Valía personal
Autor: Martha Morales

 

 

Conocerse y aceptarse 

Alfonso Aguiló cuenta que un equipo de investigadores norteamericanos dirigido por David Myers y Ed Diener concluían que: La persona feliz es cordial y optimista, tiene un elevado control sobre ella misma, posee un profundo sentido ético y goza de una alta autoestima. Y explica ese autor que el carácter de una persona es, frecuentemente, lo que marca el techo de sus posibilidades en lo profesional y en las relaciones familiares o de amistad.

 

Todos conocemos un caso semejante a éste. Un muchacho de 14 años era un verdadero desastre. Tenía un carácter difícil y una apatía impresionante. Todo parecía indicar que le esperaba un futuro negro. La vida da muchas vueltas y este joven cambió. Siete años después este joven decía de sí: “Hace unos años, no encontraba ilusión en casi nada. Me veía dominado por la pereza de una manera terrible. Era algo bastante angustioso. No sabía a qué podía conducirme todo aquello. Era como estar deslizándose por una pendiente oscura, cada vez más rápido y con más descontrol, y te das cuenta de que no sabes dónde puedes acabar… Decidí cambiar… Para mejorar hay que decirse a uno mismo las cosas, ser capaz de cantarte las cuarenta a ti mismo. Parece mentira, pero es tremendo lo que se puede sufrir cuando uno opta por la vida fácil. Cuando estás en ella, lo otro te parece insufrible, pero en realidad es al revés. Ahora veo que aquella vida era infernal, pero entonces no conocía otra cosa y no encontraba sentido a esforzarme más. Siempre piensas que el problema está fuera de ti, y precisamente ese problema es el gran problema”.

 

No cabe duda de que nadie tiene tanto poder para persuadirnos a nosotros mismos como el que tenemos nosotros mismos.

 

La principal obra que tenemos por delante es la propia educación: la construcción de nuestro carácter. Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia: qué pensamientos fomenta –de amor o de rencor-; de qué lecturas lee y qué películas ve… Cada uno es responsable  también de lo que siembra en su corazón.

 

En las labores del campo, como en la vida humana, uno hace el esfuerzo, y el proceso natural sigue su curso. Lo normal es que, aunque siempre se está expuesto a incertidumbres, al final se cosecha lo que se siembre.

 

Solidaridad entre los hombres

Una de las obras más bellas es la solidaridad humana. Esta cualidad será fuerte si se apoya en las otras virtudes humanas y en la fe en Dios, traducida en oración. San Josemaría Escrivá escribió en Forja 890 Si Falta la piedad –ese lazo que nos ata a Dios fuertemente y, por Él, a los demás, porque en los demás vemos a Cristo-, es inevitable la desunión, con la pérdida de todo espíritu cristiano.

 

Hay que evitar antagonismos innecesarios. Muchas personas tienen la tendencia a plantear todo en términos de oposición: “Si yo gano es porque tú pierdes”. Es lo que podría llamarse la filosofía del yo gano/ tú pierdes. Esta mentalidad  marcar una situación de angustia y frustración. Se da también la situación de yo pierdo/ tú ganas, en frases como: “Haz lo que te dé la gana, nunca me haces caso”. Son actitudes que generan resentimiento o victimismo.

 

Hay otra filosofía que busca el beneficio mutuo en las relaciones humanas; se le podría llamar yo gano/ tú ganas. Esta filosofía busca que los acuerdos sean mutuamente beneficiosos. No ser trata de buscar tu éxito o el mío, sino el de los dos. Cabe también la mentalidad del yo pierdo/ tú pierdes, propia de personas que se amargan mutuamente la existencia. Hay quienes necesitan del fracaso ajeno para saciar su “afán de venganza”, en vez de dejarle la venganza a Dios.

 

En nuestro presupuesto emocional hemos de contar luces y sombras; con pequeños éxitos y fracasos, y también con las humillaciones: son parte de la vida. Escrivá dice en su libro Forja: ¿Eres capaz de pasar por esas humillaciones, que te pide Dios, en cosas que no tienen importancia, que no oscurecen la verdad? -¿No?: ¡Entonces no amas la virtud de la humildad! (n. 595).

 

Necesitamos contar nuestros problemas a alguien sensato para desenmarañarlos, porque exteriorizar lo que nos pasa produce siempre alivio y desahogo.