Domingo III del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Se ha cumplido el tiempo

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez 

 

 

Me vais a permitir que comience contando una historia:

«Un reloj recién fabricado fue puesto sobre un estante entre dos relojes viejos. Uno de los relojes viejos le dijo al recién llegado: “Lo siento por ti. Si te pones a echar cálculos y ves cuántos tic-tac hay que dar par fun­cionar durante un año, no lo harás nunca. Habría sido preferible que el fabri­cante no te hubiera hecho”.

El nuevo reloj empezó a contar los tic-tac.

“Cada segundo requiere un tic y un tac. Esto significa 120 por minuto.

Eso equivale a 7.200 por hora: 172.800 por día, 1.209.600 por semana, que, multiplicados por 52 semanas, dan un total de 62.899.200 impulsos al año». ¡Qué horror!

¡Inmediatamente tuvo una depresión nerviosa y dejó de funcionar!

Pero el viejo y sabio reloj del otro lado le dijo: “No le prestes aten­ción. Simplemente, piensa. ¿Cuántos impulsos o golpes tienes que dar cada vez?”.

“¿Cómo dices? Supongo que uno solo”, respondió el reloj nuevo.

“Efectivamente. Pero eso no es tan duro, ¿o acaso lo es? Inténtalo conmigo. Un tic cada vez”.

Setenta y cinco años después seguía funcionando todavía el reloj dando un tic cada vez.

¿Por qué podemos narrar esta historia hoy, en este tercer domingo, después de los pasajes de la Escritura y, en especial, del evangelio que hemos escuchado? Porque quizá nos enseñe a mirar la realidad con los ojos con que Jesús la podía ver al comienzo de su misión. El panorama humano, social, religioso que tenía ante sí no era alentador. Él estaba solo; y el grupo que se le junta es un exiguo puñado de gente que cabe en un taxi. Era motivo suficiente para decir: “no está madura la historia”, “aún no ha llegado mi hora”, “esperemos tiempos mejores”. Podrían ser, éstas, palabras muy sensatas que le sugiere el Tentador. Sin embargo, no es esa la consigna de Jesús; más bien intuimos que en esos momentos lo impulsan otros lemas: “principio quieren las cosas”, “principio quieren las cosas de Dios”, “toda larga caminata comienza por un paso”. Lo dice mucho mejor él: “se ha cumplido el tiempo”.

Jesús no se dejó desplomar ante el panorama. Tenía su reloj sincronizado con el de Dios y emprendió su misión. Lo hizo movido por las prisas de Dios; movido también por la paciencia de Dios. “Se ha cumplido el tiempo”: esta consigna inaugural genera en él todo un haz de imágenes que esmaltan su mensaje. Basta recordar algunas: “despunta el día”, “llega la aurora de la salvación”, “la higuera echa yemas”, “las mieses están listas para la siega”, “el novio está con sus amigos”.

De esta buena noticia brota la llamada: “convertíos”. También nosotros hemos de poner nuestros relojes en hora con el de Dios. Que su golpe encuentre una respuesta puntual. Desperecemos el alma. No nos dejemos vencer por la desgana, contagiados por las tardanzas del poeta a los apremios del ángel: “Alma, asómate ahora a la ventana, / verás con cuanto amor llamar porfía”. / “Mañana le abriremos”, respondía, / para lo mismo responder mañana. Que ese sonido que sabe a evangelio, ese mensaje de la llegada del Reino de Dios, encuentre una respuesta pronta. Es tiempo, es tiempo de que sea tiempo. Llegarán momentos para la paciencia, o para decir que a cada día le basta su afán. Pero el son o la música de la Palabra que hoy, justamente hoy, nos propone la liturgia a nosotros, es que se está dando nuestra ocasión, se nos está dando nuestra oportunidad. No desoigamos la llamada que suena en este instante, como no la desoyeron los hombres y mujeres de Nínive, como no la desoyeron aquellos cuatro primeros oyentes de Jesús.

            Pero ¿en qué se traduce esta llamada? Cada uno tendremos que abrir los ojos y mirar fuera, cada uno tendremos que entornar los ojos y mirar dentro; cada uno tendremos que aguzar el oído. Así podremos auscultar los rumores de Dios. Hoy, en concreto, nuestra Iglesia tiene ante sí dos avisos que le llegan del correo divino: este domingo es el día de la infancia misionera, y a todos se nos recuerda nuestra condición de evangelizadores, la necesaria conversión a quienes tienen derecho a nuestro testimonio; estamos en la semana de oración por la Unidad de los cristianos, y se nos pide que seamos eslabones que unen: con su oración, su presencia, su palabra, su conversión al hermano creyente y, sin embargo, todavía no sentado a la misma mesa del Pan