El miedo

Autor: María Velázquez Dorantes 

De lo que tengo miedo es de tu miedo.

 William Shakespeare (1564-1616) Escritor británico.

 

Con la rapidez y la velocidad en la que los jóvenes se están sumergiendo, en el bullicio de las ideas de los medios de comunicación que están a su alcance; en el enfrentamiento a lo diferente, a lo disímil  donde existen tremendas barreras que todos los días deben enfrentarse, para llegar a la construcción de una vida que emocionalmente debe ser estable: existe el miedo.  

Es el miedo a actuar, a pensar, al deber ser y al ser. No por ser jóvenes, se es el “invencible”, se puede con todo. Nuestras sociedades están creciendo en lo inmediato, sin detenerse en el peligro  en el que la juventud está congelada, puesto que todos  los días se ve un dinamismo y un comportamiento sólido, se está dejando a un lado notar las tristezas, los vacíos,   aquella palabra que aparentemente se encuentra de moda: la depresión, fruto del miedo.  

Las conversaciones entre los padres, los hermanos, los amigos se están desquebrajando porque se han estratificado miles de actividades que corresponden a una edad diferente, y nadie se cuestiona,  el cómo estas, qué piensas, qué sueñas, qué anhelas. La cotidianidad  se transforma en rutina, y la rutina en una máquina físicamente humana e interiormente programada al resto de las actividades.  

Cuando se tema a un “algo”, se desgasta el espíritu, el corazón y la mente. Se es esclavo de una rutina, en donde el nosotros, ya no existe sólo se avanza por la línea de lo individual, de lo mí-o, de un yo que no le permite la entrada a los otros.  

Aquellos jóvenes que se encuentran de frente a una computadora, un televisor, unos audífonos, del celular y de tantas tecnologías que constantemente están surgiendo, y donde poco a poco los van enajenando, también los están esclavizando y atando al miedo de la interacción social.

Existe quienes opinan que las formas de comunicarse y expresar se han transformado, sin embargo, no será acaso qué esa inmediatez que se ocupa en programas u otras actividades, tiene un letargo espiritual y humano; no será que el temor al preguntar cómo esta una persona, los paraliza porque el egoísmo, el orgullo y la misma soledad sólo los impulsa a construir un mundo insensible.  

Cuando el miedo toca el corazón de los jóvenes, no es lo mismo que el pequeño miedo que de niños se tenía a la oscuridad de la luz, es más bien, una advertencia a cuestionarnos cómo estamos viviendo, cómo vemos  la luz y la oscuridad no sólo de una llama eléctrica; sino de la llama viva del amor entre los seres humanos, ese amor que no permite separarse o segregarse por una actividad de resolver lo ¡urgente! Y olvidarse de lo importante.  

El miedo puede volver esclavos a muchos, y la mejor forma de combatirlo es luchar contra él rompiendo el hielo de la rutina,  reflexionando cómo esta mi relación con Dios y con los demás; el miedo puede esa oscuridad que los hacía temblar de pequeños, no obstante, puede convertirse en luz cuando aceptamos la ayuda, la compañía, la interacción de los demás.