Domingo II del Tiempo Ordinario, Ciclo B

¿Qué buscáis?

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

“¿Qué buscáis?”: son las primeras palabras de Jesús en el cuarto evangelio. El maestro se vuelve a los dos discípulos de Juan que lo siguen y entabla un breve diálogo abierto con esa pregunta.

El mismo evangelio, al comienzo de la historia de la pasión-resurrección, muestra a Jesús en Getsemaní. El Maestro sabe que se acerca el destacamento de soldados, sale a su encuentro y les pregunta: “¿A quién buscáis?”. Ellos contestarán: “A Jesús de Nazaret”, y él se identificará ante ellos.

Queda otro episodio en que plantea la misma pregunta. María Magdalena llora junto al sepulcro. En un determinado momento, Jesús aparece a su lado, pero ella no lo reconoce. Él le pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando?”.

Quizá haya algún otro pasaje en que figura el mismo interrogante. Pero podemos quedarnos con los tres que acabamos de señalar. Al punto notamos la diferencia entre las distintas búsquedas que se narran. El destacamento de soldados va, efectivamente, en busca de Jesús. Tiene una orden de busca y captura. Extrañamente, es Jesús mismo que sale al encuentro de los soldados, quien pregunta, quien se identifica ante la patrulla. ¿Por qué? Porque, incluso en su pasión, es Jesús quien tiene la iniciativa. Ya lo había dicho: “Nadie me quita la vida. La doy voluntariamente. Está en mi mano desprenderme de ella y está en mi mano recobrarla”. Así nos enseña el evangelista a contemplar a Jesús: como el que en el fondo lo controla todo, como aquel sin cuyo permiso expreso no se cae un solo cabello de su cabeza, como aquel que en su obrar y en su padecer es dueño perfecto de su vida y destino. No está sin más sujeto a las circunstancias, ni se halla a merced de ningún poder humano; si deja que actúen sobre él es porque se somete por completo a otra voluntad: la de Dios. Él mismo lo revela a continuación de las palabras que hemos citado sobre el don voluntario de su vida. Dice expresamente: “Este es el encargo que me ha dado el Padre”.

María Magdalena busca a Jesús, pero no busca bien. Lleva retrasado el reloj de su fe, está retenida en el viernes y el sábado santo, aún no ha amanecido para ella el día del Señor y su estado de llanto le impide reconocer a Jesús. Él la prepara para el encuentro con esas primeras preguntas. Conecta con su situación antes de sacarla de ella, antes de sacarla de su error, de su búsqueda extraviada y ya sin objeto. Y tras escucharla se le revela. Nos sucede también a los discípulos de hoy: que no sabemos buscar, que no tenemos sincronizado nuestro reloj con el de Dios, que lo hemos perdido en parte y nos hemos perdido a nosotros a un tiempo. Él nos pregunta: “¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Pero nos sugiere también que hemos de ser buscadores, como María Magdalena. Él no dejará de salirnos al encuentro, para que se nos renueve la fe y la adhesión a él, para que renazcamos a una nueva comunión con él.

Finalmente, volvemos a la primera pregunta, la dirigida a los dos discípulos de Juan. Es el primer paso que dan para entablar una relación con Jesús, orientados por el bautista. Ese solitario señalado por Juan como el Cordero de Dios no es un misántropo que rehuye todo contacto y espanta a todo el que se le acerca; al contrario, ha venido como luz, como vida, como puerta para las ovejas. A esos dos discípulos, a todo el que se le acerca, le franquea la entrada en su propio mundo. ¿Dónde vive? Lo hemos escuchado estas Navidades: el que ha acampado entre nosotros es “la Palabra [que] estaba junto a Dios” (Jn 1,1), “es el Hijo único, que está en el seno del Padre” (Jn 1,18). Y más adelante, le dirá a Felipe: “Quien me ve a mí está viendo al Padre?... ¿No crees que yo estoy en el Padre y con el Padre y que el Padre está en mí y conmigo? (cf Jn 14,9-10). El Padre es mundo en que vive y el mundo en que nos introduce.