Que no seamos sordos

Autora: María Velázquez Dorantes

 

 

Las manifestaciones de la presencia de Dios son infinitas, y el mundo se ha hecho sordo a su figura. No se requiere de la destrucción del mundo, de la guerra o de la peste para acercarse al amigo más íntimo y confiable de nuestra existencia. Para ello ha dejado innumerables formas de comunicación con él, se encuentran los evangelios, voz natural de Dios con la enseñanza para una mejor vida, porque él se ha preocupado por dejar expresiones palpables para el hombre, aprendizaje que no se debe olvidar por momentos deleitables y recurrir a ellos sólo en la angustia.

El hombre no puede ser sordo a la voz de Dios, a su esencia, porque no se puede realizar nada sin la ayuda del Creador, los tiempos no han cambiado, la voz de Cristo sigue presente porque los problemas de hace dos mil años son los mismos que angustian a esta humanidad, el mundo a veces se encuentra invadido por las tentaciones y los ataques de los pecados, mientras que su sordera se ve excusada por pretextos absurdos.

No existe mejor manifestación de la presencia de Cristo en la vida, que la Eucaristía y aún así, la renuencia se hace presente, los jóvenes no se sienten atraídos por encontrar a Dios, han etiquetado a ese encuentro como algo monótono, y aburrido; se ha denegado el acceso al encuentro con la persona más filial, y esto es porque se han visto invadidos por la invariabilidad del utilitarismo social y del practicismo de una vida con muchos huecos, en los cuales lejos de llevar los mensajes de Cristo a su vida para sentirse llenos y felices, traen la autodestrucción, por medio de las drogas, la prostitución, la pornografía, el egoísmo y el consumismo.

La sordera mundial se ha convertido en el mudismo trascendental de la existencia, la humanidad sufre por estar lejos de Dios, pero poco hace por acercarse a él, se hacen sordos e incrédulos a la existencia de un ser misericordioso que tiene piedad del mundo entero. Basta con desear encontrarse con él y sacar los tapones de los oídos para escuchar su suave voz, sentirse guiados y manifestar que la vida que él otorga a cada uno de los hombres, es una vida compartida mano a mano con Jesús.

No seamos sordos a la voz que tiene aliento de vida, no seamos sordos por la ignorancia inmanente del egoísmo, de la incredulidad, basta de confiar en las cosas materiales que se convierten en nada; es momento de abrir los oídos del corazón a Dios, a su mensaje, a su amor para sentirse libres, y no atados por las cadenas del pecado. Sólo existe una fórmula para ser felices: Dios y la mejor suma no se encuentra en las matemáticas o en las ciencias sino el la Fe, quien tiene fe en él, su sordera desaparece.