Juicios temerarios
Autor: Martha Morales

 

 

Una persona fue a confesarse de haber hablado mal de su prójimo. El sacerdote le dio como penitencia desplumar una gallina y echar sus plumas desde el campanario al vacío. Cuando el fiel volvió para decirle que ya había cumplido su penitencia, el sacerdote le dijo que ahora debía de recoger todas las plumas, a lo que el fiel replicó que eso era imposible porque el viento había esparcido las plumas por todo el pueblo. Entonces el padrecito le dijo: “Eso fue lo que tú hiciste al hablar mal de tu prójimo, y es difícil reparar el daño que hiciste a tu prójimo”. 

¿Qué son los juicios temerarios? El juicio temerario, consiste en pensar mal de alguien porque tenemos un par de datos, pero no tenemos la visión de conjunto y mucho menos conocemos la conciencia de esa persona. Hacer un juicio temerario es juzgar a la ligera, es pensar mal de alguien sin fundamento o con poco fundamento.  

A veces nos precipitamos en nuestros juicios y despotricamos. En el Semanario Gaudium, en el n. 137 se lee: “Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen”. 

El pleno derecho de juzgar sobre los corazones de los hombres pertenece a Cristo. Pero a los seres humanos nos encanta juzgar, por eso el Señor nos pide ese pequeño sacrificio de la lengua, el de no juzgar. «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados» (Mt 7,1). “Con ese mandato el Señor no prohíbe a unos corregir a otros, pero sí que unos desprecien a otros y los odien, en general, por simples sospechas” (San Juan Crisóstomo). Por eso, una manifestación de humildad es evitar el juicio negativo sobre los demás. 

San Agustín en su sermón 46 explicaba: "¿Quién puede juzgar al hombre? La tierra entera está llena de juicios temerarios. En efecto, aquel de quien desesperábamos, en el momento menos pensado, súbitamente se convierte y llega a ser el mejor de todos. Aquel, en cambio, en quien tanto habíamos confiado, en el momento menos pensado, cae súbitamente y se convierte en el peor de todos. Ni nuestro temor es constante ni nuestro amor indefectible". Y en su comentario sobre el salmo 147, 16 decía: "Si el mal ajeno es dudoso, puedes lícitamente tomar precauciones contra él, por si es cierto; pero no debes condenarle como si ya fuera cierto". 

Cuando se juzga a alguien, cuando se le critica, cuando se hacen "comentarios" sobre su conducta o sus obras, se juzga sin comprensión, fríamente, y a veces duramente, porque nuestra visión será siempre limitada. Sólo Dios penetra en las cosas ocultas, lee en los corazones, da el verdadero valor a las circunstancias que acompañan una acción. "Hacer crítica, destruir, no es difícil: el último peón de albañilería sabe hincar su herramienta en la piedra noble y bella de una catedral. - Construir: esa es la labor que requiere maestros." (Camino, núm. 456). 

La comprensión, en cambio, es una mirada que va a la profundidad del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe en todas las personas. Dios es quien conoce las verdaderas raíces de nuestras actuaciones, y comprende, justifica y perdona. La comprensión lleva a juzgar a los demás como quisiéramos que nos juzgaran a nosotros.  

Una persona oraba así: ¿Sabes Jesús mío? Lo único que me nace decirte es: perdónanos las veces que se nos va la lengua en comentarios que no tenemos derecho a hacer, porque como tú dices:..."con el mismo juicio con que juzguéis habéis de ser juzgados y con la misma medida con que midáis, seréis medidos." 

El libro de Tomás Kempis, la Imitación de Cristo, dice este autor: “Pon los ojos. en ti mismo y guárdate de juzgar las obras ajenas. En juzgar a otros se ocupa uno en vano, yerra muchas veces y peca fácilmente; mas juzgando y examinándose a sí mismo se emplea siempre con fruto.  

