Reflexión espiritual
Una tarde de otoño

Autor: Padre Mariano de Blas, L.C.

Libro: Hacia las cumbres           

                     

¿Quién no ha escuchado  la voz de Jesús en los atrios de su alma:  ¡Ven y sígueme!, ¡ven y sé fiel!, ¡ven y goza de mi amistad!? Y,¿qué se le puede responder?

          Cómo no seguirte, Señor, si Tú nos enamoras, si te vemos y te sentimos como la luz, la alegría y la paz que inunda el corazón.  

          Todo se convierte en espejo de su rostro y en eco de su voz. El sol en un cielo azul purísimo te grita con su calor que Él es tu Señor; la luna llena que invade de ternura las noches luminosas, te susurra:  ‘Dios te ama eternamente’.

          Las fuentes del jardín te lo repiten todo el día con sus murmullos de agua; los montes y los pájaros, los gallos tempraneros, las campanas de la torre y el reloj te recuerdan sin cesar que Dios existe y es amor y es paz para tu alma...

          Este pueblo es maravilloso, tiene embrujo. Aquí has vuelto a encontrar al Cristo de tus días de gloria. ¡Cómo no recordar con cariño este lugar de las conversaciones con el gran Amigo!

          La capilla grande ha sido escenario de maravillosos momentos. Las misas, predicaciones, rosarios solemnes,  las visitas fervientes la convierten en lugar de privilegio.

          Y su cielo tan puro, tan azul y luminoso, con sus soles amables y sus noches de luna y estrellas a granel, sus fuentes rutilantes, sus iglesias que invitan a la oración, sus montañas cubiertas de verdor o de austera vegetación...  

          Te fuiste de paseo a la colina de enfrente, para contemplar la tarde desde mayor altura. El pueblo y sus tejados viejos, sus iglesias, los ruidos de la chiquillería y el humo somnoliento subían  hasta ti.  

          Ese pueblo entrañable, en una tarde de otoño, se quedó en tu corazón.