La noche oscura en la vida de la Madre Teresa

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
Ha sido la prensa secular la que se ha encargado de exaltar lo que han llamado, en algunas publicaciones, “cincuenta años sin sentir a Dios”, y en otras “la agonía de la madre Teresa”. Todo se debe a que a los casi diez años de la muerte de la gran servidora de los pobres en nombre de Jesús, precisamente en medio de los trámites de su canonización, se han hecho conocer unas llamadas “cartas secretas” en las que ella vacía sus más íntimos sentimientos religiosos.

“De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india, En lo referente a la fe, soy monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”. Así se definía a sí misma Gonxha Agnes, su nombre de bautizo, la dama que años más tarde iba a ser conocida como la Hermana María Teresa, nombre que recibió en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda.

Nació la gran emisaria del amor a los necesitados, el 26 de agosto del año 1910 en Skopje, capital de Macedonia, la hija menor de los esposos Nikola y Drane Bojaxhiu, y vivió una niñez de estrechez económica. A la temprana edad de 18 años dejó su familia y comenzó su carrera de estudios para llegar a ser una misionera de Dios. Fue el 24 de mayo de 1937 que la madre Teresa hizo su profesión perpetua convirtiéndose, en sus propias palabras, en “esposa de Jesús para toda la eternidad”.

Después de los trámites de rigor, finalmente, el 7 de octubre de 1950 fue establecida oficialmente en la Arquidiócesis de Calcuta la nueva congregación de las Misioneras de la Caridad. El ministerio entre los “más pobres entre los pobres”, que naciera como resultado del llamamiento de Jesús a mujer dedicada a servirle, empezó a llamar la atención mucho más allá de las fronteras de la India. Las menciones de honor abrumaban a la escogida de Dios. En 1962 recibió el Premio Indio Padmashri; pero fue, en 1979, que su nombre escaló fama mundial cuando fue receptora del Premio Nóbel de la Paz

Dejando atrás una estela de ejemplar sacrificio y proclamando con su vida la grandeza del verdadero amor de Dios por sus criaturas, la Madre Teresa concluyó su periplo terrenal el 5 de septiembre de 1997. Al morir, ya las Hermanas de Madre Teresa eran más de 4,000 y se habían establecido en 610 fundaciones en 123 países del mundo.

Menos de dos años después de la muerte de la Madre Teresa el Papa Juan Pablo II permitió la apertura de su Causa de Canonización. El 20 de diciembre del 2002, el mismo Papa aprobó los decretos sobre la veracidad de sus virtudes y sobre milagros atribuidos a la intercesión de la inolvidable monjita albanesa. Ahora, no obstante, se han hecho públicas unas cartas personales que ella escribiera a sus confesores y superiores, según el editor de las mismas, durante un período de 66 años, en las que se expresan sentimientos de angustia, duda y temores, que dan a conocer un inesperado y conmovedor perfil de “la sierva del Corazón de Jesús”.

El libro Mother Teresa: Come Be My Light, compilado y editado por el fraile Brian Kolodiejchuk, quien conoció por más de veinte años a esta figura sobresaliente de la historia de la iglesia cristiana, y que es el postulante de la causa de canonización y director del Centro Madre Teresa, hizo coincidir la salida de este libro con el cercano vigésimo aniversario de la muerte de la santa albanesa.

El propósito de Kolodiejchuk no ha sido en manera alguna el de mostrar al mundo una imagen negativa de la persona con quien ha trabajado y de la que ha recibido la más sólida inspiración para su propio ministerio; pero no cabe dudas de que el contenido de algunas de las cartas de la Madre Teresa ha creado incertidumbre en muchos lectores de buena fe.

Citamos breves expresiones de una de sus cartas, dirigida a su confidente espiritual, el Rev. Michael van der Peet: “Jesús siente un amor especial por usted; pero para mí, el silencio y el vacío son tan inmensos, que yo trato de mirar; pero no veo, trato de escuchar, pero no oigo, en plegaria se mueve mi lengua; pero no hablo. Yo quiero que usted ore por mí”.

En unas 40 comunicaciones jamás publicadas anteriormente, la Madre Teresa se lamenta de la “sequedad”, la “oscuridad”, la “soledad” y la “tortura” que experimenta con gran sufrimiento. “La sonrisa – ella escribe -, es una máscara, o una capa que lo cubre todo”.

Además de decir que “la noche oscura” de la Madre Teresa es una experiencia común a los santos y a los mártires, podemos aventurarnos a explicar las raíces de su agonía espiritual. Hay, al menos tres áreas que creemos identificar. Primero, estimamos que la Madre Teresa siempre sintió un amor crucificado por el dolor de los seres humanos con los que convivía. Ver pobres sin pan, leprosos sin ayuda, mujeres sin honra, niños sin hogares, madres forzadas al aborto, la llevó a un martirio interior que la agobiaba.

Estimamos que la Madre Teresa, consciente de sus limitadas opciones, sentía la carga de las cosas que no podía hacer. Mucho logró en su intenso ministerio; pero era consciente de que podía mitigar las lágrimas de una madre; pero no apaciguar el llanto de todas las madres. Quizás a veces quería conformarse entendiendo la pequeñez de sus esfuerzos en medio de la inmensidad de las demandas, como se sugiere en este pensamiento que se le atribuye: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar; pero el mar sería menos si le faltara una gota”.

Otra carga que presumimos quebrantaba los hombros de la santa albanesa era la de la escasez de su tiempo. “No puedo dejar de trabajar – decía, tendré en la eternidad la oportunidad para descansar”. La frágil monjita se iba cada noche a su humilde lecho con el quebranto de la boca que no pudo alimentar o el abrazo que no pudo compartir con un anciano que exhibía sus llagas a la intemperie. El tiempo, por supuesto, se le agotó cuando trascendió a los cielos.

Esa triple agonía: ver a un mundo abismado sin poder evitarlo, ayudar a un número limitado de personas que en medio de una multitud de sufrientes están cerca de nuestras manos sin que tengamos acceso a las demás y saber que el tiempo es breve y la necesidad infinita, son razones que taladran el corazón de los santos. La Madre Teresa de Calcuta era una santa, y murió con el corazón lleno de dolorosas grietas. Tal nos parece oír su voz diciéndonos, “el amor, para que sea auténtico, debe costarnos”.