En Dios confiamos

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
Ayer disfruté de preciosos e increíbles fuegos artificiales y de los ruidosos cohetes que los muchachos hacían sonar jubilosos frente a sus hogares. Era el 4 de julio y América se vistió de sonrisas.

Quizás haya quienes piensen que los estadounidenses no se ajustan mucho al rigor de las celebraciones patrióticas; pero lo cierto es que las disfrutan. Los estadios de béisbol llenos hasta el tope y los aficionados enarbolando banderitas americanas y  guardando silencio reverente ante las notas del himno nacional son una estampa vívida del gozo de ser libre. En Estados Unidos no hay desfiles obligatorios, ni pase de lista militar, no hay tribunas al aire libre donde el gobernante de turno dicta consignas o legisla sin asesoramiento, ni monsergas radiales y televisivas plagadas de adoctrinamientos y demagogia. Aquí celebramos el 4 de julio de manera libre y espontánea. Y por eso ingrato seríamos si no eleváramos una plegaria de gratitud a Dios.

A lo largo de la historia de 233 años de nación libre los Estados Unidos han estado involucrados en situaciones difíciles y conflictivas. Una guerra civil y dos guerras mundiales, crisis económicas alarmantes, y hoy día una confrontación global con el terrorismo, son ejemplos de esa realidad. Interesante es que en medio de todas estas circunstancias, a veces con riesgos de que no fuera así, el país ha conservado su unidad, su democracia y la tremenda responsabilidad de ser un baluarte mundial de la libertad. Desde el 4 de julio de 1977, cuando en Filadelfia se celebró la gran fiesta del primer aniversario del nacimiento de la nación poderosa que es hoy los Estados Unidos, nunca el pueblo americano ha olvidado en más de dos siglos de subsecuentes aniversarios el evento bendecido en que se declaró su independencia nacional. 

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos es un sólido documento en el que las trece colonias de América del Norte ,todavía bajo el control británico, en medio de una desigual guerra contra las tropas colonialistas, afirmaron su independencia y expusieron los derechos que les asistían para conquistarla.

El contenido de la Declaración fue elaborado por Thomas Jefferson, y la misma, después de breves consultas de opinión y leves cambios, fue adoptada por el Congreso Continental el 4 de julio de 1776. Sin embargo, transcurrieron 13 años antes del gran momento en que tomó posesión de la República el primer presidente electo, George Washington.

Washington tomó posesión de la presidencia  el 30 de abril del año 1789 en la ciudad de Nueva York, entonces la capital de la nación, y pronunció su juramento en el balcón de la Cámara del Senado del Edificio Federal situado en la calle Wall, junto a su vicepresidente, John Adams. En una vieja crónica en la que aparecen citas del diario de Washington se leen estas palabras escritas por el fundador de la Patria: “Alrededor de las diez de la mañana les dije adiós a Mount Vernon, a mi vida privada y a mi felicidad doméstica. Y con mi mente agobiada con  sensaciones llenas de asombro y ansiedad,  que muy difícil son de explicar por medio de palabras, encaminé mis pasos hacia la ciudad de Nueva York”.

Del discurso inaugural de nuestro primer presidente, queremos entresacar estas palabras que sin lugar a dudas nos indican la razón del porqué los Estados Unidos han sido una nación que ha permanecido asentada en sus cimientos durante 233 preciados años: “sería impropio que yo omita en este primer acto oficial mi ferviente súplica al Todopoderoso que reina sobre todo el Universo y que preside los concilios de todas las naciones y cuya providencial ayuda suple todas las necesidades humanas, rogándole que extienda Su bendición para consagrar las libertades y la felicidad del pueblo de los Estados Unidos”. Concluye Washington esta apelación con estas lapidarias palabras: “ningún pueblo puede desentenderse del deber de adorar y reconocer la Mano Invisible que conduce los pasos del ser humano, y en especial el de los Estados Unidos de América”.

De la Declaración de Independencia son señeras estas palabras: “todos los hombres son creados iguales, y dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Es oportuno que mencionemos los lemas de los Estados Unidos como nación. “E Pluribus Unum”, frase latina que traducida al español significa “De muchos Uno”, fue el primer lema de la nación, que aparece en el Gran Sello de los Estados Unidos y en la mayoría de las monedas. Aunque fue promovido en 1776 por Benjamín Franklin, John Adams y Thomas Jefferson y ratificado por el Congreso Continental, no fue adoptado oficialmente como lema nacional hasta el año siguiente.

“In God we Trust” es otro lema oficial de los Estados Unidos. Literalmente significa “En Dios Confiamos”. Fue adoptado por el Congreso en el año 1956 y oficialmente se sitúa a continuación de “E Pluribus Unum”, de acuerdo con normas establecidas en el país. El presidente Einsehower refrendó dicha ley el 30 de julio de 1956.

La estrofa final del “Star-Spangled Banner”, el Himno Oficial de los Estados Unidos, contiene estos versos: “Benditos en la victoria y la paz, que la tierra rescatada por el cielo alabe al Poder … y éste será nuestro lema: En Dios está nuestra fuerza”. Es curioso el hecho histórico de que el Himno de los Estados Unidos se entonara como una canción patriótica en medio de la batalla en pro de la independencia; pero que no fuera hasta 154 años después que el Congreso, el 3 de marzo de 1931, lo adoptara como el Himno Nacional del país.

El Congreso Continental, en 1864 acordó la impresión de una moneda de dos centavos en la que se incluyó la frase “En Dios Confiamos”, adoptada en el año 1777, y previamente utilizada en el himno “Star-Spangled Banner” No fue, sin embargo, hasta el año 1957 que el Congreso de los Estados Unidos aprobó la ley de que oficialmente se incluyera en todas las monedas y billetes de banco el lema nacional “En Dios Confiamos”.

Hace apenas tres años Michael Newdoww, un médico ateo de San Francisco, California, presentó una demanda judicial reclamando que se retirara de las monedas norteamericanas el lema “En Dios Confiamos”. Sin embargo, el juez Frank Dammell, del distrito este de California desechó la demanda por improcedente, algo que más tarde ratificó el Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

Evidentemente el 4 de julio hay que celebrarlo con espíritu religioso. La libertad de la nación surgió con el clamor por la dirección de Dios, y seguirá siendo libre la nación si no se aparta jamás de esa preciosa dirección.

                                         ¡Feliz y bendecido 4 de julio!