La importancia de este domingo

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
Hoy domingo 29 de noviembre entramos los cristianos en la llamada estación de Adviento. La bendecida caminata que hoy iniciamos nos lleva hasta el lunes 24 de diciembre, ocasión estelar en que nos acercaremos como invitados a la escena de la natividad de nuestro Señor Jesucristo.

En los remotos tiempos de la Edad Media, Adviento era un período de preparación para la experiencia de la Segunda Venida de Jesús, porque en aquellos días los cristianos estaban convencidos de que las señales apuntaban al pronto retorno de Jesús a la tierra. Al correr de los años, sin embargo, la estación de Adviento se relacionó con el milagro de la Natividad y se ha celebrado para enfatizar el hecho sin igual de la venida del Señor Jesús a nuestros corazones. Cada domingo de la estación de Adviento tiene su propio mensaje. Si seguimos el tema de cada uno de los cuatro domingos nos allegaremos a una celebración navideña caracterizada por su fundamento espiritual.

El primer domingo de Adviento, que es hoy, enfatiza la afirmación de Jesús de que nadie conoce ni el día ni la hora de su Segunda Venida, demandándose pues que estemos siempre preparados para esa apocalíptica experiencia.

El segundo domingo de Adviento resalta la predicación de Juan el Bautista, con su énfasis en el arrepentimiento como paso previo a la venida del Señor Jesús.

En el tercer domingo de Adviento, según el leccionario en funciones, hay tres diferentes puntos a considerar. En el año “A” los discípulos del Bautista indagan acerca de la identidad de Jesús. En el año “B” Juan hace claro que El no es el Mesías y apunta a la persona de Jesús y en el año “C”, explica el Bautista qué es el arrepentimiento y su razón de ser.

El cuarto domingo de Adviento nos acerca al nacimiento de Jesús. En el año “A” el tema es la convicción de José de que María, aún siendo virgen, ha concebido un hijo. En el año “B” se trata del mensaje del ángel Gabriel a María, anunciándole que será ella la madre del Hijo de Dios. En el año “C”, se narra la visita de María a Elizabeth, donde expresa el gozo, y al mismo tiempo las inquietudes de su corazón. Este pasaje de San Lucas se conoce como el Magnificat.

En muchas congregaciones, para celebrar la estación de Adviento, se enciende cada domingo una vela de diferente color la que se coloca en una corona preparada en algún lugar del altar. Cuando estén iluminadas las cuatro velas se eleva a Dios una oración de reconsagración personal y se hace el compromiso de celebrar la fiesta de Navidad con apego a Las Escrituras, en un contexto espiritual. El uso de banderines y vestimentas de diferentes colores es parte muy importante de la liturgia religiosa. De hecho, cada estación del calendario cristiano tiene su propio color. En nuestra iglesia occidental los colores litúrgicos son verde, púrpura, blanco y rojo, con el color oro o de marfil alternativos al blanco. Las iglesias protestantes suelen en algunas de sus liturgias usar el color azul, símbolo del cielo y de la eternidad. El color negro, que en el pasado expresaba el dolor y el luto asociado a la muerte, ha ido perdiendo su presencia en los oficios religiosos. El cristianismo no es una fe que exalta la tristeza, sino que proclama el gozo.

El color verde es el color de la vegetación y por tanto se considera como el color que representa la vida. El verde es el color para las estaciones de Epifanía y la que sigue a la celebración del domingo de Pentecostés. En la Epifanía, estación en la que se exalta la reverente jornada de los llamados “reyes magos” los seres humanos, representando la creación, le rinden honor al Señor y en Pentecostés se abren los cielos al ser humano que encontró en Cristo el camino de la vida.

El color morado, probablemente el más caro de conseguir en los tiempos del Nuevo Testamento significa riqueza, poder, realeza. Es el color de la estación de Adviento, la que estamos celebrando. El domingo anterior al de los comienzos de Adviento la iglesia cristiana celebró la festividad sagrada del Cristo Rey. Este color también simboliza la humillación penitencial del creyente ante la Majestad de Jesucristo.

El color blanco, símbolo de la luz que se difunde, se usa para señalar, tanto el nacimiento de Jesús como su resurrección. Es el color de la Navidad y del Domingo de Resurrección. El color blanco es preferido por los autores bíblicos y del mismo puede hablarse extensivamente.

El color rojo, que es el color de la sangre, representa el martirio, es el que se usa para exaltar la Memoria de los mártires. Rojo es el color del domingo de Pentecostés, la ocasión en que las lenguas de fuego anunciaron el comienzo de la travesía de los cristianos por los caminos del mundo, donde han hallado, y habrán de hallar persecuciones, torturas, abuso y muerte. En relación con el nacimiento de Jesús el anciano Simeón le anunció a la virgen María que “una espada” atravesaría su corazón. Esa espada siempre ha estado desenvainada para herir a los seguidores de Jesús.

Recordamos que hace muchos años disfrutamos del primer domingo de Adviento en la universitaria ciudad de Princeton, en Nueva Jersey. Mis hijos que en aquellos tiempos eran pequeños saltaban sobre las hojas secas que alfombraban las calles, y las tomaban en las manos y las soltaban al aire. Para una persona del trópico sentir sobre el rostro el afilado soplo de una fría brisa, observar los árboles con sus ramas desnudas y casi oler el silencio que todo lo circundaba era una experiencia preñada de nostalgia. Un amigo, conocedor de las estaciones norteñas, me sacó de mis cavilaciones. “Estamos en Adviento, y hay frío y recogimiento; pero recuerda que pronto estaremos en Navidad y nos sobrarán las luces, la música y los abrazos”. Cierto es, pensé yo: Adviento es un camino silencioso que nos conduce al santo bullicio del portal de Belén..

Evidentemente que la estación de Adviento está llena de significado. Creo que es oportuna la reflexión de la Madre Teresa de Calcuta sobre esta inspiradora estación que con luz propia brilla en el año litúrgico de la Iglesia Cristiana:

“La estación de Adviento es como la primavera en la naturaleza, cuando todas las cosas parecen renovarse y todo luce fresco y lozano. Adviento, además, hace todo esto por nosotros: nos renueva y nos llena de sanidad de tal manera que podamos recibir a Cristo en la forma en que el Señor ha querido manifestarse”.

A nuestros amigos lectores les deseamos una bendecida estación de Adviento. Vayan llenando de fe y amor la alforja de esta travesía para que al final de la misma, ante el precioso niño de Belén claven en tierra las rodillas y sientan en el corazón a Dios.