La tristeza

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
El origen del vocablo tristeza es intrigante. Probablemente se remonte a la onomatopeya tr que imita el ruido de las pequeñas cosas al romperse. ¿A quién no se le ha hecho "trizas" un vaso al caer al piso? Un lingüista sugiere que del sonido tr habría nacido la raíz indoeuropea "ter" o "tre", que significa "frotar", "restregar". Cuando uno frota algo con fuerza, como un grano de trigo sobre una piedra afilada, se va desgastando poco a poco, de modo que la raíz no demoró en asumir la idea de "consumir", "roer". Las palabras evolucionan y la antiquísima raíz tr adquirió la variedad "trais", que ha producido vocablos como "triscar" y "trillar", y de ahí a tristeza el tramo es corto.

La tristeza es, etimológicamente hablando, "hacerse trizas el corazón", "consumirse el alma en un constante roce con la desilusión y la apatía". Tal como me decía una muchacha cuyo novio murió en un violento accidente: "estoy como si me rompieran el corazón a golpes".
En su famosa:"Sonata", Rubén Darío nos obsequia estos versos

"La princesa está triste? .. ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro;
y en vaso olvidada se desmaya una flor".

En efecto, la tristeza clausura la risa, fabrica suspiros que parecen quejas, nos ensombrece el semblante, nos aleja el gusto por las cosas que nos eran preferidas, nos convierte en sollozos los sonidos y hasta le quita frescura y perfume a las flores. Amado Nervo, en su obra "La Amada Inmóvil" nos deletrea en lamentos el dolor y la tristeza que lo llenaron de desolación ante la muerte de su amada Ana Cecilia:

"¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido
de amores por un ser desaparecido,
por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido.
¿Mi secreto? Te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!

La ausencia irreparable de un ser amado es una de las causas más profundas de la tristeza. La muerte de la persona que se adueñó de nuestro corazón nos sumerge en un absurdo mundo de hirientes reminiscencias que nos aguijonean con sentimientos de culpa el alma. Amado Nervo se hizo esta pregunta: "Dime, amigo, ¿la vida es triste o soy triste yo?". La respuesta es que la tristeza lo hace triste todo: una canción, un atardecer bello, una vieja fotografía, un sueño, en fin, la vida toda.

Es la tristeza un sentimiento que todos experimentamos.. Desde la niñez, cuando llega el primer día de clases y mamá nos da un beso de despedida, hasta los minutos finales de la caminata, cuando nos vamos separando de todo y de todos, hundiéndonos en ese inescrutable misterio que es la muerte. Triste es el adolescente que sufre el primer desencanto amoroso, el estudiante que ve reprobado su examen, el adulto al que se le desploman sus planes, la persona llena de entusiasmos que padece la intrusión dolorosa de una enfermedad.

Los exiliados, los que somos amparados por un sol prestado, albergamos una tristeza embriagada de nostalgias. Recuerdo el incidente bíblico en el que se menciona al rey Artajerjes en una conversación con el profeta Nehemías. "¿Por qué estás triste?", pregunta el monarca, "no me parece que estés enfermo, así que debe haber algo que te está causando dolor". La respuesta de Nehemíass tiene amargo sabor cubano: "¡Cómo no he de estar triste, si la ciudad donde están los sepulcros de mis padres se halla en ruinas, con sus puertas consumidas por el fuego?".

La tristeza de tener que esperar la muerte en una patria prestada es recurrente y bochornosa; pero no debemos pensar que se trate de un sentimiento de cobardía porque la patria es más, mucho más, que el paisaje airoso. Es la familia dejada atrás, el adiós a los amigos, la renuncia a los amores que una vez nos iluminaron. La patria es la vida, es la gente que queremos, la tumba sobre la que no podemos colocar flores y la puerta que cerramos para siempre.

Para aquéllos que creen que la tristeza es un pecado recordamos que Jesús tuvo también sus momentos tristes. Si tuviera el talento para hacerlo, escribiría un libro titulado" Las Tristezas en la Vida de Jesús". Hay un incidente en particular que cada vez que lo leo me golpea como si fuera un latigazo. Al encaminarse el Redentor hacia la piedra de Getsemaní, donde recostó su rostro para orar, les dijo a sus apóstoles: "siento en mi alma una tristeza de muerte". Era la tristeza del abandono, de la traición, de la soledad. Si por esos trechos andamos, pensemos que antes de nosotros, los anduvo Jesús.

Hace años leí, porque era la moda hacerlo, la novela "Buenos Días, Tristeza", de la autora francesa de apenas 19 años, Francoise Sagan, una novela trivial que habla de las intrigas y recelos de una muchacha que trataba de acomodarse a la nueva pareja de su padre viudo. Incidentalmente, dirigida por Otto Preminger, en el año 1958 se estrenó una película con el mismo título de la historia de Sagan, interpretada nada menos que por Deborah Kerr y David Niven. Menciono estos hechos porque la vida me ha enseñado que, en efecto, incontables seres humanos al despertar cada mañana no saludan la belleza del sol y la luz, sino que se quejan diciendo aturdidamente, "¡buenos días, tristeza!".

¿Cuál es el remedio para curar la tristeza? Si lo supiera resolvería preguntas de los religiosos, los filósofos, los poetas, y saldría, en fin, de mis propios íntimos momentos de tristeza.

Me conforta el pensamiento de Dylan Thomas: "quien no conozca el amor, jamás conocerá la tristeza". Yo veo una estrecha relación entre el amor y la tristeza. Unas palabras de Jesús, en especial, me confortan: "les aseguro que ustedes llorarán y estarán tristes ., sin embargo, aunque ustedes estén tristes, su tristeza se convertirá en alegría". La tristeza es el reflejo del amor, y con amor se disuelve.

El que esté triste por un amor perdido, agradezca que lo disfrutó.

El que triste está por la muerte de los que fueron amados, déle gracias a Dios por el gozo de haberlos amado.

El que triste se sienta por haber perdido lo que le producía felicidad, sea feliz recordando las cosas bellas que tuvo.

La tristeza es normal, pero nunca al extremo de que cree conflicto con el equilibrio y la paz de nuestra vida. En lugar de decir, "buenos días, tristeza", agarrémonos de las manos de Dios, y digamos, "adiós tristeza". Les aseguro que esa es una manera de volver a ser feliz.