Nos están atacando

Autor: María Velázquez Dorantes

   

No se trata de extraterrestres, de guerrilleros o terroristas, sino de los males más graves del mundo, aquellos que viajan por todos los rincones de la tierra y que se alimentan de la tiricia espiritual.  

Son tan peligrosos como una bala enclavada en el propio corazón, son tan implacables como la peste, marchan como las langostas para carcomer al ser humano y lo más terrible sucede cuando ganan las batallas.  

Habló de la envidia, del coraje, la tristeza, la depresión, el egoísmo, el desamor y la melancolía que se esparcen por todo el cuerpo humano; estos son los verdaderos enemigos que están atacando mundialmente las vidas, aquellos que no esperan a escoger determinado lugar, determinado sexo, determinada comunidad, sino que por objetivo se tiene < la exterminación de la vida>.  

¿ Cuántos seres se quitan la vida a causa de una depresión?        ¿Cuántos padecen de envidia y egoísmo por el vecino, el hermano, el hijo...?¿ Cuántos se sienten perdidos en este mundo a causa de la soledad y el desamor? La respuesta es: millones y la razón se originan en el propio hombre que alimenta a estás polillas con el odio, con la desesperación, con la actitud pesimista, con el olvido de Dios y de María.  

Estos adversos no acaban de surgir, se han venido desarrollando con el paso del tiempo, donde su alimento se basa en la guerra psicológica y la concavidad mental, que no llama a la defensa del corazón, al revivir del alma, a la conciencia del espíritu.

Nos atacan por doquier, y como las  plagas invaden terreno hasta ver caer al mundo, pero ¡ ya basta!, por qué dejarlos atacar, verdaderamente empuñemos las armas del amor de Dios y liquidemos con ellos, sujetémoslos todos los días con la cuerda de la alegría por un nuevo día, tapémoslos con la sonrisa que le ofrecemos a quien camina por la misma avenida que nosotros lo hacemos, apaguémoslos con la llama de la vida y la felicidad, rociemos el amor social y humanitario.

No permitamos ser vencidos por ellos, venzámoslos nosotros día con día, hasta verlos desaparecer como el agua entre las manos y dejarlos secos como el viento en el desierto.