Reflexión espiritual
Glorificador del Padre 

Autor: Padre Mariano de Blas, L.C.

Libro: Hacia las cumbres           

                     

Cristo vino a este mundo a realizar dos tareas: salvar al pobre hombre y reparar la gloria ultrajada de Dios; ni más ni menos tiene que hacer el sacerdote, por ser el continuador de Cristo: glorificar al Padre, devolverle la gloria que el hombre le robó en el Paraíso y fuera de él.  

          Si el pecado es el gran ladrón de Dios, el sacerdote glorificador debe declarar guerra a muerte a dicho pecado a todas horas y donde quiera que se encuentre; ha de arrancarlo de sí mismo y del corazón de los hombres.   La forma y la estrategia consiste en ser santo y convertir en santos a los hombres pecadores.  

          Satanás es el antiglorificador; por ello alista y contrata jornaleros a destajo para robar a Dios su honra; muchos disfrutan del salario de Satán; al parecer les paga bien, aunque, en realidad, los engorda para luego degollarlos.  

          Tú militas en las filas de Dios; eres sacerdote, tienes como santo y seña hacer la guerra a Satán y a su comparsa. Algo habrás realizado ya en tus primeros años de presbítero, pero han sido, tal vez, solo arañazos; debe correr sangre y rodar muchas cabezas de enemigos.   Has luchado con alfileres, debes emplear tanques, aviones y mísiles desde hoy.  

          La otra gran tarea del sacerdote es atrapar almas, arrebatarlas al enemigo y regresárselas al dueño que las hizo. Y se salvan con sangre, con dolor, volviendo a ser sacrificado Cristo en sus sacerdotes.   No hay mejor condecoración ni mejor forma de presentarse ante Dios que llevar un manojo muy grande de esas rosas, que crecían en el huerto de Satanás; para Dios valen mucho, pues dio por ellas un precio muy alto: su misma sangre.  

          “No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en su Reino”, sino el que lleve muchas almas, el que corte muchas rosas y las lleve a la presencia del Señor.   ¿Cuántas estarán apuntadas a tu nombre en el libro de la vida?   Esos son tus títulos de nobleza ante la corte celeste. Toda la vida deben aumentar tus presas hasta llenar el cielo.  

            Se extiende ante ti el ancho mundo, esa mies amarilla, madura para la siega; tienes en las manos la hoz en espera de segar esos tallos de espiga.   Mete la hoz, segador, haz gavillas numerosas de tanta mies; trilla y tritura los granos en el molino, para saciar las bocas hambrientas de pan.