Misionero de Cristo, misionero de los hombres

Autor: María Velázquez Dorantes 

 

 

El Padre Humberto Mauro Marsich de origen yugoslavo, de nacionalidad italiana y misionero en tierra mexicana se despide de México, para iniciar la trayectoria de la misión y volver a su amada Italia.  

Con palabras profundas y con una mezcla de sentimientos encontrados, no dice adiós sino hasta luego; el misionero de Cristo y también misionero de los hombres contempla como el Creador lo ha elegido como el sacerdote que alimenta a la comunidad a través de las celebraciones eucarísticas, que conlleva el perdón a través del sacramento de la confesión,  que induce hacia de la enseñanza de la axiología y las formas de educación. Que abre los caminos de la intelectualidad para compartirlos con los pobres,  con los jóvenes, con los matrimonios, con las comunidades de México.  

Después de 20 de años de servicio misionero en México y 35 años de Sacerdocio, hace suyo el mensaje de despedida de Juan Pablo II: “me voy pero no me voy”, y ¿cómo irse una persona que ha dejado tanto en una tierra de creyentes? Quienes tuvieron la oportunidad de escucharle, de leerle y aprenderle conservaran en su corazón las más profundas inquietudes de un siervo de Dios que  no sólo le toco vivir el tiempo de la posguerra, sino encontrarse a un México marcado por el laicismo, una tierra huasteca que no hablaba el italiano ni el español, sino que tenía  un dialecto propio. Un siervo que vio en los hombres de la huasteca potosina rostros quemados por el sol, injusticias al ver que eran despojados de sus tierras; pero también experimentó el talento de la academia como profesor y formador de sacerdotes y jóvenes curiosos por la vida.  

Orador de múltiples conferencias en las que explicitaba las maravillas de un Dios misericordioso, exponente ante los jóvenes sobre la sexualidad humana, lleva en sus manos el talento de la música, especialmente del piano y el acordeón; un ser humano que en cada uno de sermones dominicales aprendía y enseñaba al mismo tiempo, que con los niños se hacia niño.  

Emocionado y apasionado del Don de Dios, deja en los mexicanos la esperanza de saber encontrar en la palabra de Dios y en la oración,  un diálogo con Cristo, con el Cristo vivo y resucitado. Se va pero se queda, porque ha dejado una huella imborrable en México,  ha despertado los síntomas de una despedida que no resuena en el olvido, sino más bien, que busca encontrar en todos los siervos de Cristo la esperanza salvadora del hombre.  

El misionero de Cristo nos ha dejado una enorme lección: la familia no sólo es la que se construye a través de los lazos sanguíneos sino también es aquella con las conversas todos los días, la que impulsa en la fe, y la que deja en el corazón del hombre el recuerdo  vivo de Dios.