Cuarenta Años

Ermita de la Caridad

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
En La Biblia se mencionan reiteradamente determinados números, los que no se usan de manera casual, sino que la mayoría de ellos tiene un significado específico, de profundo sentido espiritual.

Captar y exponer el significado de los números que aparecen en La Biblia es tarea que requiere la habilidad y el don de la interpretación. Según los expertos en la materia los números bíblicos hay que considerarlos en el marco de tres dimensiones: cantidad, simbolismo y mensaje.

En términos generales, en La Biblia las referencias a la cantidad que los números representan no conllevan la idea de simbolismo ni de significado ulterior. Consideremos, por ejemplo, la cita de San Juan 11:18 en la que se habla de la distancia entre Betania y Jerusalén. La cifra dada se usa en el mismo sentido en que la usaríamos nosotros. Sucede lo mismo cuando se habla de los años en que reinó el rey Josías (II Reyes 22:1). Los que tienen la tendencia cabalística de asignarle significados esotéricos a cada cifra mencionada en La Escritura deben abstenerse de tal práctica, la que suele promover más dificultades que las que pudiéramos suponer. No obstante, al igual ayer que hoy, hay cantidades que impresionan, como es la de afirmar que durante 40 años se ha mantenido la misma persona en una función específica y especial de servicio.

En cuanto al simbolismo, existen en efecto números bíblicos que conllevan un significado que va más allá del valor cuantitativo de los mismos. El número 1, por ejemplo, simboliza a Dios; el número 2 representa al hombre y el 3 simboliza la perfección o la totalidad. Es el número de la Trinidad y las dimensiones del tiempo (pasado, presente y futuro) lo que lo convierte, además en la representación de la eternidad.

Pudiéramos seguir mencionando otros números, pero no es el propósito de este trabajo internarnos en el tema de la numerología bíblica, algo que gustosamente haríamos en otra ocasión. Vayamos, pues, al número 40 que mencionamos como título de este modesto artículo.

Según la página cibernética Buzón Católico, el número 40 representa “el cambio” de un período a otro, los años de una generación. Por eso el diluvio dura 40 días y 40 noches, pues es el cambio hacia una nueva humanidad. Si aplicamos esta tesis a cada instancia en la que se usa este número comprobaremos la asociación del mismo a la idea de la transición de un período de prueba a uno de victoria.

Para otros estudiosos el 40 es el número con el que se alude a una etapa de sacrificio, de auto examen, situaciones que finalmente conllevan a la salida del tramo doloroso hacia el disfrute de una experiencia de victoria. Veámoslo en Moisés: pasó 40 años en Egipto, 40 con las ovejas de Jetro en el desierto y 40 en el servicio a Dios. Todo este largo procesó culminó en el traslado de la prueba a la conquista.

En tiempos de Noé, el diluvio duró “cuarenta días y cuarenta noches”; pero finalmente prevaleció la promesa del arcoiris. La desobediencia de Jonás culminó en su obligada jornada de predicador, profetizando que “de aquí a cuarenta días, Nínive será destruida”. El mar profundo se convirtió en terreno fértil para la proclamación del mensaje divino.

Jesús estuvo 40 días en el desierto y tras la prueba vencida inició la bendita labor de su ministerio, Después que las sombras de la crucifixión se rindieron ante la luz de su resurrección, Jesús pasó 40 días con sus discípulos, preparándolos para el camino a seguir. Recordemos que 40 años después de su crucifixión sucedió la caída de Jerusalén, símbolo de que las viejas estructuras ceden frente a los planes del Reino verdadero de Dios.

Pero vamos al día de hoy y actualicemos el significado bíblico del número 40. Este año se cumplen 4 décadas de la realización del sueño de nuestro querido amigo y hermano, Monseñor Agustín A. Román: ¡la erección de la famosa Ermita de la Caridad! Con este logro descubrimos que la actividad profética de La Biblia sigue prevaleciente.

La ermita es símbolo del éxodo dirigido por Moisés. Por los terrenos de la Ermita han transitado millares de seres humanos que buscaban anhelantes el regalo de la tierra prometida. Así como en el desierto la misericordia de Dios se hizo brújula, compañía, consuelo y conquista, desde la Ermita han recibido orientación los perdidos, amparo los solitarios, alivio los adoloridos y victoria los perseverantes.

La larga jornada de tormentosas lluvias que se derramaban sobre miles de asustados seres humanos que en los viejos días del diluvio se hacinaban en una barcaza a merced de las olas, es preludio de la experiencia casi cotidiana de hombres, niños y mujeres que han surcado las aguas del Golfo en balsas desbaratadas y llegan a la paz con el corazón henchido de gratitud ante la figura emblemática del Monseñor Román, que como un nuevo Noé anuncia calzadas secas y metas nobles.

Jesús estuvo 40 días azuzado por las tentaciones del diablo; pero su propósito era más fuerte que los dardos envenenados del maligno, y de la prueba emergió victorioso. Sin ánimo de comparar al Señor con ser humano alguno, muchos de nosotros hemos tenido también que bregar con tentaciones y del Altísimo y de Su Palabra nos hemos sostenido con tal de no caer vencidos. Yo pienso en que los pastores de almas tenemos que sufrir el trámite de tentaciones. El diablo trata de hacernos creer que no podemos con la tarea, nos llena de ideas derrotistas, nos hace víctimas del desaliento ante la indiferencia ajena y nos debilita las esperanzas. Yo probé esa copa en mi propia vida en tiempos en que me absorbieron planes de construcción, y mucho más que yo, o que cualquiera de nosotros, Agustín A. Román ha cabalgado sobre 40 inquietos años. A tono con La Biblia, cruza cada día un tramo de desierto en la seguridad de que más allá le queda, para siempre. “la tierra prometida”.

Hay tres verdades relacionadas con el sagrado número 40 que se aplican a un hombre de Dios como el amado obispo Román. Tras 40 años de peregrinaje, él ha vivido la ilusión de la patria nueva. Así como los hebreos tuvieron que conquistar la tierra de promesa a la que llegaron, Román les enseña a los perseguidos que llegan a nuestras costas, que el exilio no es meta, sino camino. La meta es la patria distante que espera por nuestra presencia, dedicación y apoyo.

Hubo siempre una promesa tras el número 40. Para Noé, la paloma con el ramo de olivo fue la promesa de una nueva generación forjada en la paz. En el ministerio del Monseñor Román, desde la cúspide del santuario que ha construido con “lágrimas, sudor y sangre”, estos 40 años de caminata espiritual son el vientre en el que se gesta la promesa de una nueva humanidad. La patria no puede ser alegría nueva con seres humanos que arrastran heridas y resentimientos viejos. Sin ignorar la justicia, la presencia del amor es el poder que deberá sustentar la Cuba de mañana. Esa es la enseñanza básica de un verdadero hombre de Dios.

Finalmente, nos enseña Román que para el cristiano no hay jornada concluida ni meta totalmente alcanzada. El peregrinaje no se detiene a la sombra de los árboles acogedores, sino que continúa en medio de las tormentas y a lo largo de senderos pedregosos. La ermita no es simplemente una misión terminada, sino un llamado a nuevas tareas y a nuevos sacrificios.

¡Después de 40 años, no se detiene el futuro. El mañana, el amanecer de cada nuevo día es no tan solo el escenario de trabajo de Agustín A. Román, sino también el nuestro!. Las mejores cosas están por suceder.

Desde estas amables páginas del Diario Las Américas le hacemos llegar a Monseñor Román un amoroso y fraterno abrazo que injertamos en una palabra sagrada: ¡GRACIAS!