Educación blandengue
Autor: Martha Morales
Toda la educación y formación de dar a los niños que, abriéndose a la vida encuentran las primeras dificultades, debe estar basada en estos puntos: Creación y caída del hombre; Encarnación —Pasión y Muerte del Verbo Eterno de Dios para la liberación de la humanidad—, la Redención, el Cuerpo Místico.
¿Por qué insistir tanto en estos puntos que forman la espina dorsal de la historia del género humano? Porque a estas realidades históricas está ligada la vida de todos los hombres.
Los hombres no pueden sustraerse a esta lucha, de cuya suerte depende la salvación o la condenación eterna.
Ningún hombre en el mundo puede presumir de poder enfrentarse a un enemigo superior por naturaleza y por potencia, sin una ayuda adecuada que Dios ha provisto dársela, al precio que bien conocemos.
Para esto ha querido la Iglesia en el mundo. Su objeto no es sólo la de engendrar los hijos de Dios, sino de todos los modos y con los medios que posee, ella debe hacerlos crecer, debe nutrirlos y defenderlos.
Dado que la Iglesia no está formada sólo por la Jerarquía sino por todos los bautizados, he aquí que padres, educadores y sacerdotes tienen el gravísimo deber de comprometerse a fondo en esta pastoral, dirigida a hacer comprender a los hombres que es su deber combatir a Satanás que encarna el mal, en todo momento de su vida, usando las armas adecuadas y en el momento preciso.
Esta lucha debe tener para el cristiano la precedencia sobre todas las otras cosas; del resto está claro que todas las otras cosas valen sólo en la medida en que sirven al logro del fin de nuestra vida.
No debe nunca ser olvidado que Cristo he hecho del cristiano un soldado, un combatiente. Fuertes en la fe, fuertes en la esperanza, fuertes en el amor, bien armados y equipados, podremos enfrentarnos al Enemigo con la certeza de la victoria, como David que combatió y venció a Goliat.
Formación “blanda”
Veamos si el enfoque dado por parte de los que se dicen padres cristianos, a la formación y educación de sus hijos es justa. De los hijos han hecho primero unos muñecos consentidos, luego unos ídolos, al final unos tiranos prepotentes.
Nada se niega a los hijos. Desde la primerísima infancia, todo capricho es satisfecho, todo deseo es contentado. Crecen así día a día las exigencias; pueden decir de todo, pueden hacer de todo, pueden experimentar de todo y ya tenemos en las escuelas primarias niños drogadictos. No se les ha pedido jamás una renuncia suya, un sacrificio; ¿es de extrañar que el vicio los domine ya aún antes de que estos “capullos” se abran a la vida?
Hemos llegado a este punto de perversión; se ha perdido de vista el problema principal. Se discuten infinidad de cosas, pero no se nos reúne alrededor del Pastor, Jesús, para estudiar una estrategia común respecto al más grande problema de toda la Pastoral.
No se curan enfermedades mentales con blandas medicinas genéricas, no se cura un tumor con una pastilla cualquiera. Aunque una intervención quirúrgica no sea grata, no se titubea en practicarla cuando está de por medio la vida. Pero ¡cuánto miedo, cuántos temores vanos cuando se trata del bien supremo del alma! Se duda, se teme y se aplaza la solución justa hasta un tiempo que quizás jamás vendrá.
La debilidad y las incertidumbres de padres de familia, obispos y sacerdotes son una de las causas principales de los muchos males de los que hoy sufre la Iglesia. Intervenciones ponderadas, realizadas en el momento justo, habrían evitado muchos ayes. ¡Qué daño incalculable se hace a las almas!
En la entrevista que recoge el Informe sobre la fe, le preguntan al entonces cardenal Ratzinger, por qué rebrotan los cultos satánicos en el mundo secularizado de hoy. Contesta: “Toda persona bien informada sabe muy bien que lo que va surgiendo en la actualidad y aparece en los diarios es ya inquietante, pero no es más que la punta de un iceberg que tiene su base precisamente en las zonas del mundo más avanzadas tecnológicamente, comenzando por California y por el norte de Europa” (p. 155).
San Agustín habla de la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre. Construir la Ciudad de Dios es procurar la salvación de las almas... y eso implica abnegación y sacrificio. Si lo hay, de grandes males saldrán grandes bienes, porque como dice Johann Wolfgang von Goethe, el diablo es “una parte de esa fuerza que desea siempre el mal y termina siempre haciendo el bien”.