La virtud: E. P. D.

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
“¿Qué es la virtud? Es, bajo cualquier aspecto que se considere, el sacrificio de uno mismo”, escribió Denis Diderot; pero atenuando un concepto tan estricto, La Rochefoucauld dijo que “la virtud no llegaría tan lejos si la vanidad no le hiciese compañía”, añadiendo que “el valor perfecto consiste en hacer sin testigos lo que uno sería capaz de hacer delante de todo el mundo”.

La palabra “virtud” proviene del latí “virtus”, un derivado de “vir”, que significa hombre. En Roma existían dos clases muy diferentes de hombres, el “vir” y el “homo”. El apelativo de “vir” se usaba para designar al señor, al guerrero, el rico y poderoso. Su raíz es la de la palabra virilidad. Es curioso que la palabra virtud tenga como ancestro ideas relacionadas con la fuerza y el control; pero sucede que las palabras suelen ser como los ríos: nacen, viven moviéndose y finalmente caen en la muerte.

Platón planteaba que el ser humano dispone de tres poderosas herramientas: el intelecto, la voluntad y las emociones. Para cada una de éstas existe una virtud: Sabiduría, para identificar las acciones correctas, saber cuándo y cómo realizarlas. Valor, para llevar a cabo estas acciones a pesar de las amenazas, y defender los ideales propios, y autocontrol, para interactuar con los demás seres, y enfrentarse a las situaciones adversas cuando estamos llevando a cabo nuestras acciones de acuerdo con nuestros propios fines.

Sócrates afirmaba que la virtud nos permitirá tomar las mejores acciones, y nos capacitará para que podamos distinguir entre el vicio, el mal y el bien. Añadía que la virtud se puede alcanzar por medio de la educación fundamentada en nuestra moral y en nuestra vida cotidiana.

Los estoicos consideraban que la virtud, como facultad activa, es el bien supremo, y afirmaban que nuestra conducta debe ser siempre racional, no emotiva ni apasionada. La idea de asociar el concepto de virtud con todo lo que sea positivo, ha penetrado, no tan solo el mundo religioso, sino el mundo secular. Generalmente se establece una simple clasificación, la de las virtudes teologales y las virtudes morales.

Las virtudes básicas del cristianismo son la fe, la esperanza y la caridad. Esta última palabra se ha ido abandonando y en su lugar se usa la palabra amor. En la llamada época victoriana y en los oscuros monasterios pietistas de ayer, la palabra amor conllevaba un matiz riesgoso. Se la asociaba con el sexo, y con las ideas que le son anexas. Hoy día, todavía adjetivamos el amor, porque el concepto aislado del mismo es impreciso. Hay fundamentalmente tres clases de amor, el religioso, dedicado exclusivamente a Dios; el que se relaciona entre hermanos, familiares y amigos, y el romántico o conyugal.

Las virtudes morales, que suelen ser llamadas humanas o cardinales, son generalmente templanza, prudencia, fortaleza y justicia; pero no existe un límite establecido, porque a lo largo de los años la virtud se identifica con cualquier sentimiento de dimensión positiva. Por ejemplo se habla de la virtud del ahorro, el trabajo y la discreción, tan solo por mencionar algunos ejemplos.

El problema contemporáneo de la virtud es su descrédito. Concepción Arenal, una escritora nacida en Galicia en el año 1820, y precursora del feminismo español, escribió en cierta ocasión que “las virtudes son hermanas que se abrazan estrechamente, cuando una cae, todas vacilan”.

Se critica a la sociedad moderna acusándola de carecer de valores morales, concepto válido, pero un tanto abstracto o teórico. Desde un punto de vista más pragmático, habría que decir que el problema sustancial de esta sociedad es que vivimos la experiencia fatal de adaptar como práctica lo que denominaríamos como las “anti-virtudes”.

La honradez es una virtud. El robar, mientras se pueda y no haya medios de comprobarlo, es una habilidad. De eso tenemos muchos ejemplos en políticos y administradores deshonestos.

La frugalidad es una virtud; pero impracticable. Lo que queremos hoy es lo que sea más grande y lujoso.

La fidelidad es una virtud; pero ser infiel es una diversión. La veracidad es una virtud, pero saber decir mentiras es un negocio retributivo. La fe es una virtud, pero la indiferencia religiosa es lo moderno y lo más conveniente para tener acceso a una vida sin compromisos.

Luis Vives, un erudito de tendencia humanista, nacido en Valencia, España, y precursor de la filosofía renacentista de principios del siglo XV, nos legó la siguiente reflexión: “Es ignominioso y despreciable quien instruido y educado en las artes humanas se halla carente de toda virtud”. Si anduviera entre nosotros hoy, se escandalizaría al ver que el amor lo convierten en lujuria, el sexo en pornografía y la fortaleza en poder abusivo.

En tiempos pasados era virtuosa una jovencita que iba virgen a su matrimonio. Hoy día la calificarían como tonta o santurrona. Si yo tuviera autoridad para redactar currículos escolares haría obligatoria en todas las escuelas la lectura del libro bíblico de Proverbios y el Sermón de la Montaña, de nuestro Señor Jesucristo. Hoy infinidad de jóvenes pasan horas frente a la pantalla iluminada de una computadora contaminándose de pornografía, basura, inmundicia y promiscuidad. Y lo peor de todo, con la indiferencia de los padres, que sin saberlo se convierten en cómplices de la perversión de sus propios hijos. No, no es que hayamos olvidado los valores morales. Es mucho peor, es que hemos cambiado las virtudes por vicios.

Le hemos cambiado el rostro al mundo. Lo que antes era el respeto, ahora es la insolencia. Lo que conocíamos como cortesía hoy es una debilidad. La obediencia era una virtud, la desobediencia es una valentía. Vestir con decoro era elegancia, hoy día andar andrajoso, mal oliente, y sucio es estar “en la onda”. Asombrado me quedé ante una jovencita que, en el perímetro de su escuela tomaba una botella de cerveza, que compartía con dos o tres compañeritas, cada una disfrutando de un sorbo. Detuve mi automóvil y le dije a una persona mayor que cuidaba del paso de los estudiantes lo que estaba sucediendo, y su respuesta fue simplemente, “yo estoy aquí para supervisar el cruce de la calle. En líos ajenos no me meto porque siempre salgo perdiendo”.

¡Se ha perdido hasta la virtud de la compasión y del interés edificante de unos para con otros!. Esas son virtudes que han sido cambiadas por la indiferencia y el desdén. No se ha celebrado el sepelio, pero en nuestra sociedad la virtud ha fenecido. Le colocamos al cadáver insepulto las viejas y tradicionales letras fúnebres; E. P. D.

Lo que no calculamos es que con la muerte de la virtud se nos muere poco a poco, de incurable enfermedad, la sociedad en la que quisiéramos vivir.