Divagaciones de in octogenario

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

 

            Antes, cumplir 80 años era un suceso espectacular. Hoy la experiencia es tan común que ni siquiera llama la atención. La pasada semana participé de la fiesta que auspició la familia de mi querido amigo Roberto Rodríguez Aragón, celebrada en los amplios salones del “Big Five”, en relación con sus recién estrenados 80 años. Una señora, con la que compartíamos la mesa, me dijo filosóficamente: “¡Esto hay que celebrarlo: 80 años nada más que se cumplen una sola vez en la vida!”.

            Sin querer echarle a perder a esta señora la supuesta solidez de su observación, le dije respetuosamente: “Amiga mía, cada edad que uno tiene la cumple una sola vez en la vida”. Guardó silencio por un momento, y me dijo cándidamente: “Es verdad, yo nada más que cumplí 15 una sola vez”. En medio de las risas propias del momento, se unió a nosotros, con sus majestuosos 93 años, la ilustre compatriota Dra. Leonor Ferreira. El comentario, entonces, devino en hacer la lista de todos nuestros conocidos que andan cerca del siglo de vida. Entre los  mencionados brilló con luz propia el nombre del gran cubano que es el Dr. Millo Ochoa.

            De todos modos, a pesar de que no suele ser nada sorprendente, cumplir 80 años tiene sus peculiaridades. Lo digo yo, que en breves días, me uniré al club de los octogenarios. Para que tengan una idea de lo que estoy afirmando, voy a decirles cómo eran las cosas en el año 1927. En ese año se exhibió por vez primera un rudimentario sistema de televisión en la ciudad de Nueva York; Londres y San Francisco lograron en 1927 la primera conexión telefónica, y en ese mismo año a Mae West le impusieron, en Estados Unidos, 500 dólares de multa por “salir a escena con vestuario sexualmente provocativo”; pero no todo fue negativo. En 1927 Babe Ruth estableció su record de 60 “home runs”  en Las Grandes Ligas y también en ese año se estableció la entidad Columbia Broadcasting (CBS), que hasta hoy perdura.

            Desde el punto de vista económico el 1927 es muy interesante. Revisemos esta lista: el ingreso anual promedio en Estados Unidos era de $2,400.00; un automóvil nuevo costaba 495.00 y una suntuosa casa sin estrenar valía un promedio de 7,682.00 dólares; pero eso no es todo: el galón de gasolina costaba 12 centavos, y el de leche, 56 centavos. Lo peor de todo es que en ese año la expectativa de vida era de 54.1 años.

            Y otra cosa. El año 1927 fue pródigo en el nacimiento de personas importantes. La lista incluye los nombres de Sydney Potter, actor; César Chávez, líder laboral; Janet Leigh, actriz; Rosalynn Carter, primera dama; Althea Gibson, campeona de tenis, y ¿por qué no?: Roberto Rodríguez Aragón, y yo mismo. (Esta última mención, en lo que a mí se refiere no pasa de ser un chiste malo).

            Algo muy curioso del año 1927 tiene que ver con Charles Lindbergh, pues fue precisamente en ese año  que el legendario aviador cruzó solo, por vez primera, el océano Atlántico piloteando su rudimentaria nave aérea de entonces. De tal manera fue impactante esta hazaña que la revista Time inició con la foto de Lindbergh en su portada la costumbre de presentar a la Persona del Año. Es de coleccionista el ejemplar de la revista Time del año 1927 en la que aparece el Primer Hombre del Año escogido por la prestigiosa publicación.

            Algo nostálgico tiene que ver con el sitio en que nací en Cuba. Mi aparición en este mundo se produjo el sábado 25 de junio del año 1927, en la calle Santa Rita en el barrio matancero de Pueblo Nuevo.  No nací en un hospital, sino en la casa, asistida mi madre por una “comadrona”, que así llamaban en aquellos días a la persona dedicada a  trabajar en los partos caseros. Me contaron que el alumbrado en la calle en que nací era de carburo y que un señor iba todas las tardes, casi al anochecer, de poste en poste, prendiendo las mortecinas luces. En aquellos tiempos eran escasos los automóviles; pero muy populares los coches tirados por caballos. Empezaban ya a circular, en mayor número, y con mayor puntualidad, unos ruidosos tranvías que cada vez que trajinaban por las calles provocaban al unísono los ladridos de los asustados perros de los vecindarios.

            Han pasado 80 años y hoy aprovecho estas amigables páginas de LIBRE para darle públicamente a Dios las gracias por todas sus bendiciones. Tengo 4 hijos, 6 nietos y 2 bisnietos, una amabilísima compañera, y el privilegio adicional de disfrutar de una buena salud, incluido el don fundamental de una mente que funciona. A Dios le agradezco mis hermanos y amigos, que son muchos; y mis recuerdos, los que me son gratos y me reviven el alma cuando acudo a ellos. He servido al Señor, como pastor presbiteriano, por 57 años. Mucho más de la mitad de mi vida ha estado dedicada al ministerio cristiano, y si no he sido ni espectacular, y muchos menos perfecto, he sido al menos bendecido por haber tenido la oportunidad de servir.

            Termino este artículo – probablemente el más personal que haya escrito -, contando una simpática anécdota. Propia cosa de mi vocación es acudir a funerales muchas más veces de lo que quisiera yo. Hace algunas noches, en un funeral, un señor que posteriormente me confesó que tiene 78 años de edad, me dio un fuerte abrazo para agradecerme que hubiera sido yo su profesor en la Escuela de Comercio de La Habana. Se refería a mi tío, el Dr. Joaquín Añorga, que de vivir hoy tendría unos 115 años de edad. No quise refutarle al inesperado amigo su noble afirmación; pero tampoco quería echarme encima el privilegio de que se me confundiera con mi tío sin hacer la aclaración pertinente.  “Una cosa en común tenemos usted y yo – le dije -, y es que ambos fuimos alumnos de gramática de un gran maestro”.

            Al separarme de este amigo le oí comentar con alguien, “es increíble como se conserva de bien ese hombre. Según mis cálculos tiene que tener más de 100 años”.

            De más está decir que esa noche, al llegar a casa, tapé con una toalla el espejo del baño y me eché a dormir: ¡Tener 80 años ya es demasiado; pero parecer que tengo 100, eso es más de lo soportable!.