Transfiguración

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Los seres humanos quisiéramos tener un cuerpo que no se deteriore, que se mantenga lozano como en la infancia pero tenga la madurez del desarrollo, que refleje belleza, luz, sabiduría, energía, bien y amor. Esa posibilidad y mucho más, nos muestra Jesús a través de la transfiguración. Nuestro cuerpo está llamado a ser un cuerpo glorioso, que perdure en la eternidad.

La palabra griega de la que viene “transfigurar”, significa “cambio”, “metamorfosis”. Haciendo una alegoría, es como el cambio de una oruga al transformarse en mariposa.

Seis días después de que Jesús contó a sus apóstoles que iba a sufrir mucho, que lo matarían y que a los tres días resucitaría, llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a un cerro alto y les reveló su identidad espiritual más profunda, llena de belleza y luz, transfigurándose ante ellos: “Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo pudiera blanquearlas… Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí!... Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”. Jesús les prohibió contar lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara. Ellos cumplieron la orden pero se preguntaban qué significaría “resucitar”*.

Los discípulos entonces, y nosotros hoy, vemos en la transfiguración un anticipo de la gloria que viene después de la muerte y nos ayuda a conservar la esperanza a pesar de las dificultades y problemas de la vida. Fue necesaria la cruz para que Jesús, cargando con todos nuestros pecados, pudiera abrir el cielo para quienes acepten su redención, comprendiendo que debemos entregarnos al servicio de la obra de Dios para lograr la plenitud.

Cuando tenemos un reto difícil por delante, pero vemos con claridad el resultado y realmente lo queremos conquistar, somos capaces de grandes sacrificios con tal de lograrlo. En la vida del cristiano, es necesario tener en la mente la resurrección de Jesús y nuestra propia resurrección, y prepararnos mediante la oración, el ayuno y la limosna, porque para conquistar lo inmortal, es necesario desprendernos paulatinamente de lo perecedero.

El mensaje de Dios Padre es que “escuchemos” a Jesús. El pecado endurece el oído y lleva a no buscar la verdad sino a aceptar solo lo que se acomoda a los gustos y deseos. La gracia, por el contrario, anima a la oración y abre la mente para escuchar su Palabra para que nos vaya guiando en la conquista de una vida más llena de sentido y Jesús vaya moldeando un corazón más sensible y amoroso capaz de entregarse al servicio a los demás.

A quienes viven en la presencia de Dios, todos los detalles de la vida y de la creación les habla de Su gloria, incluso las dificultades o dolores. Su actitud frente a la vida les permite decir como San Pedro: ¡Qué bien se está aquí!, porque perciben en cada situación el amor de Dios. Todo el resplandor de Jesucristo se manifiesta en la Sagrada Eucaristía, en la que cumple su promesa de estar en medio de nosotros, hasta el final de los tiempos.

Animémonos a crecer espiritualmente, participando activamente en la transformación del mundo con el amor de Dios, a través de su Espíritu, y algún día podremos gozar de nuestra transfiguración.

*Mc 9, 2-10