura que se proclama cada día y especialmente cada domingo en la liturgia? ¿Es un libro que me enseña a vivir, a hacer opciones, a tomar decisiones, a aclararme a mí mismo, a expresar mis sentimientos y mis afectos? ¿Puedo decir con cierta verdad: “lámpara son tus palabras de la Escritura para mis pasos, luz en mi sendero”? ¿Es el libro de los salmos, como decía siglos atrás un escritor cristiano, una palestra o escuela en que educo y cultivo mis afectos?

Recordamos unos versos de León Felipe: “Había un hombre que tenía una / doctrina. Una doctrina que llevaba en el / pecho (junto al pecho, no dentro del pecho), / una doctrina escrita que guardaba en el / bolsillo interno del chaleco. / La doctrina creció. Y tuvo que meterla en / un arca, en un arca como la del Viejo / Testamento. / Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una / casa muy grande. Entonces nació / el templo. / Y el templo creció. Y se comió el arca, al / hombre y a la doctrina escrita que / guardaba en el bolsillo interno / del chaleco. /[¡Atención a esto!] Luego vino otro hombre que dijo: El que / tenga una doctrina que se la coma, / antes de que se la coma el templo; / que la vierta, que la disuelva en su sangre, / que la haga carne de su cuerpo... / y que su cuerpo sea / bolsillo, / arca / y templo”.

Ese segundo hombre, ese hombre nuevo, era Jesús. Ese segundo hombre puedes ser tú. Serás un hombre nuevo. Tu libro es el Nuevo Testamento. Tu libro es también el Antiguo Testamento. Tu libro es Jesús mismo, tal como te lo enseña a leer el Nuevo Testamento y te ayuda a leerlo el Antiguo Testamento. Cómete ese libro, porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra/de la Palabra que sale de la boca de Dios. Este tiempo de Cuaresma puede ser una oportunidad especial para el encuentro con la Palabra que nos habla desde ese libro.