A la escuela pero sin libros

Autor: María Velázquez Dorantes 

 

 

En muchas ocasiones la lectura de un libro ha hecho la fortuna de un hombre, decidiendo el curso de su vida. Ralph Waldo Emerson 

Prácticamente los adolescentes y jóvenes desean asistir a los colegios sin obligación, sin compromisos, sin tareas pero sobre todo enemistados con los libros. La situación no es generalizada, sin embargo, los indicadores acerca de que los jóvenes no leen, ni consultan los libros se centra en la mayoría; la minoría representa a los niños <ñoños>, como ellos mismos los han clasificado y son aquellos que cumplen con los trabajos escolares y se brindan la oportunidad de leer un buen texto.

La etapa de educación y acercamiento a la lectura viene desde el seno familiar, se ha comprobado que la madre que lee durante el embarazo puede llegar a contagiar, la alegría de los textos y las frases al bebé. Y después de haber llegado un mundo nuevo el niño debe seguir educándose a través de alguna – de las tantas cosas más bellas del creación- la lectura, para que llegada a su etapa escolar no sufra por tener la obligación de realizar una lectura.

Los libros son una vida abierta que están pacientemente esperando a que alguien los descubra, y la necesidad más urgente hoy, es que los jóvenes descubran las vidas que ocultan esas pastas duras, blandas o coloridas; la necesidad por formarse en la lectura hoy en día debe convertirse no sólo en una obligación para el joven, sino en un capricho por devorar lecturas. Es lamentable que se considere que existe formación escolar, con la realidad sobre una biblioteca vacía, es lamentable que las bibliotecas no cuenten con el material disponible para atraer a los jóvenes, es decir, tener un material que les proyecte nuevos campos de vida, nuevos sueños pero sobre todo que los impulse a tener retos y proyectos.

La sensación de leer un libro equivale a la sensación poética de un beso romántico, si los jóvenes consideran que eso de la lectura es para “viejitos que ya no tienen nada que hacer”, están perdiendo un valioso tiempo que no solamente los guiará a un campo más diverso de conocimientos, sino que los enfrentará consigo mismos. Ese tiempo que ellos creen que desperdician detrás de las hermosas hojas de un libro, lo pierden más viendo una serie de violencia y anti valores en televisión o pintando paredes con los amigos.

Aquellos que consideren que no tienen tiempo, que no vale la pena y que no sirve de nada un libro, es que verdaderamente nunca han leído uno. La escuela sin libros no generará estudiantes capaces de soñar, estudiantes con sentido de reflexión y superación; los jóvenes que van a la escuela nada más por ir, están desperdiciando su juventud, su herencia, lo material se desgasta lo intelectual se lleva en el corazón; si la juventud desea ir al colegio a conquistar corazones, a mostrar imagen y ponerse de moda; también los libros otorgan esa posibilidad, la poesía conquista los más duros corazones, ablanda las imágenes más simétricas y lanza en boga el lenguaje.

A la escuela sin libros, ya no se vale, la formación sin esos compañeros pierde su encanto, ojala que chicos y grandes todos los días aprendamos el valor de un libro, y la necesidad que se tiene por recurrir a ellos; muchas veces cuando el espíritu se siente abatido la solución la podemos encontrar en el silencio de las palabras.