Indigencia: pobreza en el corazón

Autora: María Velázquez Dorantes

 

 

Ante las políticas sociales y gubernamentales, se ha ido viendo el crecimiento de la indigencia en México, las avenidas, las esquinas, los pabellones de las terminales de autobuses, las calles todas en general se encuentran pobladas de seres humanos que cada día se manifiestan en condiciones sumamente inexcusables e imperiosas.

Aunada siempre a los casos de pobreza extrema, de discriminación, de la pérdida del valor del sujeto como la categoría de humano ante los derechos de la vida, la indigencia se manifiesta rotundamente como un factor social que se acrecienta y se acumula, no solo en las grandes urbes sino que se ubica también en los pequeños poblados. El ser humano en situaciones gobernadas por el poder y la ambición económica se ven despojados de esencia humana, de valor espiritual y son relegados; antes por ser la minoría ahora por ser la mayoría.

¿Será acaso que la gente que habita y que se desenvuelve en las calles como la morada para su existencia se encuentra enajenada de la sociedad que se siente civilizada? O ¿Será precisamente que la sociedad civilizada trata de enajenar a los indigentes por que no cumplen las normas sociales que se establecen muchas veces por la causa del absurdo? Preguntarnos éstas y miles más de interrogantes del por qué no son aceptados los indigentes, de por qué el aumento de esta problemática que compete a todos, del por qué no se le es brindado el mismo derecho que aquellos que se percatan del capitalismo y que dentro de este sistema de gobierno se pueden adaptar a él si el menor problema; son cuestiones de factor sensible, en el que cada individuo se ve involucrado, porque es la misma sociedad quien rechaza a esos seres, son ellos mismos quienes se molestan porque piden dinero, porque son traga fuegos o limpia parabrisas. Es esa misma “civilización” quien insulta y lo continúa convirtiendo en indigentes.

El problema del indigenismo se concentra en la mala distribución de la riqueza, puesto que cada vez son menos ricos y más pobres; pero al mismo tiempo, la humanidad ha perdido el interés por el hombre, es tan material que ha depositado todo sus sentimientos en una economía que tarde que temprano pasará, que se convertirá en polvo y entonces surge el vacío, no sienten nada por aquellos iguales a todos pero que en ese día no se han alimentado, que no tienen en donde dormir, que se han vistos frustrados por la vida y que muy probablemente se sientan solos.

El hombre al iniciar el día debe observar su alrededor y ver que así como el existen seres humanos que necesitan de una mano que les brinde apoyo, confianza, sustento, se requiere de una oportunidad para salir juntos adelante, para cobrar de nuevo las fuerzas y la esperanza acerca de la vida; no se puede pasar al lado de la mujer que está sentada en el suelo, expuesta a los cambios climáticos, expuesta al vació de quienes pasan a su lado. Como diría Emerson, la pobreza consiste en sentirse pobre, y a veces se genera pobreza de corazón, de espíritu, de alejamiento a Dios, y desconocimiento de María.

El momento no es el de mañana, sino el del ahora, se trata de dejar de ser pobres de espíritu y comenzar a darnos la oportunidad de ayudar a nuestros semejantes, de amar y sentirnos amados por ellos; Dios no hace distinciones, Dios no siente lástima, sino todo lo contrario: ama, es misericordioso, tiene piedad y perdona.
Jóvenes y adultos debemos cambiar el problema de los indigentes, debemos aceptar a los otros en los que se cree que son diferentes, no es otorgándoles un peso como ayudamos, sino de atraerlos de nuevo al circulo de subsistencia en el cual los otros se desenvuelven, es momento de hacer a un lado las diferencias y las clases sociales, los estatutos económicos y vernos como hermanos, como Iglesia.