Domingo I de Cuaresma, Ciclo A

Si eres hijo de Dios

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Si eres hijo de Dios

Emprendemos el camino de la Cuaresma. Nos quiere conducir a lo esencial, lo mismo que Jesús fue llevado al desierto para penetrar más a fondo en su verdad y confirmar sus opciones decisivas. Éste de Cuaresma es también para nosotros un tiempo en que podremos aclarar en qué consiste para nosotros ser hijos de Dios y cuáles son las opciones que hemos de ratificar solemnemente en la vigilia pascual.

¿Qué quiere decir la expresión "Hijo de Dios" que aparece una y otra vez en el evangelio de este primer domingo de cuaresma? ¿Significa ser alquimista, descubrir la "piedra filosofal", disponer del código genético y del elixir de la vida, perforar y dominar el último secreto de las cosas? ¿Ser funámbulo que se lanza desde el alero y cae de pie, sin hacerse una magulladura, sin despeinarse siquiera; ser el máximo Superman de la historia, dominar el secreto último de los ángeles, invulnerables e inmortales? ¿Dominar el secreto último de los hombres y las mujeres, de pequeños y mayores, de la gente toda, como el señor Grenouille, el protagonista de la novela "El perfume", aunque para lograrlo uno tenga que vender (poco o mucho, si es que se puede trocear) el alma al diablo?

Al igual que Jesús, nosotros podemos emplear el arma de "la Palabra de Dios" para vencer la tentación, el tirón de ídolos deslumbrantes que quieren engañarnos sobre lo que es vivir como hijos de Dios. Esa Palabra nos enseñará e impulsará a aceptar más a fondo nuestra condición de criaturas, a afrontar el trabajo cotidiano con que ganarnos el pan, a no reducir nuestras necesidades a los bienes de esta tierra sino a alimentarnos día tras día de esa misma Palabra que nos da vida y nos comunica la verdad.

La Palabra nos enseñará a vivir en sencillez, a no ser esclavos de la "imagen", a no maquillar nuestro personaje social con falsas apariencias; y nos enseñará también a no pretender de Dios que nos libre de todo percance y nos prodigue cuidados especiales para que en la vida todo vaya como una seda y todo salga a pedir de boca.

Finalmente, la Palabra nos enseñará a optar por Dios como nuestro único Señor: sólo Él merece nuestro reconocimiento pleno, nuestra entrega, nuestra obediencia y disponibilidad. El hijo de Dios es el que quiere colaborar con Él para que su designio de salvación se realice entre la gente. Ésta es la dignidad que su Padre le confiere: la de contar con él. De ahí que la confianza y la obediencia sean los dos rasgos que caracterizan al hijo de Dios. Le ha de preguntar como Pablo a Jesús: "Señor, ¿qué quieres que haga?".

Que Dios nos conceda en este tiempo cuaresmal crecer en el conocimiento de lo que somos y en la disposición a ahondar nuestras opciones.