Domingo IV de Adviento, Ciclo C
"¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?"
Autor: Padre Mario Santana Bueno
Evangelio Lc 1,39-45:
Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de
la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella
quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo:
—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo!
¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como
he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú
por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!
Homilía
En el tiempo de adviento se nos presentan dos grandes
personajes que nos introducen con sus vidas y acciones en la Navidad. Estas dos
eminentes figuras son Juan el Bautista y María. Podemos decir que el tiempo del
nacimiento de Jesús es la síntesis de las dos vidas, de las dos actitudes
espirituales, de los dos ejemplos de fe.
Estos dos grandes modelos de fe son tenidos en gran respeto y veneración por
parte de la Iglesia, no en vano en la Iglesia Católica sólo celebramos tres
nacimientos: el de Jesús, el 25 de diciembre; el de María el 8 de septiembre; y
el de Juan el Bautista, el 24 de junio. El resto de los santos los celebramos el
día de su muerte.
Las actitudes interiores que debemos de tener para vivir en profundidad la
Navidad, fueron las que se dieron en estas dos grandes personas anunciadoras de
la venida del Señor.
La Palabra de hoy nos recuerda el momento que María se encuentra con Isabel. Es
el encuentro entre dos madres y es también una visita que beneficia a ambas.
Dice el Evangelio que María de dirigió "deprisa" a la casa de Zacarías. La fe
siempre demanda una cierta urgencia. La fe no es estancamiento sino encuentro.
Desde que Isabel oyó el saludo de María se produjo en ella dos situaciones:
"la criatura se movió en su vientre"
"quedó llena del Espíritu Santo"
Todo encuentro espiritual verdadero debe provocar algo parecido: un movimiento
interno que nos lleve a un encuentro con la realidad que hay en nosotros y una
auténtica acogida del Espíritu Santo.
Podemos vivir una fe rutinaria que no se conmueve ni mueve por las cosas que nos
suceden, ni por los encuentros con el Señor. Debemos de tener cuidado para que
la fe sea siempre un encuentro vibrante para que lo que llevamos dentro se haga
sensible a lo que sucede a nuestro alrededor. Isabel capta la presencia interior
que hay en María y es capaz de vibrar.
¿Somos nosotros capaces de vibrar ante las personas que nos ofrecen la presencia
amorosa de Cristo? ¿O nos hemos acostumbrados a mirar al Señor con la
indiferencia y la lejanía con la que vemos las demás situaciones de la vida?
Isabel no envidió ni tuvo celos de la Virgen María, supo acoger su grandeza con
humildad y realismo.
Buena enseñanza para todos aquellos que quieren buscar un reconocimiento en su
tarea pastoral.
Las personas en las cuales el Espíritu de Dios ha hecho su morada están siempre
inclinadas a pensar con sencillez sobre sí mismas y sobre los favores y
beneficios que Dios le concede. La persona que recibe así la presencia del
Espíritu puede estimular a otros en su camino de fe, esto fue lo que sucedió en
este encuentro.
Cuándo tú te encuentras con las personas que te rodean ¿Puedes transmitir esa
presencia escondida de Dios a la otra persona? ¿Ven los demás en ti esa
referencia al Señor?
Termina la lectura de hoy proclamando dichosa a María por creer en lo que Dios
le había prometido. La vida del cristiano siempre estará surcada por las
promesas de Dios; en nuestra mano estará aceptarla con alegría y plenitud. En el
fondo nuestra vida cristiana queda vacía cuando faltan la alegría y la
esperanza.
María fue dichosa porque sin pedir nada a cambio, supo esperar en las promesas
que Dios le había hecho. Acogió su maternidad como una tarea pastoral a la que
destinó todos sus esfuerzos y todos sus horizontes. No se guardó nada para sí.
La Historia nos enseña que quien se entrega totalmente a Dios, sin guardarse
nada para sí mismo, recibe la plenitud de la gracia y en esa persona se realiza
a la perfección todos las promesas que el Señor estableció.
* * *
¿Cuáles son las promesas que el Señor te ha hecho en tu vida?
¿Cómo acoges a las personas que han sido especialmente escogidas por el Espíritu
Santo? ¿con celos? ¿con envidias...?
¿Qué representa la Virgen en tu vida?
¿Cómo puede una persona acoger los dones y la presencia del Espíritu?
¿Cómo has vivido este adviento? ¿Qué te ha aportado?