El Látigo olvidado

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

 

La última semana de Jesus en este mundo empieza con lo que se ha dado en llamar "la entrada triunfal a Jerusalén, hecho que estamos commemorando hoy, "Domingo de Ramos".

Se pudiera pensar que los últimos días de Jesus debieron haber sido usados para legarnos el resumen de sus enseñanzas y el pliego final de sus recomendaciones; pero hay dos incidentes en esa semana que nos dejan perplejos. Primero su repentina aparición violenta en el templo, derrumbando mesas y repartiendo latigazos y en segundo lugar, su maldición a la higuera estéril, la que tenía hojas de sobra; pero carecía de frutos.

La violencia, cuando es justificada, se santifica. La arremetida de Jesús contra los mercaderes y traficantes que salpicaban de maldad los muros imponentes del Santuario se apoyaban en su respeto para con el Padre y su celo para con su Casa. Hoy día, sería apacible la actitud de un padre ante el criminal que quiere abusar de sus hijos, o sería sumisa la respuesta de un cristiano ante el desafío de los idólatras que le profanen su lugar de oración..?

Creemos que una de las virtudes que le está haciendo ajena a la Iglesia es la de indignarse justificadamente. Hemos querido crear un cristianismo de estantería, cosmético y deformado que en nada se parece al que quiso enseñarnos Jesús.
A los cristianos nos quieren imponer la etiqueta de pacíficos o consentidores, cuando
lo cierto es que somos una rara combinación de piedad y rebeldía; suavidad y fuerza, y perdón y castigo.

Por ser impropiamente débiles, pasivos o contemplativos, nos han ganado peleas a las que hemos sucumbido sin un asomo de indignación. Nos han quitado el acceso a las escuelas, nos han impuesto leyes abortistas, nos han inyectado la sociedad de secularismo, nos han de pornografía los medios públicos de comunicación, nos están desintegrando la familia y nos han erosionado la tradicional imagen de respeto y de admiración que nos dispensaba la sociedad.

Creo, de veras, que nos hace falta el látigo que se fabricó Jesús para reprender a sus ofensores. Ese látigo, más que un instrumento de tortura o de flagelo, es un símbolo de la misión de la Iglesia.

Hay tres aristas del carácter de Jesús que debemos revisar a la luz de los tiempos en que vivimos. Primero, permitásenos hablar de su valentía. Pocas veces hablamos de Jesús como de un valiente. Mencionamos su ternura, su poder, su amor, su sabiduría y en fín todas las positivas cualidades que puedan existir; pero esquivamos hablar de sus conflictos. No fué valiente Jesus cuando retó a los escribas y a los fariseos...? no manifestó coraje cuando se enfrentó a los oficiales judíos y cuando se plantó firme ante Poncio Pilato..?. La vida de Jesús estuvo erizada de peligros y de amenazas, y cuando le llegó el momento de la cruz, en lugar de cambiar rumbos o atenuar enseñanzas, "afirmó su rostro para ir a Jerusalén".

Otra cualidad olvidada de Jesús es la del apego total a su misión. La lealtad de Jesús a su llamado se hizo evidente en todas sus acciones, en todas sus relaciones y en todas sus enseñanzas. Pudo el Señor haber tratado de negociar su destino con Dios, algo que muchos creen que hizo en Getsemaní. Pero si nos fijamos bien en esa difícil oración, nos damos cuenta de que lo que El quiso fue reforzar la orden de marcha que de su Padre había recibido. Jesús no es un revisionista ni mucho menos un acomodado. Los seres humanos claudicamos a media marcha, le sacamos el cuerpo a los riesgos y evitamos sufrir por nuestra identificación con la cruz. Hemos olvidado que hay un látigo sagrado que espanta a golpes de reclamo, las debilidades del carácter, las fluctuaciones del deber y las inquietudes de la misión.

Y una luminosa característica personal de Jesús, fue su disponibilidad para el sacrificio.
Se puede ser valiente frente a enemigos poderosos y hasta se puede hacer de la misión el  motivo de la vida; pero entregarse uno como ofrenda viva a los rigores del sacrificio, esto es el pináculo de la valentía..!

El Cristo de la "via dolorosa", el que tiene la frente horadada por las espinas, las mejillas encendidas por los golpes, las carnes desgarradas por los flagelos, el torso doblado por el peso de la cruz, y la dignidad vapuleada por mofas y osadías de los malvados a sueldo que le injuriaron hasta la saciedad, ése es el Cristo de la valentía, el que tenemos que imitar en las circunstancias en las que nos ha tocado vivir.

Es muy fácil para los líderes religiosos acogerse a la seguridad de los altares y desde allí convertirse en críticos y en jueces de los demás, sin atreverse a dar el paso que los lleve a la confrontación directa con aquello que critican o juzgan. Ese no fue el estilo de Jesús.
El predicó de frente a los que eran sus enemigos, El que no se agazapó en tribunas protegidas para proclamar su verdad. En Jerusalén no se conformó con acusar a los mercaderes desde la acera del frente, sino que dió el paso sorpresivo y valiente de enfrentarlos cara a cara. El látigo no era un arma destructiva ni autoritaria, era, y es, el símbolo de que la fuerza de la palabra está en la osadía de la acción..!

Para nosotros, hoy día, mirar a una higuera sin frutos no sería más que un contratiempo en medio de la ruta. Para Jesús fue la revelación de que el que no vive para servir, no sirve para vivir. No le preocupó lo que pudieran pensar sus acompañantes ni las elucubraciones teológicas que pudieran derivarse de su insólita acción.
La higuera ocupaba un espacio que no le pertenecía y lo que procedía era eliminarla.
Es oportuno que nos fijemos que en ambos casos, la limpieza del templo y la desintegración, Jesús usó el mismo método: pasó de la palabra enardecida al gesto combativo. Dió un salto de la voz a la conducta, enseñandonos que el que se limita a lo que dice sin acudir a los riesgos de la acción, carece de la valentía necesaria para un profeta de Dios.
Probablemente se me diga que estoy apartándome de lo que es la misión de la Iglesia; pero si la misión de la Iglesia se reduce a declaraciones abstractas, disquisiciones teológicas, floreo verbal y consideraciones pietistas, lo que de veras sucede es que no entendemos plenamente la misión de la Iglesia. Es cierto que Cristo nos ordenó "predicar" el Evangelio, pero nunca al precio de dejar de "vivir" el Evangelio.
Su descripción del ministerio de la Iglesia, no cabe en un párrafo enmarcado en pétalos, sino impregnado de espinas. "El reino de Dios se hace fuerza, y son los violentos lo que lo arrebatan", dijo el Señor. En otras versiones, en lugar de violencia se habla de valentía, y es que en ambos vocablos, cuando se defiende y se promueve la justicia, se hermanan.
Se trata de la prédica conmovedora desde el Calvario y el látigo justiciero descargado sobre las espaldas infames de los que se burlan de Dios. El secreto de la valentía ejemplar de Jesús es el de unir la voz con la acción. Los cristianos de hoy día apagamos la voz y anulamos la acción..
Ese no es el camino que se nos enseña desde la cúspide de los evangelios.
En este domingo de Ramos, batamos las palmas y cantemos las loas... pero no dejemos olvidado el látigo..!