El Aborto cambia el mundo

Autor: Martha Morales

 

 

Una política de aborto a petición no crea una sociedad compasiva ni soluciona los problemas de pobreza, de negligencia o de faltas de oportunidad para la mujer. ¿Cuántas veces no hemos visto casos de mujeres que tienen un embarazo no deseado y, una vez nacido el hijo, se convierte en la principal razón para vivir de esa mujer?  

Hay mucho que aprender de las mujeres que se han practicado un aborto. Hay mucho que aprender de la experiencia norteamericana: antes de despenalizarlo en Estados Unidos se hacían 100 mil abortos anuales; actualmente se realizan 1.6 millones de abortos al año. Al legalizarlo, aumentó considerablemente. Los que gobiernan y legislan deben de considerar que, la muerte de nuestros niños, no puede ser la mejor respuesta que un gobierno puede ofrecer ante el embarazo adolescente.  

Se habla de aborto por violación, pero lo que muchos no saben es que difícilmente queda embarazada una mujer violada ya que su estado emocional inhibe la ovulación; sin embargo, excepcionalmente se llegan a dar algunos casos. Por ejemplo, en España, de 55 mil casos de mujeres violadas presentados ante el Ministerio de Justicia, sólo 12 quedaron embarazadas.  

La vida que Dios pone amorosamente en el vientre materno, es arrancada cuando se mata al niño no nacido. Cada vida que es aspirada cambia el mundo para siempre. La conciencia se ve comprometida y a veces ya no distingue el bien del mal. Este es el estado de confusión en que están los gobiernos cuando legislan leyes injustas. El mundo no puede prosperar en tal confusión.  

La postura de nuestra nación sobre el aborto legalizado es el factor determinante de nuestra seguridad nacional. Si el niño en el vientre materno no está seguro, ¿quién lo puede estar?  El aborto es una cara del mal individual y social y un enemigo de la seguridad nacional. No tendremos paz verdadera hasta que el aborto sea quitado de en medio.  

Nunca antes en la historia de la humanidad han sido la maternidad tan perjudicada y desfigurada. Nunca antes la vida del no nacido ha estado en tal peligro.  

Cuanto más asuma la humanidad el rol de dar y tomar la vida, más odio florecerá en los corazones. Lo que está en el centro de nuestro corazón monopoliza nuestros pensamientos, palabras y acciones, pues es el corazón el que gobierna la libre voluntad. Es el orgullo el que conduce al alma fuera del carril. Es el orgullo el que trabaja contra la verdad.  

“Corresponde a la mujer decidir si va a ser madre”, dicen, y parece justo; pero una vez concebido el hijo, la mujer ya no es libre de ser o no ser madre. Es ya una madre... aunque no permita que su hijo viva. “Mi vientre es mío”, gritan; como si el niño fuera parte de las vísceras de la mujer. El feto está en la madre pero no es la madre. Una vez nacido o abortado el feto, a la madre no le falta nada, sigue tan entera como antes, cosa que no ocurriría si le quitaran un órgano. Si el embrión no fuera distinto a su madre, no tendría otro corazón.  

“Regular el aborto” no es limitarlo, sino impulsarlo. Donde se legaliza el aborto, éste aumenta. El aborto legalizado no termina con el aborto clandestino. Más de la mitad de los abortos que se realizan en el mundo son clandestinos, porque las mujeres se avergüenzan ante los demás y buscan la clandestinidad aun cuando puedan hacerlo legalmente (Cfr. Antonio Molina Melia, Razones del aborto, España).  

En Suecia, de 344 embarazadas a las que se les negó el aborto, 62 dijeron que se suicidaría, y ninguna lo llevó a efecto. En Minnesota, de 100 mil mujeres que intentaron suicidio (entre 1950 y 1965) sólo el 0,6 % estaban embarazadas (Adler, Emotional Responses of Women following therapeutic abortion, en “Amer, J. Ortopsychiatric”, 45 (1975) 446).