El miedo a no ser amado

Autor: Martha Morales

 

 

La angustia de todas las angustias “es el miedo a no ser amado, a perder el amor; la desesperación es la convicción de haber perdido para siempre todo amor, el horror de la total soledad”. La esperanza, en cambio “es la certeza de que recibiré el gran amor, que es indestructible, y que ya desde ahora soy amado por este amor” (cfr. Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo, EDICEP. Valencia 2005, p. 73-74).

Según Santo Tomás de Aquino, la raíz de la desesperación se encuentra en la así llamada acidia, que nosotros traducimos por pereza, en cuanto falta de voluntad de un hacer activo; según Tomás es idéntica a la “melancolía de este mundo”. El gran éxodo de la Iglesia, dice Ratzinger “ha tenido ciertamente este fundamento, se quería ser libre de pesados límites (…). Parecía que sólo había libertad de alegría para los no creyentes (…). Hoy se ha experimentado hasta la saciedad las promesas de la libertad ilimitada (…). Las alegrías prohibidas pierden su esplendor en el momento en que ya no están prohibidas”, mientras que la llama de hambre de lo Infinito siempre permanece encendida.

La raíz más profunda de esta tristeza es la falta de una gran esperanza y la imposibilidad de alcanzar el gran amor. Todo lo que se puede esperar ya se conoce y todo amor desemboca en la desilusión

La antropología cristiana dice que la tristeza deriva de una falta de ánimo grande, de una incapacidad de creer en la propia grandeza de la vocación humana, la que Dios pensó para nosotros. El hombre no tiene confianza en su propia grandeza, quiere ser más “realista”. El hombre “no quiere creer que Dios se ocupe de él, que le conozca, le ame, le mire, le esté cercano” (Mirar…, p. 77).

Hoy existe un extraño odio del hombre contra su propia grandeza. El hombre se ve a sí mismo como el enemigo de la vida, se ve como el gran perturbador de la paz de la naturaleza, la criatura que ha salido mal. Su liberación y la del mundo consistiría en el destruirse a sí mismo y al mundo, en el hecho de eliminar el espíritu.

“Al inicio de este camino estaba el orgullo de “ser como Dios”. Era preciso desembarazarse del vigilante Dios para ser libres (…). Esta rebelión de la pereza humana contra la grandeza de la elección es una imagen de la sublevación contra Dios” que cualifica de modo particular a nuestra época.

En México, en la mitad de los hogares hay gritos cada semana. Y uno de cada 5 adultos reconoce que no hay muestras de cariño en su hogar.

La decadencia de la sociedad es consecuencia de que el hombre coloca su voluntad, su soberbia y su comodidad por encima de la pretensión de verdad. Ya no tiene un amor grande a la verdad, ya no la busca. Esta inversión de extiende a todos los campos de la vida. Lo antinatural se convierte en lo normal. El hombre que vive en contra de la verdad, vive también en contra de la naturaleza. Su capacidad de inventiva ya no sirve para el bien, se convierten genialidad y finura para el mal. Ya no domina la vida sino la muerte.

Pieper decía que la tristeza perezosa es “uno de los elementos determinantes del rostro secreto de nuestro tiempo”. Un exceso de actividad exterior puede ser el intento lamentable de colmar la íntima miseria y la pereza del corazón, que siguen a la falta de fe, de esperanza y de amor a Dios y a su imagen reflejada en el hombre.

“Aprender a rezar es aprender a esperar y por lo tanto es aprender a vivir”, dice el Papa Benedicto XVI (cfr. Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo, EDICEP. Valencia 2005, p. 72).