El día del Amor

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
La Madre Teresa de Calcuta escribió unas palabras que proveen adecuado marco para que hablemos del amor: “comparte tu amor a donde quiera que vayas –decía la contemporánea santa-, primero con los de tu propio hogar. Dale amor a tus hijos, a tu esposa o esposo, a los vecinos que te rodean. Nunca permitas que alguien venga a ti, y se te aparte sin que lo hayas hecho mejor o más feliz. Sé la expresión viva de la ternura de Dios. Haz que haya dulzura en tu rostro y en tus ojos. Sé amable en tu sonrisa y amable en tu cálido contacto con los demás”.

Recuerdo la ocasión en que por única vez vi a la Madre Teresa. El Movimiento Pro-Vida de Miami, integrado por personas que de tal manera aman la vida que aman a los que aún no han nacido, celebró en el antiguo hotel Ovni un desayuno para recibir a la dama de fe que había echado su suerte con los desamparados del mundo. Me correspondió el privilegio de extenderle una mano para que subiera a la plataforma. Era una mujer pequeña, pequeñísima. Tenía su espalda encorvada y el rostro marcado por líneas que hablaban de desvelo y sufrimiento. Su vestimenta humilde y su alimento frugal la hacían parecer como una mística de años remotos; pero cuando ascendió a la tribuna su voz llenó el espacio, no porque fuera fuerte o estruendosa, sino porque era tenuemente dulce, amorosamente suave. De todo lo que dijo recuerdo con preferencia esta expresión: “la gente que más necesita nuestro amor es generalmente la que menos lo merece”

Aprendí de sus palabras facetas del amor que a menudo esquivamos. Primero, que el amor no tiene que ser siempre respuesta al amor, ni tiene necesariamente que basarse en que sea recompensado o correspondido. Y segundo, que el amor no tiene que depender de méritos o virtudes de la persona amada. Estos dos parámetros del amor son a los que menos nos ajustamos en nuestra sociedad de hoy día, “La tragedia del amor es la indiferencia”, decía William Somerset Maugham, y tenía razón. Negar nuestro amor a los que nos necesitan o a los que no nos gustan es una devaluación de ése, el gran sentimiento de nuestros corazones.

El Día del Amor se ha convertido en una popular trivialidad. Para muchos, todo se reduce a la tarjeta rosada –casi si empre cibernética-, con la enigmática imagen de Cupido, o a la docena de rosas, la caja de chocolates, la romántica joya alojada en un aterciopelado estuche o a la costosa cena en un atestado restaurante de lujo. Y no es que estemos fanáticamente en contra de esto, sino que lo que no soportamos es que lo hayamos reducido a esto. El Día del Amor es algo más profundo y significativo: es ponerle ritmos al corazón para que cante, es vestir de gala la mirada para hacerla elocuente, y hacer que es espíritu se derrame en reconciliaciones y abrazos que duren para siempre.

Virgilio dijo veinte años antes de que Jesucristo viniera al mundo, que “el amor lo conquista todo”. El Apóstol San Juan decía que “el amor ahuyenta al miedo”, y León Tolstoy afirmaba hace cerca de dos siglos que “donde está el amor, allí también está Dios”. San Pablo, el autor del más bello himno que sobre el amor se ha escrito, sentenció que no hay nada por encima del amor, ni aún la fe ni la esperanza. Es decir, que el amor no es meramente la atracción física que abraza a dos personas. Es mucho más. Es la fuerza que supera los más grandes obstáculos, es el poder que tritura todas las incertidumbres y ahuyenta todos los temores, y es, fundamentalmente, la presencia de Dios embelleciendo y santificando la vida.

El amor es un sentimiento mágico capaz de adoptar diferentes objetivos y adaptarse a los mismos con seráfica lealtad. El primer gran amor que gozamos es el amor maternal.. “Ningún hombre que haya tenido una madre amorosa podrá decir que ha nacido en la pobreza”, decía Abraham Lincoln. Está el amor hogareño, el de la familia, el que por ser de todos los días se da por sentado y ni se celebra ni se exalta. Honorato de Balzac, en su tratado, “Fisiología del Matrimonio”, acuñó esta expresión que debe hacernos pensar; “El matrimonio debe combatir incesantemente contra un monstruo que todo lo devora: la costumbre” Hagamos de mañana un día diferente y sonriente para el hogar y la familia.

Existe el amor fraternal, el que compartimos con amigos y compañeros de trabajo. Siempre recuerdo la tarjeta que me envió una alumna de “La Progresiva” años después de haberse graduado: “Lo amo porque usted le puso rumbo a mi vida”, decía la hoy día profesional, aromando mi vejez con sus palabras. Voltaire reconoció que “todas las grandezas de este mundo no valen tanto como un buen amigo”.

Febrero es el mes del amor, y hoy día 14, será la cumbre de esta celebración, cuando los enamorados le pongan alas al amor para sentirse elevados a la altura del cielo. El amor romántico, cuando es puro y leal, es probablemente la más colorida faceta del Día de San Valentín. A nuestros padres no los escogemos, tampoco a los compañeros de escuela ni aún a los colegas en el trabajo; pero el amor romántico es la suprema selección de nuestras vidas. Escoger a una persona, a una sola de las tantas que hay en el mundo, para compartir jornada, sueños e ilusiones es la más intensa aventura del corazón.

Donde más elocuente se me ha hecho el poder del amor es en las personas que llevan más de medio siglo de casadas y todavía se entrelazan las manos, se miran con no fingida coquetería y se comparten expresiones de cariño. El viejito que toma por el brazo a su esposa para protegerla de una caída y la anciana que le da de comer con noble paciencia a su compañero impedido por los años, me ratifica el concepto paulino de que “el amor nunca se acaba”

El Día del Amor tiene también su cuota de tristezas. El precepto bíblico que afirma que “el amor es más fuerte que la muerte” nos explica por qué el amor no olvida nunca al ser amado que partió a los cielos. Los solitarios, los que viven acompañados solamente de su propia sombra, no deben dejar que las tinieblas del dolor les nublen el semblante. Los que tenemos gratos recuerdos siempre tendremos un presente feliz. No es necesario dejar caer pétalos sobre una tumba ni lágrimas sobre un retrato. El amor es ave que vuela, brisa que viaja, tonadas que no se apagan. Recordar a los que se nos fueron hace renacer en el corazón la luz del amor. Disfrutar de eso es extender nuestra sonrisa de paz hasta los mismos predios del cielo.

Celebremos con gratitud a Dios el Día del Amor. Los novios hagan planes y levanten anclas para que empiecen a navegar por las bellas playas del futuro. Los casados subrayen el amor con expresiones de paz, y rían juntos repasando las bendiciones que sobre ellos ha regado la incansable Mano de Dios.

¡Para todos es el amor, así que a todos les deseamos un felicísimo Día del Amor!.