Una peligrosa palabra

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
Si les pidiera que pronunciaran la palabra más peligrosa que conocen de seguro que dirían guerra, violencia, dolor, muerte, abuso, hambre o atropello. Y no continúo con la lista porque el espacio de que disponemos es limitado.

Yo creo que las palabras realzan su impacto según las circunstancias. En un avión la palabra más peligrosa es “avería”; en un desierto sería “sed” y en una isla abandonada sería “miedo”. Para un niño, “soledad” es una palabra que infunde “pánico” y para un atleta en pleno dominio de sus facultades el solo pensar en la palabra “lesión” oscurece el optimismo.

Ahora, en tiempos de elecciones, hay una peculiar palabra que me asusta, y es la palabra cambio. Debo aclarar, sin embargo, que soy partidario del cambio necesario, positivo y honesto. He visto muchas vidas gloriosamente cambiadas y muchas adversas circunstancias tornadas en bendiciones por medio de la milagrosa voluntad de Dios; pero cuando un político demagógicamente se aferra a la tesis del cambio, no puedo por menos que ponerme en guardia..

Entre los numerosos aspirantes a la nominación presidencial en los Estados Unidos la palabra “cambio” es de uso muy genérico; pero cada candidato le adjudica un sentido diferente. Por ejemplo, en el caso de la senadora Hillary R. Clinton, la palabra refleja oquedad. Uno se pregunta qué ha hecho la senadora con sus ocho años en la Casa Blanca y durante su ya larga estadía en el Congreso para cambiar las cosas que ahora critica. Si en su mente bulle el proyecto de un plan de salud para todos los americanos, quizás la idea del cambio sea razonable; pero si simplemente usa la palabra para expresar que va a ser diferente de los que hasta ahora han sido sus compañeros de ruta, me parece que la demagogia se hace evidente.

Giuliani representa, desde mi punto de vista, una amenaza social. No negamos su liderazgo ni su ejecutoria pública en la renovación de la imagen de la ciudad de Nueva York; pero nos asusta su liberalidad en asuntos relacionados con la ética y la moral. Un hombre que quiere clausurar los valores del pasado para proteger el derecho al aborto y respaldar la práctica del matrimonio homosexual, va demasiado lejos en su propuesta de cambios.

Edwards, el aspirante demócrata que se ha ido rezagando, propone cambios económicos utópicos para la sociedad en la que vivimos. Su idea sobre el alivio de la pobreza, con los cambios que implica, nos parece riesgosa. Y tenemos la impresión de que al resto de los norteamericanos también. Creo que en la democracia americana los cambios positivos tienen lugar, pero jamás al precio de alterar el sistema que le ha permitido al país superar más de dos siglos de existencia.

Pudiéramos hablar de los cambios que proponen Huckabee y Romney, ambos basados en sus ideas religiosas, aunque en el caso de ambos los cambios no consisten en alterar la institucionalidad americana, sino en hacer todo lo posible por preservarla. Reavivar la espiritualidad de los ciudadanos de este país, reafirmar el valor tradicional de la familia y exaltar los fundamentos en los que se basa nuestra historia, no son exactamente cambios, aunque haya que verlo así debido al deterioro en que vivimos.

El proceso electoral norteamericano es como una carrera de resistencia. Al producirse el disparo los competidores, que son numerosos, empiezan ávidamente a correr; pero a lo largo del camino muchos son apartados de la senda y queda el espacio para los que demuestran ser más consistentes. Aparentemente, a estas alturas - y no es tan tarde -, los más destacados son, en el lado demócrata, Hillary Clinton y Barack Obama. En el ámbito republicano no está tan definida la carrera.

Y en cuanto a la idea de cambio, quiero referirme a Barack Obama. Este joven senador de Illinois, a mi manera de ver, es producto de los medios de difusión pública, y sin regatearle méritos, que los tiene, es también creación de esa inteligente y multimillonaria mujer que se llama Oprah Winfrey. Muchos han querido ver que entre Obama y Ophra se ha producido una no mencionada alianza racial; aunque lo dudamos porque también pudo haberse producido una alianza de género si a la polifacética empresaria y presentadora se le hubiera ocurrido, por ser mujer, apoyar a Hillary Clinton.

En el caso de Obama me intranquiliza mucho el uso de la palabra cambio. La tarde en que se quitó del ojal de su traje la insignia de la bandera americana afirmando que la misma se había convertido en un falso símbolo de patriotismo, me sentí indignado. Pudiera ser cierto que algunos políticos se sirvan de nuestros símbolos patrios para engalanar sus campañas; pero creo que el joven senador debió respetar a los millones de americanos que llevamos sobre nuestro pecho la insignia de la bandera como un sano testimonio de patriotismo y de lealtad a nuestra historia y a la memoria de nuestros héroes. Yo me pregunto de qué será capaz Barack Obama desde la presidencia si siendo un mero candidato quiere cambiar la percepción que tenemos los americanos de la bandera.

En otra oportunidad, el senador Barack Obama fue más lejos. Ante la pregunta acerca de su posición frente a la guerra de Irak, dijo que no le interesaba tanto la guerra como “la mentalidad americana sobre la guerra”, y anunció que lucharía, si llegara a la Casa Blanca, para cambiar esa mentalidad. Este joven con complicados antecedentes religiosos e ideológicos, actúa como si América hubiera estado esperando por él para hacerse nueva.

Durante los últimos años, y específicamente desde el criminal atentado del 9/11, los americanos han aprendido a desconfiar de influencias, ideas y líderes foráneos. Sin embargo, Obama no se ha escondido - y algunos apuntan esto como un mérito – para afirmar que no tendría reparos, llegado a la presidencia, para dialogar con líderes enemigos jurados de los Estados Unidos, tanto en Oriente como en América Latina. Ese cambio de la política exterior norteamericana sería un peligroso viraje del cual hay que prevenirse. Y, por supuesto, del que lo propone.

Estamos en época de trajines electorales, tiempos de promesas y de anuncio de cambios. Nuestro consejo, para los votantes, es bien simple: ¡cuídese de esa palabrita cambio! Por si acaso.