Domingo III de Cuaresma, Ciclo A

Las pruebas de Dios

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez 

 

 

En la Liturgia de la Palabra de este tercer domingo hay un término que puede servir de engarce entre las tres lecturas. Figura expresamente en la segunda, implícitamente en la primera y la tercera. Aparece también explícitamente en el Salmo responsorial. Es el término "prueba".

1. Prueba es una enfermedad, un examen, una experiencia dolorosa en las relaciones humanas (por ejemplo, el rechazo, el desprecio, la indiferencia, la falta de ayuda, la hostilidad), etc. Algunas personas dicen de otras: "N.N. pone continuamente a prueba mi paciencia". Esas pruebas pueden ser muy duras; podemos sucumbir bajo su peso, es fácil que temamos su rigor. Nuestro organismo es sometido a prueba por la enfermedad, por el clima (el frío extremo, el calor agobiante, los cambios bruscos de temperatura), por las alturas, por las mismas pruebas de resistencia que nos señalan los médicos. En la vida del espíritu, san Agustín destaca la necesidad de pasar por la prueba (o la tentación en el sentido de prueba), porque si no somos probados, no luchamos; si no luchamos, no podemos vencer; si no vencemos, no podemos ser coronados. En la prueba se va forjando nuestra personalidad cristiana.

El pueblo de Israel es sometido a prueba cuando lo tortura la sed. En esa situación se puede averiguar, se puede "com-probar", si el pueblo confía confía de verdad en Dios. Pero, extrañamente, la conducta del pueble en este caso, una conducta de protesta y murmuración, constituye una puesta a prueba de Dios, una tentación para Dios: "vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron". No tenían razón ni fundamento para hacerlo, pues "Yo –dice el Señor– me había mostrado como un Dios fiel, salvador. Habían comprobado mi poder, mi cuidado, mi presencia solícita. Faltaron a la confianza que me debían, y yo no les había dado motivo para ello. No había motivo para la rebeldía".

2. Prueba es una demostración, una argumentación correcta. O también una señal inequívoca, convincente, diáfana, de una actitud o disposición personal; es una manifestación en que se hace patente la verdad de una persona. Nos ha dicho el apóstol: "la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por todos" (Rom 5,8). Pues, sí, a pesar de haber sido un pueblo rebelde, hombres desconfiados e ingratos, a pesar de haberle vuelto la espalda, él se nos ha acercado con ánimo reconciliador. Cuando estábamos sin fuerzas, cuando chapoteábamos en nuestra propia sangre y estábamos a punto de perecer como expósitos de los que nadie se compadece, abandonados a su suerte, Cristo nos lavó con su sangre, con el agua lustral del bautismo; nos cubrió con la vestidura blanca de los hijos de Dios, nos revistió de dignidad; hizo de nosotros criaturas nuevas, haciéndonos capaces de amar, de esperar, de confiar; nos hermanó consigo y a unos con otros. Nos reveló el rostro de Dios. Nos dijo que no somos expósitos de Dios, sino hijos amados hasta lo inconcebible.

3. Probar es también gustar, saborear. La cocinera prueba un guiso, para com-probar si está ya listo, o si necesita más tiempo de cocción, o de preparación en el horno.

Jesús dice: "el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed [de otras aguas]". Por eso se nos invita una y otra vez: "gustad y ved qué bueno es el Señor. Dichoso el que se acoge a él"; lo que equivale a decir: "gustad y comprobad por vosotros mismos qué bueno es el Señor". Es lo que hicieron los samaritanos, que decían a la mujer: "ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo". Es la experiencia que hemos hecho de Dios lo que nos ha llevado a adherirnos a Él. Su gracia vale más que la vida. Éramos como tierra reseca, agostada, sin agua. Él no es un aljibe roto, ni contiene aguas engañosas. Es la fuente de agua viva, manantial de agua fresca que calma la sed. Podemos cantar: "el Señor es bueno. No tiene fin su amor".