Tu imagen exterior
Autor: Martha Morales

 

 

¿Qué es lo primero que captamos de una persona cuando la acabamos de conocer?... Alguno dirá “su mirada”; otro, “su modo de vestir”; otro más: “su corporeidad”. La respuesta quizás más acertada sería su expresión.

 

La actitud más primitiva es la que se refiere a la capa externa de la persona, a su cuerpo, pero no por ello pierde importancia. La segunda capa está constituida por el carácter de esa individualidad; hay más profundidad en ello, pero todavía no se llega al meollo de la persona. El amor es la orientación directa hacia la persona espiritual del ser amado, en cuanto algo único e irrepetible. Aquí la persona es el centro de las otras dos capas; pero ya no se fija tanto en lo que la persona tiene, de buena imagen o buen carácter, sino en lo que aquella persona es.

 

Los sociólogos dicen que en las grandes ciudades las personas apenas tienen algo en común. Nadie se exterioriza. Todos protegen su intimidad. Cuando una persona se exterioriza, en el lugar y en el tiempo debidos, empieza a enriquecerse. Un modo de exteriorizarse es mirar; otro, sonreír. Sonreírle a otra persona equivale a decir “me caes bien”, “te acepto como persona”.

 

Los medios y la publicidad ponen un tremendo énfasis en el valor de la persona considerando sólo su aspecto físico. Esto da como resultado un concepto equivocado del propio poder de atracción, ocasionando con esto que muchas mujeres desarrollen ideas irreales y erróneas respecto a su valor.

 

Enemiga del amor es la pornografía porque promueve la promiscuidad sexual, la infidelidad matrimonial, las desviaciones sexuales, la violencia, y, por tanto, la infelicidad y la culpa. Estudios sociales prueban que la pornografía es progresiva; es decir, la persona quiere cada vez más y cosas más fuertes. Entonces, se puede transformar en adicción; además, el material pornográfico influye para que el lector o televidente empiece a ver al ser humano como objeto de placer, en vez de verlo como persona.

 

Hace más daño la pornografía que una herida en el cuerpo. Con la pornografía se pierde la ternura masculina –que es lo que la mujer más gusta-; la afectividad se erosiona, pierde su rostro humano. Pero aún es hacer bromas del sexo. Estamos viviendo una época pornográfica sin precedentes.

 

LA FLECHA Y EL ESPEJO

 

Las palabras y las imágenes no pueden más que aproximarse a este misterio de ser persona. El símbolo que se usa en medicina para designar el sexo masculino es un círculo con una flecha dirigida hacia la derecha, signo que en la antigüedad designaba al planeta Marte. Se compara al hombre con una flecha: su interés se dirige más hacia el exterior. El símbolo de la mujer es un espejo con una empuñadura en forma de cruz, signo que corresponde al planeta Venus. Nos gusta comparar a la mujer con un espejo porque la mujer ama y refleja el amor que recibe y la dicha de ser mujer.

 

La mujer tiene una sexualidad secundaria; el varón tiene una sexualidad súbita (es más vulnerable). A veces dice la mujer:

—“Me voy fuera unos meses, mi marido se porta bien y es bueno, así que no pasa nada”.

—“Por eso, porque es muy bueno, te lo pueden bajar”-, le podemos decir.

 

La mujer tiene un alma concéntrica, y quiere encontrar apoyo en el varón. Para una mujer el amor lo es todo. Para el varón el amor es un capítulo, aunque hay sus excepciones.

 

Hombre y mujer somos diferentes, y ¡viva la diferencia!, dicen los franceses. Ovidio dice que la mujer va al teatro –no para ver-sino para que la vean. A casi todos nos importa la imagen exterior y se nos olvida que hay también una interioridad que cultivar.