El secreto mejor guardado de Dios

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
Una de las inquietudes más prevalecientes en el ser humano tiene que ver con su preocupación por el futuro. Todos estamos subyugados por los misterios del mañana. De esta incertidumbre viven despreocupadamente los agoreros, adivinos y astrólogos que tratan de decirnos, con resultados gananciosos, lo que no saben ellos ni de ellos mismos.

Los predicadores de corte apocalíptico son también muy proclives a señalar la fecha del fin del mundo. En esa empresa han perecido muchos; pero a pesar de todo, los sucesores no escasean. Hace algunas tardes oímos decir a un auto llamado profeta que Cuba tenía que sufrir por 70 años el gobierno comunista que la oprime, “a causa de los pecados de su pueblo”. Lo del número 70 trató de justificarlo aludiendo a los libros bíblicos de Daniel y Apocalipsis.

En relación con Cuba abundan los “futurólogos”, algunos de ellos, por supuesto, con muy buena fe y muy nobles deseos. “El futuro es un lugar cómodo para depositar nuestros sueños”, dijo en cierta ocasión Anatole France, y tiene razón. Los que amamos a la patria en que nacimos le asignamos, con toda la fuerza del corazón, una gran parcela de nuestro interés en el futuro.

Alguien, en un reciente discurso, afirmó que “el futuro de Cuba ya se ve, con toda la gloria de la resurrección y todo el brillo de la libertad”. Frase bien hecha, sobre todo cuando él que la pronuncia, afirma ser un vocero de Dios. Yo soy de los que creen que el secreto mejor guardado de Dios es el futuro, y es más, creo que ese secreto es fundamental para garantizar la integridad de la vida humana.

Ahora bien, el que no tengamos acceso computarizado al conocimiento del futuro patrio, no nos impide que hagamos planes, construyamos proyectos y preparemos caminos. Yo veo el futuro de Cuba como un reto lleno de alternativas y posibilidades; pero me declaro incapaz de identificar nombres asociados a posiciones de gobierno, ni de colocarle fechas límites al logro de la plenitud de la conciencia del cubano. Mi tesis es que el futuro no está hecho, sino que somos nosotros los llamados a hacerlo.

Hay personas que anuncian la renovación económica de Cuba alcanzada en un plazo de cinco años, hay los que vaticinan que sobre la Isla se vaciarán los capitales y se producirá la más rápida y eficiente reconstrucción física de la nación, y existen los que afirman que los daños infligidos al pueblo se aliviarán con las notas de la prosperidad. Estas generalidades son propias de los que quieren dibujar un futuro pintado con el color de sus sueños. Alguien dijo que “la idea del futuro es más fecunda que el futuro mismo”.

Para mí el problema básico del futuro de Cuba es el cubano. No creo que podamos llevar a la Isla tácticas y técnicas nuevas para un hombre que vive anclado en el pasado. Lo primero es renovar al cubano, desintoxicarlo, rehacerlo en ideas, conceptos y valores, y por encima de todo, inculcarle el valor de la fe y enseñarle que el espíritu hay que reorientarlo hacia Dios.

Ha existido por años la controversia resultante de comparar a los cubanos de la Isla con los cubanos del destierro. El tema es recurrente en periódicos y entrevistas radiales y televisivas, pero el saldo carece de unanimidad. Están los que estiman que las diferencias entre los compatriotas que han quedado en Cuba y los exiliados en general es más cosmética que estructural; pero hay otros que afirman que se trata de dos tipos de personas totalmente distintas, no tan solo en la forma de hablar y vestir, sino, lo que es más importante, en la manera de ser.

Es interesante considerar la forma futura en que nos relacionaríamos los cubanos de allá con los de acá, llegado el momento del reencuentro. Anticipamos situaciones de hostilidad, porque a pesar del romanticismo y del optimismo de los que afirman que después de Castro automáticamente renacerá la Cuba que hace medio siglo ha sido eclipsada, lo cierto es que la distancia impuesta por el tiempo y las circunstancias implantadas por el régimen comunista-facistoide no son obstáculos fácilmente superables.

Readaptarnos al entorno imperante en Cuba es un reto que solamente asumirán los valientes, los dedicados y los que no temen al sacrificio. A la Patria habrá que ir sin la palabra de condenación ni la actitud despectiva. Creemos que no solamente hay que reprogramar a los que en la tierra inolvidable han sufrido el golpe del martillo y la herida de la hoz, sino también a los que en el exilio hemos tenido la mesa servida, la bolsa llena y la libertad plena. Son dos “Cubas” y el puente del reencuentro está a la mitad del camino que cada uno debe recorrer.

He leído varios programas que tienen que ver con la reconstrucción de Cuba una vez que se logre su liberación. Los proyectos suelen ser estupendos; pero carecen casi siempre de un énfasis que se ha eludido: ¿cómo edificar torres nuevas asentándolas en cimientos débiles? Para mí lo más importante es compartir con los cubanos de allá un proceso intensivo de recuperación cultural, moral y espiritual. Uno de los grandes fracasos del comunismo ha sido su probada imposibilidad de construir lo que han llamado “el hombre nuevo”, a no ser que la novedad tenga que ver con la deformación. Los niños, los jóvenes, y aún los adultos que se han forjado en Cuba, tienen percepciones de la vida muy diferentes a las nuestras. No nos va a quedar otra alternativa que la de reajustarnos.

En el futuro de renovación para la Cuba del futuro, la iglesia y los cristianos tienen un papel a su cargo de suma importancia. Los arquitectos, que levanten edificios, y los maestros que los conviertan en escuelas; los políticos que promuevan la conciencia civil y los economistas que echen a rodar el dinero; pero los cristianos, tanto clérigos como laicos, que misionen para que la fe del pueblo se restaure, los valores morales se reajusten y la esperanza en el mañana se vista de limpio. El futuro de Cuba no está tan solo en levantar rascacielos, sino en levantar la caída conciencia del ser humano

Sé que el futuro es el secreto mejor guardado de Dios, y que en Sus manos se refugian las inesperadas soluciones, las respuestas necesarias y las transformaciones inevitables. Mi confianza en el poder soberano de Dios y en su sabiduría perfecta me hace anticipar la seguridad de que habrá luz, amor, paz y prosperidad para la Cuba del cercano mañana; pero al mismo tiempo reconozco que la materia prima para desarrollar todo esto somos nosotros, los seres humanos.

Si no hay cambio en la naturaleza humana, no habrá cambio en la sociedad a la que aspiramos. Es urgente que desde ahora empecemos el camino de la rectificación y del redescubrimiento. La Cuba del futuro tiene que ser tierra de hermanos, no predio de enemigos; tiene que ser amor, no odio; paz, y nunca más, guerra. En el logro de ese futuro tenemos que empeñarnos los que estamos dispuesto a reconocer que el lugar primero y la cima absoluta pertenecen a Dios.