Muchas veces juzgamos según nuestro gusto de las cosas, pues fácilmente perdemos el verdadero juicio de ellas por el amor propio. Muchas veces tenemos algo adentro escondido, o de fuera se ofrece; cuya afición nos lleva tras sí.  

“Si tú juzgas a la gente no tienes tiempo de amarla”, decía Teresa de Calcuta. 

Muchos querrían saber cómo los ve Dios; si serán aprobados o reprobados en el juicio final. Esto se puede vislumbrar en la actitud que tenemos respecto al prójimo, ya que esa actitud revela la acogida o el rechazo del amor divino (Cfr. CEC n. 678). 

El Dr. Ricardo Castañón recomienda: Cuando la gente es peleonera lo mejor es hablar en corto. Hay que corregir en el momento en que la persona produce reacciones bioquímicas positivas. 

San Agustín aconseja: procura adquirir las virtudes que crees que faltan a tus hermanos, y ya no verás sus defectos, porque no los tendrás tú” (Enarrationes in salmos, 30, 2,7; PL 36, 243). 

No juzgar 

Cuenta María Simma, campesina austriaca experta en el tema del Purgatorio, fallecida hace pocos años: Recuerdo a un señor que vino a verme con dos nombres para saber qué había pasado con ellos. Cuando le pedí que me contara un poco de estas personas, se negó diciendo que me había dado esos nombres para ver si yo decía la verdad. Le dije:

—De acuerdo, déme tiempo.

Después de un mes el hombre regresó por la respuesta. Le dije que un ánima, la del hombre, estaba en los lugares más profundos del Purgatorio, mientras que el ánima de la mujer había ido directamente al Paraíso. Le dejé ver las palabras textuales que había anotado en el momento en que las había recibido de un ánima del Purgatorio. El tuvo un shock. Me dijo que yo era una farsante. Le pedí que me comentara algo de estas dos personas. 

El hombre era un sacerdote. Según mi huésped el mejor, el sacerdote más pío de toda su zona. La mujer, en cambio, había llevado una vida miserable. Decidí preguntarle a las ánimas, quizás había confundido las respuestas. Después de un tiempo llegó la segunda respuesta idéntica a la primera, y llegó también la explicación: La mujer, que había fallecido primero, había muerto en un terrible accidente bajo un tren. Tuvo tiempo de decirle al Señor: “Es justo que me lleves porque así no podré ofenderte más”. Este único pensamiento hizo que todo su pasado de pecado quedara borrado. Fue directamente al paraíso sin parar en el Purgatorio.

El sacerdote, en cambio, era como lo había descrito el amigo, pero no dejaba nunca de criticar a aquellos que no llegaban a tiempo a Misa como él; se había opuesto a la sepultura de esta mujer en la zona consagrada del cementerio por su mala reputación. Por sus continuas críticas y sus juicios se encontraba en los últimos estadios del Purgatorio. Nunca debemos juzgar (cfr. ¡¡Ayúdenos a salir de aquí!!, p. 167-168). 

La concepción y la muerte son dos momentos culminantes en los que Dios está con nosotros ¡por qué no estudiamos estos momentos con la misma atención que dedicamos a otros temas? (cfr. María Simma y Nicky Eltz, ¡¡Ayúdenos a salir de aquí!!, distribuido por Centro María Reina de la Paz, Frac. La Asunción, Metepec, Toluca 2003, p. 172). 

La tumba debería ser sencilla y mantenida con amor. Hay que rociarla con agua bendita regularmente y tener una veladora encendida. Estas son las dos cosas que las ánimas gustan de tener. También, junto a la tumba, como en su funeral, ven quien las visita; estas visitas las ayudan a ellas y a nosotros más de lo que imaginamos (cfr. Ibidem, p. 175). 

Educar ha de ser una labor creadora y positiva, pues –como ha escrito C. S. Lewis–, el objetivo del educador no puede ser talar bosques, sino fertilizar desiertos.