La calidez de un anciano

Autor: María Velázquez Dorantes

 

Es muy cierto que la etapa evolucionista del hombre es convertirse en lo que llegó, pero alimentado de las grandes experiencias de la vida.

Los grandes ancianitos o adultos mayores como se les ha denominado, son el orgullo de un mundo mejor, son la estilo y la práctica para las nuevas generaciones que vienen en camino.

En cada arruga de su rostro se muestra la vivencia y el ejemplo, en esa mirada borrosa está puesta la esperanza de la vida, en aquella voz tierna que nos muestran, está la calidez de un “ sigue adelante”, en las temblorosas manos y los movimientos torpes está el impulso para quienes les toca seguir construyendo el camino de una vida mejor.

No son el estorbo de la sociedad, son sus frutos del pasado que colaboraron a formarla en prácticas y son los niños grandes que pueden alimentar el consejo del hombre joven.

Todos caminamos hacia la etapa de la vejez, pero es importante reafirmar que no es la última etapa de la vida, ni tampoco es la etapa perdida, sino todo lo contrario es una etapa madura que refuerza el futuro, es ejemplo de las rutas que suben hasta el valle creado por Dios.

La calidez de un anciano es la sintonía de un música bien estructurada, es la nota vital, que simboliza las bases de la edificación mundial.

La vida de ellos es la humildad de aceptar el origen de vivir, sus manos son artesanales que han tejido a los niños que hoy son adultos. Sus caricias son suaves pétalos de terciopelo sobre el rostro de un niño, sus pasos lentos, son los pasos que han dejado huella.

No son ancianos de alma, ni de espíritu, solo ancianos de cuerpo. Son una muestra de lucha y ejemplo para los jóvenes.

Un anciano es un niño, solo tiene una ventaja más, “ ya aprendido cosas del mundo externo”, ya tiene las pistas de cómo el mundo va transformándose y ellos son la calidez humana.

Cada adulto madura, cada joven, cada niño debe atender ese cabello blanco porque dentro de él está la ternura, la vitalidad y sobre todo la Hermosura de Dios.

Aprendamos a vivir, con ellos, no los desechemos porque pronto nos veremos así y no pretendemos que se nos excluya. Ellos son parte importante de la humanidad y aprendizaje de la sociedad.

Por un mundo feliz, aprendamos a ver la calidez de un anciano.