Reflexión espiritual

Amad como si todavía no amaseis nada...

Autor: Padre Mariano de Blas, L.C.

Libro: Hacia las cumbres                       

         

            ‘Amad como si todavía no amaseis nada’. Esta frase de un santo está saturada de inspiración.

            Amad con el primer amor, ese divino fuego inocente, fortísimo, que despunta cuando se descubre de repente el objeto amado.

            Vivid como enamorados de los buenos, de los que podrían mirarse a los ojos sin cansarse nunca, de los que se aman como el fuego, que es purísimo y fortísimo.     ¡Qué poco entienden de esto los que creen que, tras los muros de un claustro, se encierran los amargados, los incapaces de amar!

            La vida religiosa es una historia de amor; los que se consagran a Cristo deciden amarlo para siempre y con más fuerza que los del mundo; y deciden amar al mundo para rescatarlo del maligno.

            Eres uno de ellos, tienes corazón, sabes amar, has elegido a quién amar, porque te amó primero a ti. ¿Quién te compadece, quién te maldice o se burla de ti?   No sabe nada.   Cristo es tu amor, tu grande y único amor, el que te hace feliz cada día y tiene una eternidad en el cielo para ti; nunca lo has visto y te has enamorado de Él. ¿Qué sucederá cuando lo veas cara a cara, y puedas poseerlo sin que nada ni nadie te lo pueda quitar?

            “Amad más que en el mundo, amad mejor”; ¡Qué desafío!   Dicen los del mundo que estamos locos, que no sabemos amar, que estamos mutilados, encogidos, amargados.   “Amad más que en el mundo”. Decididamente hemos aceptado el reto los que hemos dado la espalda al mundo.   

            Claro que el hecho de vestir un hábito no nos da la victoria. El amor en la vida religiosa es también entrega, y la entrega es desarraigo, desprendimiento; el reto te golpea en la cara: ¿Sabrás amar más que en el mundo?,  ¿estarás amando mejor?   ¡Cuántas cosas en el mundo se llaman amor!   ¡Cuántas que son basura, escoria, llevan etiquetado el divino y sagrado nombre del amor!

            “Amad mejor”, con pureza angélica, con dolor total, con finura y delicadeza, con éxtasis.

            El amor debe inundar las casas de religión, es la hoguera que mantiene encendidos los conventos. Si en ellos no se ama mejor, están de sobra, porque son reservas, son fermento, son brasas que mantienen el calor cuando el mundo se congela, y esto sucede con harta frecuencia. “Amad más que en el mundo, amad mejor”.  

            Todavía se nos pide más: “Amad más seres, más cosas, y estad desprendidos de todos”. El reto continúa, no termina; el amor de los consagrados debe ser una fuente que nunca se acaba; deben beber en ella el niño y el viejo, los viajeros sedientos que siguen su camino después de saciar su sed; somos fuente de amor y poseemos un agua muy pura y fresca. Quien de ella bebe torna a la fuente, se detiene y recuerda esa fuente con gratitud.    

            “Amad más cosas”; amad a toda la creación: amad los cielos a los que casi ni miran los profanos, amad el sol y la luna y las estrellas que hablan tan ardorosamente del amor: “Nos hizo Él; ¿no ves que llevamos su imagen?”  

            Amad los campos y las flores, tejidos con tanto cariño para alegría de nuestros ojos, amad las aves, los animales, los valles, los mares y ríos. Los amaneceres y las puestas del sol no pasan desapercibidos al auténtico enamorado; el viento le susurra al oído la voz del amado; las estrellas en la noche tranquila le recuerdan que su amor es eterno e inmenso como el firmamento. Una hierba de la pradera canta a su modo que tiene su dueño.

 “Y estad desprendidos de todos”. El apego contamina, el desprendimiento purifica.   Amadlo todo intensamente, pero seguid adelante.