Reflexión espiritual

Cristo y tu

Autor: Padre Mariano de Blas, L.C.

 

“Les invito a abrir el Evangelio y a descubrir eso que Cristo quiere ser para Uds.... 

1-     Él quiere  ser “amigo”, un amigo sincero de sus vidas (Jn.15,14)

“¿No ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”  Así hablaban Cleofás y su amigo de su encuentro con Jesús. Así hablan los que experimentan su amistad. Su corazón arde.

Nosotros buscamos estima. Nadie nos estima como Él.

Buscamos aplausos. Nadie nos aplaude como Él.

Buscamos afecto. Nadie nos ama ni nos amará como Él.

Pero es un amor que  nos eleva, nos hace sufrir, según el  dicho: “Quien bien te quiere  te hará llorar”. Porque no exigir de la persona amada que sea lo mejor, sería indiferencia, lo contrario del amor. Como el amor de Cristo a nosotros es muy sincero no puede permitir que seamos mediocres. Tu amor no me permite ser un mediocre. 

2-  Él quiere ser tu “compañero”,  un compañero de camino, como quiso serlo, para llenarles de optimismo, de aquellos discípulos atormentados y desanimados de Emaús  (Lc. 24,13-35)

No es lo mismo trabajar  por Él que trabajar con Él. Tenemos que hacer el apostolado  juntos: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo...”

Nos da, además, la compañía de su Madre: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”;       palabras dichas por la Virgen a Juan Diego.

          A veces nos empeñamos en caminar solos por la vida, como huérfanos tristes... 

3-     Él quiere ser “vida”, tu vida, como lo fue para aquel joven muerto de Naín o para aquel corazón también muerto  por la ambición de Zaqueo (Lc. 19, 1-10)

Vida es entusiasmo, felicidad, ideal, triunfo, satisfacción, juventud perenne.   Jesucristo dice tener todo esto y quiere comunicarlo. “Si conocieras...pedirías, y Él te daría agua viva”, le dijo a la Samaritana.

Cuantos jóvenes envejecidos prematuramente por el vicio, con el alma lacerada por el hastío, por el desengaño, la frustracción o el aburrimiento; su vida ha perdido la brújula, ¿para qué  y por qué vivir? No tienen respueta. De aquí al suicidio no hay sino un paso lógico, que muchos, por desgracia, dan. Y todo porque no conocen ni tienen a Cristo. 

4-     Él quiere ser “camino”, tu camino, para ti que tanteas en las tinieblas anhelando una salida a tus ansias de felicidad (Jn.14,5)

       Todos queremos ser alguien, realizarnos, valer para algo, realizar    grandes cosas, ser líderes.

¿Cómo lograrlo? La Santísima Virgen nos da la solución en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”. La solución  consistió en que  en que en una boda en la que  faltaba el vino se sirvió el mejor vino del mundo.

 5-     Él quiere ser “verdad”, tu verdad por la que luches y vivas.

La verdad de la vida y de las cosas, el sentido y razón y felicidad de tu  vida.

Mi vida tiene una verdad; voy rumbo al puerto, mi vida tiene esperanza, tiene frutos realizaciones, tiene plenitud con Cristo.   

6-     Él quiere ser “resurrección”, tu resurrección, es decir, tu esperanza, tu anhelo de una vida sin fin

Resurrección de todas las ilusiones muertas o moribundas, también de las ilusiones  humanas, intelectuales. Resurrección de las grandes ideales y metas de la vida. 

7-     Él quiere ser “alegría”, la fuente de tu felicidad.

La tristeza no es cristiana. La amargura y el desaliento tienen otro dueño. Mi tristeza y amargura son la cadena que me tiene amarrado al demonio.

A Cristo le gusta abrir jaulas, quitar cadenas, abrir puertas de cárceles, tender puentes en el abismo..   “He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir...”¡ A qué poco sabe el mosto, la cerveza... al lado de Cristo! 

8-     Él quiere ser “amor”, ese amor que inunde de plenitud tu existencia.

El deseo más fuerte del hombre es amar y ser amado. En el cielo este anhelo se transforma en éxtasis. Por la calle y por la vida pasan amores que nos acalambran por un rato...amores que engañan, que prometen felicidad total, y nos dejan  con unos pétalos marchitos en las manos. Cristo es el Amor eterno, que te ama desde siempre y para siempre y te hace  plenamente feliz, si tú quieres. 

9-     Él quiere ser ”roca”, la roca en donde tu debilidad encuentre fortaleza y optimismo. (Mc, 4, 35-41)

Rompeolas, roca de cimiento, muralla que defiende. Esto  significa sentir seguridad, valor, certeza, fuerza, ímpetu juvenil, audacia, pasión por la misión y por la vida. 

10-Él quiere ser “paz”, paz para tu corazón a veces atribulado  y a veces probado por el dolor y el sufrimiento. 

Quiere que luches, pero con paz interior.  “Aquí me sorprende el recuerdo de la realidad más radiante que vivimos los cristianos. Tengo a Dios en medio de mi corazón...¡ Todo   está arreglado; adiós tristeza, adiós soledad, adiós lágrimas! ¡Lo tengo todo! El está conmigo, Él me consuela, Él me sanará...”

“La vida del alma, minuto a minuto es siempre bella , preciosa y emocionante, cualquiera   que sea la condición del cuerpo. Ningún precio es suficiente para pagar la intimidad con  Cristo”.

Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La  paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada la falta. Sólo Dios basta”. 

11-Él quiere ser “pan”, pan que fortalezca tu espíritu  en tus luchas y desgastes.

Pan espiritual que me da la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna...”

Pan de la ilusión y el entusiasmo por los grandes ideales.

Pan de la victoria y de los resultados.

Pan de la perseverancia.

Pan para repartir a los hambrientos. 

     12-Él quiere ser “perdón “, para consolarte en tus caídas y debilidades.

Un perdón eterno, de todo y de siempre. Mucho me tiene que querer el que me ha perdonado tanto. “El que siempre nos soporta y nos perdona, olvidando nuestras pequeñas o tremendas ofensas a su amor”.

“Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen”. Si algo le salió del corazón fue esta petición a su Padre.  El Padre le respondió: Hijo mío, porque Tú me lo pides, y me lo pides así, los perdono”. 

Quisiera terminar con una oración de un hombre santo, a  quien yo estimo mucho: 

Te amo, Señor, por tu Eucaristía,

por el gran don de ti mismo.

Cuando no tenías nada más que ofrecer

nos dejaste tu Cuerpo para amarnos

hasta el fin,

con una prueba de amor abrumadora,

que hace temblar nuestro corazón

de amor, de gratitud y de respeto.

Nos dejaste tu último recuerdo

palpitante y caliente a través de los siglos

para que recordáramos aquella noche

en que prometiste quedarte en los altares

hasta el fin de los tiempos,

insensible al dolor de la soledad

en tantos Sagrarios.

Sin más gozo que ser el eterno adorador

inmolado sobre el blanco mantel;

sin más consuelo que saber

que eras el compañero de tus elegidos,

que harías más breve su dolor

desde tu puesto vigilante, amoroso.

Gracias por querer prolongar tu Evangelio

desde el el fondo del Tabernáculo;

ese Evangelio íntimo

que enseñas a las almas

cuando te descubren su intimnidad.

¡Qué pobres serían nuestras vidas

sin tu compañía,

nuestro Padre, Hermano, quieto rincón

junto al que descansamos

al final del vértigo de la jornada!